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TEATRO

Teatro de ayer

Podría hacerse un fácil juego de palabras con el apellido del autor de esta obra: Ayer. Es teatro de ayer. Podría datarse hace cuarenta años: en los grandes tiempos del existencialismo, en la línea de Sartre. Es decir, la opresión del hombre por el tiempo y el espacio, la, sensación del vacío de la libertad. Nada se refleja mejor que una celda, donde el espacio está cerrado -huis clos- y el tiempo tiene otra dimensión. Pero la opresión es también exterior, se trata de «una cárcel dentro de la cárcel», como se dice en la obra, y se añade: «¿De qué valen los muros?»La disposición escénica está hecha de forma que toda la sala -la pequeña y muy utilizable Sala Cáceres- se convierta en celda, que la luz sea lóbrega; hasta se sugiere que los espectadores podemos ser las ratas de esa celda. Tiene la clara intención de hacer participar, de meternos en el ambiente.

«

.. Atentamente, nosotros»,de Martín Ayer. Intérpretes: Vicente Cruañes, Manuel Troncoso, Jorge Murano, Gerardo del Barco, Roberto Altozano. Dirección: Martín Ayer. Sala Cáceres, 30-11 79.

Nos separa una frialdad: la del diálogo. El dramatismo dado por la palabra tiene en nuestro tiempo una preceptiva: cuanto más altisonante sea la palabra, cuanto más se describa la situación que se ha de sentir y de ver, mayor es su distancia con respecto al espectador. El diálogo tiene ese defecto. Distancia en lugar de aproximar. Y la interpretación sigue, naturalmente, esa línea. El realismo se rompe por la irrealidad de lo que se dice -y por algún fragmento de dirección que busca otras expresiones-, y los actores lo dicen con ese inevitable énfasis. La aproximación a la sencillez da buen resultado en Jorge Murano, resulta indiferente en Roberto Altozano; el énfasis destruye la de Vicente Cruañes, Manuel Troncoso y Gerardo del Barco.

La ventaja de este intento es que va más allá de lo habitual: trata de hacer un teatro hondo y trascendente, de descubrir unas circunstancias ásperas de la condición humana. Y de salirse de la facilidad de lo comercial. Si el empeño no da todos losresultados que se d esearían, merece, sin embargo, el estímulo para que pueda continuar.

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