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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

De Vietnam al Cono Sur

LA PRIMERA expedición de refugiados del sureste asiático - 54 familias- a los que España va a dar asilo llegó ayer a Madrid. En esta época de insolidaridad social y de exacerbamiento nacionalista, en la que la satanización del extraño sirve de instrumento para cohesionar a los grupos humanos y hacerles proyectar hacia afuera su hostilidad y sus frustraciones, la decisión de abrir simbólicamente las fronteras de nuestro país a las víctimas de esa larga, cruenta e ininterrumpida guerra que desgarra la antigua Indochina desde la época de la colonización francesa merece el aplauso de la gente de bien.No faltarán voces, desde la derecha y desde la izquierda, que pretendan deformar este acto de solidaridad humana, que nos reconcilia con la capacidad de nuestra especie para hacer algo más que matar y asesinar, a fin de transformarlo en soporte de posiciones ideológicamente sesgadas. Para quienes olvidan o fingen desconocer las responsabilidades de Francia, primero, y de Estados Unidos, después, en la tragedia vietnamita, la llegada de los refugiados puede servir de ocasión para recordar realidades en sí mismas ciertas -la faz inhumana del «socialismo a la camboyana» y la implacable dictadura de Hanoi-, pero que tienen detrás de sí una apocalíptica historia. Los desventurados hombres, mujeres y niños que España va a recibir como refugiados son víctimas inmediatas de un sistema político incapaz de aceptar las obvias limitaciones de la miseria de países arrasados por casi treinta años de guerra y dispuestos a sacrificar, en nombre de un futuro ideal tan abstracto como imposible, a las generaciones del presente. Nadie debería simular ignorancia, sin embargo, respecto a las atroces condiciones de existencia -alimenticias, sanitarias, educativas, técnicas- en las que malamente sobreviven los dos tercios de la Humanidad, zona de hambre, mortandad infantil, miseria, analfabetismo y enfermedades endémicas en la que se hallan situados, y no por gusto de sus dirigentes políticos, Vietnam, Camboya y Laos. Y tampoco sería justo que la exigencia de responsabilidades políticas a los sistemas de gobierno de estos países difuminara como por ensalmo las responsabilidades históricas de la colonización francesa y del genocidio realizado por el Ejército de Estados Unidos. Sería simplemente ridículo que, precisamente cuando los propios norteamericanos han iniciado su propio examen de conciencia colectivo a propósito de su intervención en aquella sucia y sangrienta guerra, el resto del mundo occidental caminara de puntillas para no despertar los recuerdos de aquella pesadilla de napalm.

Tampoco es improbable que estos hambrientos, famélicos y aterrorizados hombres, mujeres y niños acogidos a la hospitalidad española no promoverán la solidaridad de la izquierda por opuestas motivaciones políticas. Resultaría, así, que los seres de carne y hueso atropellados por el tren de la historia sólo merecerian solidaridad y afecto cuando esa máquina infernal se dirigiera a una determinada estación de destino. A la sectaria distinción entre los muertos de primera y los muertos de segunda se añadiría, así, otra diferenciación no menos inhumana. El uniforme y las insignias de los verdugos serían los que establecieran si el sufrimiento de las víctimas es auténtico dolor y si la solidaridad y el apoyo al que todo ser humano tiene derecho en la desgracia le puede ser dispensado. Los polizones de las barcas a la deriva en el mar de China quizá ignoren las razones por las que se les persigue, encarcela y castiga, y tal vez sean incapaces de distinguir los colores de las banderas que sucesivamente han reclamado su lealtad y sus sacrificios. Lo único seguro es que huyen de un mundo en el que no quieren vivir o en el que, más simplemente, no les resulta posible vivir.

Por lo demás, esta llegada de refugiados procedentes del sureste asiático sirve, lateralmente, para poner de relieve las inconsecuencias y las contradicciones del Gobierno y del grupo parlamentario de UCD en lo que se refiere a la cuestión del asilo político. U proyecto de estatuto de refugiados que el PSOE, en uso de su derecho de iniciativa legislativa, presentó al Congreso casi al comienzo de la legislatura fue rechazado por el grupo centrista en circunstancias que nunca han terminado de aclararse y que pusieron en serio peligro la carrera política del señor Pérez Llorca, a quien el señor Suárez desautorizó después de encomendarle la misión de torpedear, desde la tribuna, la iniciativa socialista. La excusa esgrimida por UCD para echar abajo el proyecto de estatuto de refugiados del PSOE fue la deficiente técnica jurídica del texto. Sin embargo, han transcurrido los meses y el Gobierno sigue haciendo oídos sordos a las peticiones de que se solucione la situación de inseguridad jurídica de los ciudadanos extranjeros que han buscado refugio en España al huir de las dictaduras de sus propios países.

La solidaridad humana no admite grados, pero sí acepta especificaciones. La suerte de los argentinos, uruguayos y chilenos que han buscado cobijo en la democracia española, y que son los acreedores de ese estatuto de refugiados del que el Gobierno es deudor, nos es tanto más próxima cuanto que un idioma, una cultura y una historia comunes nos sensibilizan a sus sufrimientos y nos hacen más explicitas y cercanas sus causas y orígenes. El señor Suárez, sus ministros y los miembros del grupo parlamentario de UCD están incurriendo en una seria responsabilidad histórica de incalculables consecuencias para los proyectos de una comunidad iberoamericana que no sea simple retórica, en un error político, que se hizo ya patente con el triunfo del Frente Sandinista en Nicaragua, y en una culpabilidad moral puesta de manifiesto con el recuerdo de los exilios y emigraciones españoles a Latinoamérica en el pasado, al esconder la cabeza debajo del ala y postergar el envío a las Cortes de ese estatuto del refugiado que la Constitución prevé en su artículo 13.

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