Esperando a la OPEP
La situación económica internacional ha estado dominada desde 1974 por los shocks producidos por los precios del petróleo y la energía. Sabemos hoy cómo las distintas economías nacionales han reaccionado ante el encarecimiento de los crudos petrolíferos y conocemos sus efectos. Cinco han sido los frentes en los cuales se han acusado con especial intensidad y daño las consecuencias de la crisis petrolífera:-El ritmo del crecimiento interno de todos los países industriales ha decaído al perder la fuerza de una parte del gasto nacional que tiene que transferirse a los países productores, generando en ellos, y no como antes en el mercado interno, sus efectos multiplicadores de producción, renta y empleo. Las tasas tristes del desarrollo de la segunda mitad de los setenta y el aumento en las cifras de paro son consecuencia de la crisis.
-La inflación ha apresurado su marcha, firmemente sostenida por una estructura de costes en aumento, de los que formaban parte importante -por sus efectos directos e inducidos- los nuevos precios de la energía.
-Las balanzas de pagos se han conmocionado a consecuencia de las considerables transferencias que entre países productores y consumidores de petróleo introducen cada una de las alteraciones en los precios de éste.
A esos tres efectos visibles, que testimonian el estado de la coyuntura de los diversos países, se han añadido otras dos consecuencias más ocultas, pero quizá más importantes.
-El alza de los precios de los crudos y de la energía ha sacudido la estructura de precios relativos y las relaciones de intercambio, produciendo unas transferencias de renta y de riqueza sin precedentes históricos. Los países industriales han perdido riqueza y renta real, que antes apoyaban su demanda y su gasto, derrumbando así mercados sostenidos hasta entonces por el potente crecimiento de su producción y sus ingresos. De otra parte, el alza de los precios petrolíferos se ha relacionado con un conjunto de factores internos que actúan de manera diversa en las distintas sociedades, precipitando cambios de los costes relativos en múltiples producciones. Estas conmociones de precios y costes relativos, unidas a las variaciones de la demanda mundial por el desplazamiento de las rentas, han alterado radicalmente las ventajas comparativas de los distintos países en el comercio internacional, produciendo pérdidas irreparables en sectores productivos incapaces de competir con las nuevas, circunstancias. Jay Forrester ha visto en esta conmoción de costes y precios relativos y en el envejecimiento prematuro del equipo capital que esos nuevos datos introducen, el efecto más destacado de la crisis económica actual. Un efecto que, como Forrester afirma, quizá se hubiese producido, en todo caso, porque se había llegado a una sobreinversión empujada por el largo auge mundial económico de 1951 a 1972, materializado en crecimientos ingentes de los bienes de consumo. Este rápido envejecimiento del equipo capital, agudizado, si no ocasionado, por la crisis energética, obliga a un reajuste doloroso en términos económicos, sociales y políticos.
-La perplejidad sobre el futuro de la sociedad industrial, dado que no es fácil ver por dónde caminará la estructura de la industria y cómo puede definirse una nueva etapa de crecimiento de la producción que sostenga los beneficios de la empresa y satisfaga las necesidades de la población.
Son muchos y no uno solo los factores que han dado especial resonancia a la elevación de los precios de los crudos, produciendo esa cadena de graves efectos económicos. Pero es indiscutible que el alza de los precios de los crudos ha activado todos los mecanismos que en una sociedad son capaces de causar recesión y paro, elevar los precios internos, desequilibrar las balanzas de pagos, agudizar el envejecimiento de la estructura industrial, oscurecer el horizonte M progreso. Quizá pueda afirmarse que esas cinco consecuencias de la crisis se hubiesen producido en cualquier caso, con o sin la conmoción de los precios del petróleo, pero es indiscutible que la intensidad de esas elevaciones de los precios petrolíferos ha hecho a la crisis actual tal y como cualitativamente se nos presenta. Marx nos dijo a los economistas, en una ocasión, que cuando un hecho económico intensifica sus dimensiones, se convierte no sólo en un acontecimiento cuantitativamente distinto, sino en un fenómeno cualitativamente diferente. Y esa intensificación de los efectos producidos por los múltiples factores que están detrás de la. crisis actual la han provocado los precios de la energía.
