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Urculo: "Pintar bodegones, un «revival» del siglo XVII"

Ayer inauguró su exposición "Los frutos de Sa Pleta"

Urculo inauguró ayer en la galería Sen, de Madrid, una exposición de bodegones que se titula Los frutos de Sa Pleta: peras, manzanas, aguacates, uvas, limones: menorquinos y apetecibles, los frutos de Urculo, entre arquitecturas y telas prerrafaelistas, son, según dijo a EL PAIS: «Ya ves, un revival: pero en vez de andar por esos terrenos cutres, de la brillantina y los años cuarenta, yo, en plan revival, lo hago del siglo XVII.»

«Hablando en serio», dijo Urculo en esta entrevista, que se hizo prácticamente él solo, «detrás de estos bodegones hay una historia que para mí es importante: es la historia de una serie de aconteceres misteriosos y también, más tarde la historia interior de toda mi pintura. De esto cuenta algo en el catálogo Rafael Trenor, que me hizo las fotos de aquellas composiciones de frutas en Menorca, y que luego yo pinté aquí.»«La historia empezó», dice «cuando yo quise irme a Menorca, que es un sitio que me enrolla muchísimo, donde deseo vivir y donde vivo realmente cuando voy. En el otoño de 1975, cuando esperábamos nuestro hijo, encontré esta casa, Sa Pleta, donde pretendíamos que el niño naciera y pasara sus primeros meses. Aquel año fue especialmente complicado: mantuve alquilada esa casa desde Madrid, donde en realidad viví y donde ocurrió el nacimiento de mi hijo y la muerte de mi padre. Manteníamos alquilada durante todo un año esa casa soñada en la que no podríamos estar... Entonces pinté el primer bodegón de frutas de mi vida.»

«Este año volví a Menorca, y en ese reenganche ha surgido la exposición de frutas. Junto a aquel bodegón pintado entonces aquella casa en que no fue posible vivir, y como para entroncar con él, empezaron a suceder cosas: conozco a la dueña, una americana, una californiana. Le cuento la historia frustrante de aquella casa, y me da la llave.»

«Efectivamente, las composiciones, las fotos de las composiciones, las hicimos en Menorca. Son las fotos de un sueño que luego hay que pintar en la ciudad. Aquí es donde el sueño encuentra su sentido, porque sólo se sueña lo opuesto a lo que se tiene. Lo opuesto a la ciudad es aquello: allí no puedo pintar. Allí se va a alimentarse, para luego volver y seguir soñando aquello... Los cuadros se convierten entonces en una especie de memorias.»

«Y es que», sigue Urculo, «estoy tan convencido de que la voluntad juega aquí un papel pequeñísimo. Tanto que, con esto de los cuadros, el primer sorprendido eres tú, porque lo de pintar no es más que repetir el delirio, el viejo rito.»

Va mostrando Urculo los distintos cuadros: frutas entre telas, frutas con un fondo neomoderno, frutas entre arquitecturas que son todo ornamento y terraza e inutilidad, frutas mirándose, apoyándose, saliendo de un espejo: «Al principio pensé los bodegones de frutas entre el neón neomoderno, en esas formas y esas atmósferas. Luego me lo prohibí, aunque hay algunos cuadros con ello. Y me lo prohibí porque esa modernidad de los cuarenta, de la brillantina y el estilo imperial me parece muy cutre. Fatalmente, todos somos tan modernos: yo, la verdad, prefiero la peluca con polvos de talco, a la gomina... Pienso, con Borges, que el pasado es lo único que no engaña. Y lo pienso con él, a posteriori, cuando veo, con esa sorpresa que te decía antes, que en mi pintura, en plan revival, está el siglo XVII.»

Hay más cosas en esto: pintar frutas es encontrarse con zonas muy divertidas. Por ejemplo, el formato, el formato apaisado, y pequeño. Durante muchos años hemos estado pintando esos cuadros de gran formato, verticales o cuadrados, pensados para el museo. Concretamente, para el museo de Nueva York, ese rollo de Hollywood en que los pintores españoles están soñando... Y los museos no existen, y los que existen, ya están llenos de cuadros. Así que los pintores estamos en esquizofrenia feroz. Para superarla hay que reconciliarse con las casas. A nosotros nos compran los cuadros los que tienen casa, no los que tienen museo. Así que para mí es tierno volver a pintar ese cuadro apaisado que viene bien encima del tresillo. » Luego no es verdad: hay en esta exposición un cuadro apaisado, alguno de gran tamaño -de ese tamaño museo, del que habla- y otros de un formato mediano.

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