Stan Getz, "el sonido" en Madrid
De cuando en cuando, la ciudad gris se alegra con la cercanía de un mito. Sólo que en esta ocasión el mito se llama Stan Getz y sus poderes. con los que actúa estos días en Madrid, son un saxo tenor y una cierta paranoia.El panorama jazzístico madrileño se h a caracterizado siempre por una cierta atonía y la omnipresencia de los mismos músicos a lo largo de las sucesivas temporadas. Desde que uno tiene uso de razón escucha los nombres de VIady Bas, Pedro Iturralde o Jaime Marques, a los cuales se suman, ocasionalmente, los de Tete Montoliú o Lou Bennett. Así, el aficionado jazzy madrileño es un tipo que persigue las pocas ediciones discográficas que aparecen en nuestro país, pide discos en el extranjero y se (teja caer por los pocos clubes que hay, a fin de intercambiar conocimientos, emociones y novedades que sin ese contacto humano se convertirían en una especie nueva de onanismo musical.
Un par de veces al año el principal mentor del jazz-Madrid, Luis Andrés Bourbon, acostumbra a traer a alguien famoso, le encierra en la cava del Balboa Jazz y por el cuestionable precio de setecientas pesetas, tarde, o 1.500 pesetas, noche (con derecho a copa), se justifica a sí mismo y de paso a unos parroquianos que tienen de esta manera tema de conversación para unas cuantas semanas.
La figura era en esta ocasión Stan Getz, uno de los principales saxos tenores de los años cincuenta y que a través de los sesenta y los setenta ha sabido mantenerse en una cierta actualidad, a base de incorporar a su grupo jóvenes que tienen la doble ventaja de resultar baratos como acompañantes y estar llenos de ideas frescas y dispuestas, a manifestarse a la primera oportunidad. Así ha pasado por todo tipo de músicas, desde la Big Band de Woody Herman (donde se lanzó), pasando por el jazz-bossa, de cuya etapa se ha editado aquí algún disco con Astrud Gilberto. Tampoco despreció los buenos servicios de Chick Corea, de Gary Burton o de Steve Swallow, ni la orquesta de cuerda que incluía en su álbum Focus.
A pesar de todo, la personalidad de Getz no es tan errática como parece a primera vista. Este hombre, que tiene ahora casi 53 años, encontró, cuando tenía veinte, el elemento que le iba a permitir sus múltiples locuras: el sonido. Un sonido claro, nítido y suave. Una manera de soplar diferente y que podría considerarse el paradigma del cool, estilo que sin tener nada de frío implica, en cambio, un cierto reposo, la búsqueda de la intensidad a través del susurro y no del grito, de la elegancia y no del desgarro. Y así, Stan Getz llevará para siempre ese apodo The Sound (el sonido).
El Balboa Jazz tenía las puertas, estaban repletas de gente que intentaba ver y escuchar. «No, no hay sitio, pero se ha prorrogado también al domingo. A partir de las diez podrán comprar las entradas. No, todavía no han llegado. Se están duchando.» Porque Stan es un genio, y los genios se duchan de tal forma que llegan a su actuación con tres cuartos de hora de retraso. Pero al fin aparece, con su tripita, sin saludar a los amigos; un saxo lleno de polvo y una corte de jóvenes prometedores que parecen sus hijos. Y comienza la cosa. Composiciones de los miembros del grupo y una balada de Wayne Shorter, que fue lo más bello de la noche. Solos simpáticos, pero conocidos del guitarra Jack Loeb; solos abu rridos, pero correctos, del pianista Andy La Verne, y un trabajo bárbaro, buenísimo, del batería (el único negro), Víctor Jons. Getz soplaba y, poco a poco, se iba calen tando. Obsequiaba a la audiencia con todos sus clichés, pero como no le habíamos visto nunca se agra decían hasta las más evidentes muestras de autocomplacencia.de este genio. Se aplaudía todo, que para eso se ha pagado una pasta, y al fin y al cabo no está mal, aunque esta gente no sepa valorar todavía el silencio en la música; aunque este sea un jazz bastante viejo; aunque de toda evidencia este sea un contrato más que hay que cumplir, y, según dicen, por 7.000 dólare s (cerca de medio millón de pesetas) los tres días. Dentro de poco, a principios de diciembre, estará aquí mismo el pianista Bill Evans, y el sufrido amante deljazz madrileño podrá emprender de nuevo su peregiinación particular a esta nueva, pequeña y humeante meca de la música que fue.
Babelia
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