La magnitud de la crisis económica
Se comprende, en consecuencia, que teniendo los precios petrolíferos y de la energía esa resonancia múltiple se sigan con especial atención sus modificaciones. Modificaciones que han restablecido de nuevo el carácter recurrente de las crisis económicas. El mundo había olvidado durante la creciente ola de prosperidad de 1951 a 1972 las etapas de caída de la producción, la renta y el empleo que habían caracterizado al desarrollo de las economías capitalistas en el pasado. Las crisis de la energía han vuelto a imponer esta servidumbre de alternancia de prosperidad y depresión.
Esas crisis recurrentes iniciadas con la variación del precio de la energía equivalen, como se ha indicado, a producir un shock en la actividad de cada país. Y los efectos de ese shock dependerán -obviamente- de la situación en la que la economía nacional se encuentre. de la magnitud del shock que reciba (alza del precio de los crudos) y de la forma en que su estructura económica, social y política traduzca los efectos de esta conmoción externa. De ahí que, para calibrar la situación presente de la economía internacional, parezca necesario conocer en qué situación se hallan las principales economías industriales que marcan la tónica del desarrollo mundial antes del shock petrolífero de Caracas. Es sólo a partir del conocimiento de esta circunstancia económica como podrá valorarse la trascendencia de esa espera de la economía mundial de los acuerdos de la OPEP y llegar a algunas conclusiones sobre los efectos previsibles que, en el mundo que nos espera en 1980, ocasionará el nuevo precio del petróleo que definirá la reunión de la OPEP en Caracas.
¿En qué situación económica sorprende esa reunión de la OPEP a la economía mundial? Una respuesta rápida a esta fundamental pregunta obligaría a distinguir tres lugares distintos para registrar novedades: la marcha del desarrollo económico, la tasa de inflación existente y la posición en que se encuentran las distintas balanzas de pagos.
Actividad económica en declive
La tónica común de las distintas economías nacionales en el momento actual es la de un desfallecimiento de su actividad productiva. El telón de 1979 cae sobre las economías occidentales en un momento en el cual todas ellas desaceleran sus tasas de expansión. Esta caída es más o menos lenta, según áreas o países, pero es caída para todos. Cierto es que ese desfallecimiento de la actividad productiva se mantiene aún en valores positivos para la mayor parte de los países. La excepción, en los momentos presentes, quizá la constituya la economía estadounidense, a la que todos los pronósticos, hasta ahora dudosamente cumplidos, coinciden en contemplar situada en tasas de crecimiento negativas, pronósticos que los datos del trimestre actual habrán de ratificar o rectificar.
Así, pues, no puede dudarse del cariz de los acontecimientos que dominan la escena productiva internacional. La espera de la OPEP se hace en un ambiente de pesimismo generalizado, quizá incluso superior al que autorizan las grises tasas de desarrollo en las que vivimos.
Cuando los pronósticos le extienden hacia el futuro, la lejanía parece hacerlos más optimistas y se ofrece una coincidencia generalizada en una recuperación de la actividad productiva en la segunda mitad del próximo año. Pronósticos distantes y, por lo mismo, pronósticos inciertos, porque su realización dependerá de la situación energética y otros factores -difíciles de prever desde las actuales circunstancias-, entre los que, sin duda, el preponderante es la posición a que, haya llegado la economía de Estados Unidos en un año electoral, acontecimiento que anima a los pronosticadores a predecir una recuperación.
Sin embargo, debe afirmarse que esa recuperación de la actividad productiva del segundo semestre de 1980 es la que permite concluir en tasas de crecimientos positivas para los países de la Comunidad Atlántica agrupados en la OCDE.
Volviendo a la desaceleración de la actividad productiva con la que discurren los días finales de 1979, resulta fácil identificar sus causas. El consumo privado, que tradicionalmente ha venido siendo, tras la crisis energética, el principal y casi único soporte de la demanda final, empieza a dar síntomas de agotamiento. La inversión se ha estancado en cotas que apenas compensan el ritmo de inflación, y otro tanto le ocurre al consumo público. La formación de stocks ha empezado a contribuir positivamente al cambio en el PNB por primera vez en muchos meses. El sector exterior continúa marcado por sus efectos contractivos en cuanto a su responsabilidad por el crecimiento del PNB.
