_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

España y los países árabes

Una de las imágenes heredadas del franquismo y que mayor fortuna alcanzó en los llamados medios informativos de la época fue la «tradicional amistad» con los países árabes. La supuesta tradición ignoraba un largo período de centurias y la amistad era mucho más que selectiva. Los lazos de entendimiento se basaban en afinidades ideológicas con los regímenes más reaccionarios de Oriente Próximo, cuando no en posiciones inamistosas hacia procesos revolucionarios e independentistas (recuérdese que en más de una ocasión España fue no sólo tierra de asilo, sino también base logística de la OAS en su lucha contra la descolonización argelina). Por otra parte, las frases hueras de los discursos no lograban ocultar un hecho manifiesto: para la mayoría de los políticos franquistas y para los pretorianos africanistas el mundo árabe comenzaba y concluía en el norte de Africa, y para la opinión pública de aquel entonces la referencia al conjunto árabe era la pintoresca y exótica guardia mora del Generalísimo.De esta época, en la que el mundo árabe tuvo un mero valor instrumental del que se sirvió la diplomacia franquista para romper el cerco exterior, data un elenco de convenios culturales en los que nunca se intentó la menor aproximación entre ambas culturas, pero que instalaron un entramado burocrático que pretendía justificar una acción inexistente. Actualmente existen numerosos centros culturales españoles, desde Rabat y Fez hasta Damasco y Bagdad, pasando por El Cairo, Beirut, etcétera. Lugares olvidados del Gobierno de Madrid y del presupuesto nacional, pero que podrían desempeñar una labor muy eficaz, dada la categoría humana e intelectual de los profesionales que los integran. Lógicamente, aquí habría que apuntar el cambio tan notable dado por el nuevo arabismo en España que, ante no pocas resistencias, ha conseguido romper con una imagen cultural árabe que no iba más allá de la España musulmana.

Más información
Oriente y Occidente, mitos de una geografía imaginaria

Las relaciones de España con los países árabes inician un giro considerable en el decenio de los sesenta. Giro que aún prevalece en nuestra política exterior. Dos son los factores que propician este cambio, dando un contenido real a lo que sólo era verbalismo o, en el mejor de los casos, rutinaria declaración de principios. Por una parte, el despegue económico español, ,que, consecuentemente, incrementa las necesidades de crudos petrolíferos. Necesidades que, finalmente, concluirían en una plena dependencia.

El segundo factor de cambio será el progresivo índice de conflictividad de Oriente Próximo. Las sucesivas guerras de 1948, 1956, 1967 y 1973 serán otros tantos peldaños que obligarán al Gobierno de Franco, primero, y de Juan Carlos, después, a considerar de forma más realista la temática de nuestras relaciones árabes. El Mediterráneo emerge en la escena internacional como uno de los mayores focos generador de tensiones encadenadas. Las protestas árabes ante la utilización de las bases USA instaladas en España como puente del desembarco de infantería de marina estadounidense realizado en Líbano, en 1958, obligará al Gobierno español a la adopción de una serie de medidas que eviten la utilización, directa o indirecta, de dichas bases frente a un posible conflicto en Oriente Próximo, como ocurrió en 1967 y 1973, así como la muy reciente declaración del Gobierno de Madrid ante una hipotética intervención norteamericana en Irán.

A la dependencia económica se une, pues, una segura fragilidad de la seguridad peninsular en su flanco mediterráneo. Lo cual viene a demostrar, una vez más, no ya la discutible vocación europeísta de. España, que está fuera de debate, pero si su insuficiencia. La política exterior española queda amputada de una de sus dimensiones fundamentales si se prescinde de su problemática con los Estados y pueblos árabes. Y se habla de pueblos porque hay un tercer factor que ha venido a incrementar el contenido de este complejo relacional: se trata de la cuestión palestina. Aquí, puede afirmarse sin caer en el ditirambo, la política española ha sido pionera

Cuando la Asamblea General de la ONU reconoce los derechos inalienables del pueblo palestino al ejercicio de su autodeterminación, el 22 de noviembre de 1974, España y Portugal fueron los únicos Estados del bloque occidental que votaron afirmativamente la Resolución 3,236 (XXIX); el mismo día, la delegación española también votaba a favor de la resolución 3.237 (XXXIX), que concedía a la OLP la condición de observador ante las Naciones Unidas. En este sentido, deben entenderse las continuas declaraciones del Gobierno español sobre Oriente Próximo, la visita, en el mes de septiembre, de Arafat, y, muy recientemente, el comunicado conjunto hispano-soviético en el que se insiste en la petición de la retirada de las tropas israelíes de los territorios ocupados en junio de 1976, la realización de los derechos nacionales del pueblo palestino y el derecho de todos los países de esta región a vivir en paz y en seguridad.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Consecuente con esta postura diplomática y política es el no reconocimiento del Estado de Israel, que ciertamente podrá ser objeto de discusión, pero que como mínimo es coherente con las decisiones de las Naciones Unidas. Por otra parte, la solidaridad con la causa palestina constituye actualmente el eje en torno al cual tienen que ajustarse las relaciones de cualquier país con el resto de los Estados árabes.

Esta visión apresurada podría conducir erróneamente a un balance optimista de las relaciones hispano-árabes; pero así como este mundo no se acaba en el norte de Africa, también el Magreb forma parte de este conjunto relacional. Y este sector es, precisamente, el que en la actualidad envenena una parte fundamental de nuestra política exterior. Mientras no se haya dado solución al problema del Sahara Occidental, solución que pasa ineludiblemente por la autodeterminación del pueblo saharaui, nuestras relaciones con Marruecos y con Argelia serán frágiles y contradictorias, cuando no conflictivas. Y todo ello sin mencionar los nombres prohibidos de Ceuta y Melilla.

Roberto Mesa, sevillano y profesor de universidad, experto en temas de neocolonialismo, ha publicado, entre otros textos: Vietnam, conflicto ideológico, La rebelión colonial y Teoría y práctica de las relaciones internacionales.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_