Manolo Sanlúcar, una gran sensibilidad y una tímida experimentación
Manolo Sanlúcar se presenta en Madrid (Centro Cultural de la Villa de Madrid) desde el pasado viernes y hasta hoy, domingo, después de una prolongada ausencia y dispuesto a mostrar donde le han conducido sus experimentaciones de los últimos años, que incluyen un concierto sinfónico, un trabajo sobre Miguel Hernández y colaboraciones con grupos eléctricos como Guadalquivir.Resulta claro, incluso para aquellos que no estén muy interesados en el flamenco, que desde hace aproximadamente cinco años ha surgido una generación de guitarristas que intentan subvertir el clasicismo de los toques tradicionales por su expansión, y ello a través de asumir formas no propiamente andaluzas. Paco de Lucía, Paco Cepero, Diego de Morón, Manzanita y, por supuesto, Manolo Sanlúcar han buscado esas nuevas formas o, mejor dicho, todavía están buscándolas.
Manolo comenzó su concierto en solitario, desplegando de entrada su técnica limpísima, precisa, una técnica en la que no parece haber lugar para una improvisación real porque todo es nítido, fácil, sencillo. Es evidente que Manolo tampoco recurre a los fuegos de artificio que tan efectivos resultan para retener la atención del gentío. Y, sin embargo, la música de Manolo tiene un sentido y una contradicción profundos, que tal vez resida en su doble condición de compositor e instrumentista. El gran problema puede ser que su aspecto como compositor se encuentra tremendamente mediatizado por influencias clásicas (Granados, Albéniz, Falla), mientras que el desarrollo lógico de un guitarrista flamenco se encuentra mucho más en una orientación jazzística libre que en las moscas de una partitura.
Esta contradicción, salvada por la sensibilidad de Manolo, se mostraba en toda su claridad cuando salían a acompañarle un grupo de piano, bajo, percusión y flauta. La presunta revolución del flamenco se quedaba corta de puro tímida y dubitativa. Aquello no parecía el final de un camino, sino un principio algo titubeante y en el que desde luego no se han dado todas sus potencialidades. No es que el concierto fuera malo. De hecho, resultaba agradable y, en lo que respecta a la guitarra de Manolo y su acompañante Isidro, incluso impresionante. Tampoco es que su salida de los cauces de siempre carezca de sentido, sino más bien que no es suficiente.
Lo cierto es que Manolo y todos los guitarristas mencionados con anterioridad ya han hecho mucho: atreverse a romper un muro de ortodoxia que amenazaba con asfixiar cualquier desarrollo ulterior del flamenco a medida que éste iba perdiendo sus bases tradicionales y había de integrarse por fuerza en una sociedad dramáticamente distinta de aquella que le vio nacer.
Sólo esta capacidad para mirar más lejos (o más cerca: el presente) ya merecería la pena. Pero es que, por fortuna, y con todos los peros apuntados, Manolo Sanlúcar es ante todo un gran músico al que merece la pena acompanar, aunque todavía no sepamos bien dónde.
Babelia
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