En correspondencia con lo anterior, la producción industrial del mundo occidental ha ido desacelerándose desde la primavera pasada, habiéndose registrado una importante caída en la cartera de nuevos pedidos y una mayor debilidad en los mercados exteriores de productos industriales.
Por desgracia, son muy pocos los que confían en que este desfallecimiento productivo no se vea intensificado en el futuro inmediato con la mala situación energética. La situación energética internacional, que venía cargada de problemas desde la crisis de 1973, se ha agravado considerablemente a lo largo del año. La tensión en el mercado de crudos se ha resentido especialmente por los acontecimientos de Irán, habiéndose manifestado con especial virulencia en dos frentes: por el lado de los precios oficiales, éstos han aumentado en un 60% en lo que va de año; por el lado de las cantidades, se ha dado una ligera pero tensa insuficiencia de la oferta respecto de la demanda (incluyen- do la reconstitución de los stocks). que ha llevado a disparar los precios especulativos de los mercados spot hasta niveles que, aunque pudieran tacharse de anecdóticos por la irrelevancia de las cantidades traficadas, resultan gravemente distorsionadores por el efecto imagen que tienen sobre los precios de los crudos contratados a plazo.
La forma en que ha repercutido esta situación de tensión del abastecimiento petrolífero de los países industrializados sobre el crecimiento de las respectivas economías no aparece tan evidente como pudiera esperarse. Analizando la evolución del PNB de estos países por intervalos trimestrales, no se aprecia claramente la contracción esperada inmediata a la crisis de Irán. Esto podría llevar a la conclusión de que la crisis energética del año 1979 no ha incidido en Europa ni en Japón con la dureza de otras ocasiones, o bien -lo que sería peor- que sus efectos todavía no se han hecho notar de forma explícita. El caso norteamericano se aparta de esta consideración, en cuanto que, al menos en el segundo trimestre, se registró una contracción fuente en su ritmo de actividad, que pasó a ser negativo.
Este comportamiento, que además de ser dispar entre unos países y otros, deja entrever cierta falta de coherencia entre los numerosos indicadores disponibles, puede explicarse en parte por la singularidad del momento en cuanto a las políticas económicas que se están aplicando. La tónica general de las mismas es de dureza y la muestra más ostensible son las políticas de reconversión industrial que con dolor están siendo aplicadas y que reflejan la situación de transición actual hacia estructuras más acordes con las nuevas coordenadas impuestas por la crisis.
La evolución del empleo refleja perfectamente esta situación. El paro es creciente, incluso en aquellos países en que su producción sigue aumentando (con alguna excepción singular, como Alemania), pero paradójicamente también han crecido los puestos vacantes. Por otra parte, en términos generales, parece apreciarse una cierta calma laboral y unas pretensiones más moderadas que en ejercicios anteriores.
Esta situación de desaceleración general del crecimiento ha de tener una influencia fundamental sobre lo que puede pasar en la reunión de Caracas. La recesión que se avecina, junto con la política de reconversión ya iniciada, las medidas tomadas para mejorar la conservación de la energía, los compromisos para reducir el consumo energético en el ámbito de la Agencia Internacional de la Energía y el encarecimiento de los productos petrolíferos pueden llevar conjuntamente a un juego de las elasticidades a favor de la posición relativa del mundo occidental, en el sentido de que en los próximos meses el consumo energético se retraiga en casi un 5%, con lo que el mercado petrolífero pudiera llegar a estabilizarse. En este caso, es posible que los países de la OPEP comiencen a desviar su atención desde el tema precios al de cantidades, con objeto de seguir presionando para el mantenimiento del ajuste estricto entre oferta y demanda que tanto les beneficia. Un reparto de cuotas de producción sería entonces la conclusión más razonable.
Inflación y precios de los crudos
Pese a la desaceleración de la actividad económica con que termina 1979, resulta claro que el principal problema de la coyuntura internacional -entendido, al menos, como el que más preocupa a las diversas autoridades económicas y, en consecuencia, el que determina la orientación de las políticas a corto plazo- es la inflación. Si bien hoy más que nunca la inflación ha de entenderse como expresión donde confluyen el resto de las tensiones y desequilibrios que afectan a la economía mundial. sus efectos son tan temidos que la lucha antiinflacionista se está. convirtiendo en el objetivo prioritario de los Gobiernos. Esta determinación se apoya en la creencia -que compartimos plenamente- de que las. tasas elevadas de inflación impiden la corrección de los demás problemas básicos -estancamiento, paro, retracción del ahorro y de la inversión-, al tiempo que sus efectos son profundamente injustos y desestabilizadores de una convivencia pacífica.
