Consagración de las provincias
Repito una vez más la frase de Robert Graves, que él escribiera en Mallorca, coronado del perejil de Claudio:-Dejemos aflorar todos los venenos que nos acechan en el fango.
Y le pregunto a Eladio García Castro, secretario general de un partido de izquierda extraparlamentaria que ustedes conocen:
-¿Eres partidario de que afloren todos los venenos que nos acechan en el fango?
-Sí. desde luego. Hay que dejar que surja algo más natural y espontáneo que lo que tenemos hasta ahora.
Lo que tenemos hasta ahora, pienso yo, es Madrid como rompeolas de las autonomías españolas, varadero de sindicatos, chamarilería de hombres ricos/hombres pobres (los que están en el poder y los que aspiran a estarlo). La democracia, de alguna forma, se ha hieratizado en Madrid, se ha quedado de un aire, el aire serrano de la pulmonía velazqueña, y nuestras grandes figuras democráticas de la izquierda y la derecha son ya como los reyes godos de la plaza de Oriente, hemiciclo de piedra blanda y blanca de Colmenar, ademán carolino e ilustrado que ya no mueve el tiempo.
¿Qué es lo que ocurre, entonces, en España? Que se opera la espontánea, plural y raigal consagración de las provincias, hoy revestidas de autonomías, regionalidades, nacionalidades, foralidades otras formidables Y espantosas máquinas que, de embelecos burgueses y románticos, que fueron hace un siglo se han tornado en mutantes sociales, socialistas, asamblearios, corporativistas, pre-confederalistas y joteros.
Cuando las grandes ideologías encallan su proa en las procelas madrileñas. que diría Azorín, lo que muere a proa vuelve a nacer a popa, y todo gran partido, tendencia, movimiento, maremoto político, es ya la nave Argos que se renueva constantemente sin dejar la navegación, de modo que hay ahora por la periferia una pululación de argonautas que atraviesan en su velero el crepúsculo de las ideologías y siguen viaje.
De todo ello van llegando asordadas noticias a Madrid. de modo que las autonomías de Clavero-Arévalo (voto a Dios que me espanta esta grandeza y que diera un doblón por describilla, como dice Cervantes), ya no son la cervantina molinería de viento que hubiese querido el ministro /ex ministro, sino auténticos gigantes que gobiernan el paisaje con aspas de molino laboral, regional y tradicional, laborando en la maquila de una luz más justa, una democracia más cierta y una libertad más simétrica. Afloran todos los saludables venenos del pueblo Y de las bases que nos acechaban desde el fango del olvido en que les teníamos.
Eso es bueno. José Luis Cano escribe en Insula, con inteligencia y clemencia, de un libro mío, y se alegra de que no sea político. Gracias, José Luis, pero hay quien habla ya del «principio del final del desencanto», o sea que la política desencantada en Madrid, renace por los bordes del mapa. Florencio Martínez-Ruiz, o alguien bajo su luz, escribe en ABC de mi reciente antología de Larra y también parece felicitarse de que no sea tan política como otros Larras míos. Gracias asimismo, pero no sería uno digno de sus antologizados, ni siquiera por aproximación, si permaneciese ignorante de lo que nace: una nueva generación sindicalista dentro y fuera de los sindicatos, un nuevo paisaje regionalista dentro y fuera de las regiones. Cualquier partido político, hoy, es más neto y joven en una provincia española que en su sede central de Madrid.
Ortega escribió sobre la redención de las provincias. Hoy habría que escribir sobre la consagración de la primavera política en las provincias. Basta viajar un poco por España para advertir que lo que en Madrid ha empezado a ser rito, en provincias ha dejado de ser folklore. La democracia sigue viva en España, pero anda, como León Felipe, recitando por provincias.
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