Esta preocupación generalizada de la política económica por la inflación tiene motivaciones en los hechos, puesto que las tasas de inflación en los principales países caminan hoy en porcentajes situados entre el 10% y el 15%, que desbordan a las más altas cotas de la inflación registradas en los últimos años.
Este ritmo de la inflación supera al que pudiera esperarse de la repercusión de las subidas realizadas durante el año actual en los precios de los crudos. Por otro lado, y además, gran parte de los efectos de los mayores precios del petróleo -dada la demora con la que se traducen sobre el índice de precios de consumo- no han hecho todavía acto de presencia en los índices. También esos crecimientos de los precios superan al alza de los costes de trabajo. Como la tendencia actual de la inflación no viene marcada por desaceleraciones inmediatas, parece obligado analizar brevemente el binomio energía/inflación.
El problema de la evolución de los precios de los crudos durante 1979, aunque grave, tiene una importancia menor que la cuadruplicación de precios registrada en 1973-1974. Cierto es que la elevación ocurrida en el presente año se produce en unas condiciones internacionales más adversas que las existentes durante la primera crisis del petróleo. Pero, aun con todo, no puede responsabilizarse al alza del precio del petróleo en este ejercicio del crecimiento experimentado en los precios, y ello por varias razones.
En primer lugar, la elevación del 60% se traduce en tan sólo un 13% del encarecimiento real del coste de los productos refinados; otra cosa es que el precio de venta de estos últimos haya aumentado mucho más, al haber aprovechado la oportunidad Gobiernos, compañías, incluso trabajadores, para mejorar sus respectivos ingresos, en algunos casos incluso más que proporcionalmente a las alzas iniciales de los crudos. La elevación resultante del precio de los productos finales es, en sí misma, un factor muy negativo a tener en cuenta al analizar la coyuntura internacional.
Sin embargo, ese alza se ha producido en gran parte por razones domésticas y nacionales de los países deficitarios de petróleo, que reflejan en gran medida el eco y la gran resonancia que los crudos tienen sobre los factores que están detrás de la crisis: básicamente sobre esa segunda ronda de toda crisis energética consistente en elevar las peticiones de rentas salariales Y no salariales para prevenir el alza de precios esperada y temida, con las que no se logra otra cosa que aumentar con mayor inflación interna la factura interior del petróleo. Tras ese crecimiento han estado también los mayores déficit públicos producidos por una crónica insuficiencia de los ingresos tributarios y por un aumento de toda clase de gastos urgidos por las diferentes clases sociales en una etapa de crisis. Finalmente, tampoco ha sido ajeno a esas elevaciones el práctico estancamiento de las inversiones que dificulta los aumentos de productividad, y esta dificultad se registra en los costes y precios. Todos los factores anteriores multiplican las elevaciones ¡niciales de precios de los productos petrolíferos, lo que hace que deban ser muy vigiladas para evitar las últimas y peores consecuencias de toda crisis en los crudos.
Necesarios ajustes de la crisis
Por decir toda la verdad, tampoco debe olvidarse el hecho de que durante 1978 en muchos países los precios de los productos no energéticos crecieron bastante más que el precio de la energía, poniendo una vez más de manifiesto que el núcleo de las tensiones inflacionistas estaba en otra parte. Los reajustes de precios que sé han realizado en 1979 son, en parte, consecuencia de su variación real negativa anterior, y en este sentido puede afirmarse que una parte de su crecimiento sólo significa recuperación del terreno perdido anteriormente.
Los datos de base que empujan la inflación actual en los distintos países testimonian la existencia de un pesado lastre en los costes de producción. En primer lugar, existe lo que los expertos de la OCDE han llamado una tasa «subyacente» de inflación, que depende del comportamiento de los costes del trabajo. Con las negociaciones salariales a punto de iniciarse en la mayoría de los países para el año 1980, la elevación de alguno de los componentes del índice de precios al consumo en lo que resta de año puede tener consecuencias dramáticas, por su repercusión sobre la tasa de aumento de los salarios. En particular, si en Caracas se aprueba una fuerte elevación de los precios de los crudos, y ésta se repercute sobre los consumidores, va a resultar muy dificil moderar -a la vista de la experiencia disponible- las reivindicaciones monetarias de los sindicatos.
No puede negarse que las economías occidentales están indiciadas y que cualquier precio de cualquier producto -y mucho más si el precio es el vital de la energía- se niegan a continuar siendo un precio particular, ya que se refleja en el futuro de costes a través de las mayores demandas de rentas. Si este comportamiento no se corrige por el convencimiento de los distintos grupos sociales de que no puede conducir más que a un empobrecimiento mayor del país, la inflación en el próximo año puede poner en el grave compromiso de una depresión seria a la economía mundial y/o a todas las economías que no respondan con actitudes razonables, conscientes del empobrecimiento relativo impuesto al país entero por las alteraciones de la relación real de intercambio. Un alza de precios internacionales no puede contestarse en el frente interno. Requiere aumentar la productividad y capacidad de competencia de la economía para ganar la baza perdida por los precios encarecidos de la energía, merced a exportaciones mayores conseguidas por aumentos de productividad y eficiencia. La respuesta que a la crisis energética han dado las economías de Alemania y de Japón constituye una prueba concluyente de que esta es la única vía por la que puede salirse del círculo vicioso precios de la energía mayores-costes de trabajo mayores-más inflación.
Como segundo factor preocupante en este eco aparece el comportamiento de los precios de las materias primas no energéticas, que está directamente influido por lo ocurrido con el precio del petróleo. El índice de precios (en DEG) de los minerales y metales, que se encontraba estabilizado desde la primera crisis energética, se ha precipitado al alza a partir de la última mitad de 1978. En cuanto a la evolución del precio de los productos alimenticios, que se habían disparado espectacularmente desde 1975 hasta la mitad de 1977, y que venían cayendo desde entonces, han recuperado su ritmo inflacionista en 1979, también en paralelo con la elevación de los crudos. Tratando de atajar las temidas alzas de precios que se guen de esos factores, las políticas económicas de los diversos países han utilizado el procedimiento directo de aplicar medidas restictivas de carácter monetario y fiscal. Se espera de este modo reducir als tensiones en los respectivos mercados de bienes y servicios, lo cual podría materializarse en cierta moderación de los precios. Si bien todavía es pronto para conocer el resultado efectivo de tales medidas, por el desfase normal en la materialización de sus efectos primera respuesta inmediata se conseguido en los mercados fin cieros, con una espectacular sub de los tipos de interés. Este efe deliberadamente perseguido, tenido la lógica consecuencia incrementar los costes financie de las empresas, convirtiéndose un factor adicional en el empuje de los costes.
Balanza de pagos y energía.
Dado el importante peso que las importaciones de crudos tie dentro de las balanzas comerei de los países industriales (242. millones de dólares estimados 1 1979), éstas han acusado agu mente el golpe. Con la excep de Alemania y Japón, la tónica neral de los saldos comerciale estos países son los números r desde 1978, e incluso, en mu( casos, desde la primera crisis petróleo.
La evolución de las exportaciones totales del grupo de países que integran la OCDE se ha mantenido en un promedio anual muy pr mo al 6% en los tres últimos años, e igualmente se cree para 1980. Este resultado medio esconde la fuerte diferencia registrada en el comportamiento de dos subgrupos es importante diferenciar: las exportaciones intra-OCDE, que crecido a ritmo más alto (8% 1979, para bajar probablemer la mitad en 1980, y las export nes al bloque OPEP, que si y desaceleraron fuertemente en (4,5 %) respecto del crecimient gistrado el año anterior (15%), experimeritado una tasa fue mente negativa (- 11,5 %) en
por los sucesos de Irán, si bier rece probable que resurjan es tacularmente en 1980 (18,2 %).
Los precios de estas export nes han ido creciendo sensi mente, especialmente en
(10%), ritmo que seguramen mantendrá en 1980.
Respecto de las importaci los totales han ido creciendo la actualidad, si bien para 19 prevé una reducción (física portante, consecuencia de la situación económica que se a na. Las importaciones de cr tienen una trayectoria distint del total también en este cas gistrándose una contracciór portante (-4%) en 1978, una
peración en 1979 (3 %), consec cia del bajo nivel anterior, y nueva contracción (-74%) pre para 1980.
Los precios de la! importac se han mantenido en tasas m radamente más bajas que las ( exportaciones para los prod no energéticos, en tanto que, es bien sabido, el precio de lo dos importados se ha dispara 1979.
Como resultado dé lo anteri balanza corriente del bloque DE se ha deteriorado profu mente en 1979, colocándose
déficit de alrededor de 30.00 llones de dólares, frente superávit de 9.000 millon dólares en el año anterior. Li visión para 1980 es la vuel déficit: 30.000 millones e hipótesis mínima, en el caso d (Pasa a pá
Esperando a la OPEP
(Viene de pág. 49)
el precio de los crudos no crezca más que el de las exportaciones de manufacturas, lo cual no parece muy realista. Es significativo señalar que a esta situación se ha llegado por un deterioro masivo de las balanzas de los países europeos y de Japón; en el caso de Estados Unidos se presenta la singularidad de que si bien el déficit es importante en 1979 (4.000 millones de dólares), supone una mejora de 10.000 millones de dólares respecto del déficit registrado en el año anterior.
Es fundamental observar que el precio medio de las exportaciones (en dólares) de los países industrializados creció en 1978 un 15 %,y en 1979, un 13,25 %,en tanto que el precio medio de las importaciones de crudos tan sólo aumentó un 2% en 1978, disparándose hasta un 32,5 % en 1979.
Otro factor importante que debe considerarse en la interacción entre la situación energética y la coyuntura financiera internacional se refiere al tema del reciclaje de los petrodólares. Comparada la situación presente con la primera crisis del petróleo, resulta que los excedentes por cuenta corriente del bloque OPEP fueron entonces muchísimo mayores que los registrados actualmente. Frente a 70.000 millones de dólares aparecidos en 1974 y 50.000 millones en 1975, estos países registraron «solamente» 35.000 millones de superávit corriente en 1979, y se estima que en 1980 puedan ser 40.000 millones. En consecuencia, aunque las cantidades son apreciables, el impacto negativo que pudiera tener esta ingente masa de dólares no sería el mismo en la actual coyuntura que el riesgo que se corrió hace un lustro. Pero, sin embargo, lo cierto es que entonces el sistema funcionó con bastante satisfacción, en tanto que la situación presente parece mucho más problemática, debido, por una parte, a la debilidad de los mercados financieros internacionales, que dificulta la absorción de esos excedentes, y, por otra parte, a la creciente saturación de la capacidad de gasto de algunos países exportadores de crudos.
En este sentido, la experiencia de Irán es una fatal advertencia para algunas naciones árabes. Lo ocurrido en este país ha puesto de manifiesto lo peligroso de la modernización para la estabilidad política de las dictaduras medievales, al romperse el equilibrio anterior entre subdesarrollo económico y político. Este hecho puede llevar a las autoridades de alguno de estos países a alterar el volumen y sobre todo la dirección de los flujos anteriores, resultando que su destino final no generará renta en los países occidentales (o bien, incluso pueden optar por reducirlos drásticamente, para lo cual la medida más elemental sería disminuir el ritmo de producción de hidrocarburos). Para las economías occidentales la diferencia con lo ocurrido tras la primera crisis sería total: en el primer caso, a fin de cuentas, lo único que hubo fue una redistribución de rentas entre sujetos embarcados en la misma aventura, por lo que el barco siguió adelante; en el segundo caso, el abandono efectivo del barco por algunos podría llevar a la paralización de la nave. En cualquier caso, la mera sospecha de que esta situación puede llegar a extenderse desde los síntomas incipientes en Irán (que, para empezar, se niega a cobrar en dólares sus exportaciones) hacia una situación más generalizada está empezando a provocar distorsiones en los mercados de dinero internacionales, que terminarán por traducirse en nuevas trabas al crecimiento real.
El recorrido anterior por las principales variables que definen los puntos básicos de la coyuntura económica internacional, considerados bajo la óptica de su interacción con los problemas derivados de la situación petrolífera, llevan a una conclusión que no por elemental deja de ser importante: la coyuntura económica internacional no está jugando a favor de ninguno de los grandes bloques que se hallan implicados en la misma. La falta de colaboración es notoria, y la insolidaridad, creciente. Pero la incertidumbre respecto del futuro no lejano, y especialmente la fragilidad de las estructuras de los principales países exportadores de crudos, incorporan posiblemente el factor más distorsionante de todos los que concurren en la situación presente.
Hacia una situación más razonable
Recesión e inflación son dos formas traumáticas mediante las que las economías occidentales se defienden de la agresión energética. Aunque el coste es evidentemente alto, se multiplica al trasladarse sobre las demás economías, las cuales a su vez se vuelven a ver empujadas hacia nuevas posturas de agresión. Este círculo vicioso está estrangulando las posibilidades de recuperación de la economía mundial y, si todo sigue como hasta ahora, no parece que vaya a encontrarse salida hasta que la coyuntura haya descendido hasta cotas todavía mucho más bajas. Aquellas previsiones que apuntan hacia una recuperación del ritmo de actividad en la segunda mitad del año próximo se basan más bien en buenos deseos (como suponer que la situación energética no se agravará) que en bases sólidas.
Las decisiones que tomen en la próxima semana los países de la OPEP van a incidir sobre una situación mundial notablemente deteriorada, y sus consecuencias pueden resultar multiplicadas negativamente, precisamente por su, falta de oportunidad. Hemos visto también cómo, sin embargo, la capacidad de defensa del mundo occidental es alta y cómo antes o después es capaz de, al menos en parte, repercutir los costes de la crisis sobre el exterior.
Si los países de la OPEPdemuestran que van aprendiendo de las experiencias pasadas, tienen necesariamente que ir cambiando el rumbo de sus políticas petrolíferas. Su responáabilidad sobre la crítica coyuntura económica internacional parece indiscutible, aunque quizá en una proporción mucho menor de la que, con frecuencia y desde Occidente, se les responsabiliza. Pero lo más importante es que esa responsabilidad se vuelve parcialmente en su contra, indicando que la política seguida hasta ahora de elevaciones bruscas cada cierto tiempo no es la más adecuada, ni para ellos ni para el resto del mundo.
En la próxima reunión de Caracas podrá contemplarse si estos países comprenden o no lo que esta situación significa. En primer lugar, tienen que demostrar si son conscientes de la importancia de mantener una postura común, frente a la ruptura de su disciplina interna, que lleve a una guerra de precios de resultados impensables. En segundo lugar, veremos si son capaces de llegar a ciertas formas de indiciación del precio de los crudos, que, al tiempo que asegure la estabilidad de sus rentas, sirva para que los paises consumidores puedan planificar adecuadamente sus economías. Una manifestación incipiente de que se desea seguir este camino razonable podría consistir en acordar una elevación de los precios inferior al 10% para compensar la inflación mundial y la caída del dólar. Una subida comprendida entre el 10% y el 20% (hasta treinta dólares el barril) indicaría una agresividad manifiesta y quizá arriesgada, pero que posiblemente todavía podría ser asimilada por Occidente sin grandes traumas. Finalmente, todo lo que sean elevaciones de precios por encima del 20% significaría una irresponsabilidad casi suicida.
Por las mismas razones anteriores, la situación de los precios «spot» tampoco beneficia a nadie, excepto a las grandes compañías multinacionales. Por ello, la tentación de vender directamente de esta forma -como está empezando a hacer Irán- sería otra muestra de irresponsabilidad. Lo razonable sería conjuntar esfuerzos, entre países exportadores y consumidores, para devolver este mercado al lugar marginal que le corresponde, y desde el que puede prestar sanos servicios.
Por último, como ya ha sido apuntado anteriormente, la intención de estabilizar (en términos reales) el mercado debería implicar también una cierta planificación y rep¡irto de las cuotas de mercado, con compromisos de mantener las producciones y con contrapartidas de mejor empleo por parte de los pa íses.im portadores.
Sería de desear que las anteriores consideraciones informasen las decisiones dé la OPEP, que espera con justificada inquietud la economía mundial. Porque una continuidad en la confrontación entre el bloque de los países petrolíferos y el resto del mundo agravaría aún más esta difícil situación económica con la que vamos a iniciar la década de los ochenta.
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