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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Y el referéndum vasco

EN EL País Vasco, al igual que en Cataluña, el referéndum del Estatuto no guardaba ninguna posibilidad de sorpresa, en lo que respecta a los votos negativos, propiciados por Fuerza Nueva y Alianza Popular. El 90,29% de «síes» y el 5,14% de «noes» muestra la patética debilidad y la mínima representatividad de la extrema derecha en Euskadi. En cambio, la abstención estaba cargada, en Vizcaya, Guipúzcoa y Alava, de una significación política real, al ser patrocinada por Herri Batasuna, la coalición electoral identificada con la estrategia política de ETA militar, que había obtenido en las elecciones legislativas y municipales un apreciable respaldo. También en este caso, dos grupos de la izquierda extraparlamentaria habían hecho campaña en favor de la abstención, pero sin que su influencia social sea equiparable a la del independentismo radical.El referéndum ha representado para Herri Batasuna un espectacular revés. El nivel de abstención en el País Vasco ha sido sensiblemente igual al registrado en Cataluña (esto es, unas décimas por encima del 40%), notablemente inferior al 51% conseguido por el PNV en el referéndum constitucional del 6 de diciembre (ocasión en la que Herri Batasuna hizo campaña por el voto negativo) y superior, en menos de cuatro puntos, al de las elecciones municipales de abril de 1979 (cuando también la coalición independentista radical concurrió a las urnas). Resulta así que Herri Batasuna apenas ha conseguido mejorar en 60.000 votantes -sobre millón y medio de electores- la abstención producida hace seis meses por los defectos técnicos del censo, el abstencionismo natural y la apatía ciudadana, ya que en aquella convocatoria nadie propugnó el boicot a las urnas. Y también se deduce de ese contraste que la eficacia del PNV en el País Vasco, responsable del elevado abstencionismo en el referéndum del 6 de diciembre, es mucho mayor de la que Herri Batasuna, su antagonista en el campo de la ideología nacionalista, ha logrado alcanzar en el punto culminante de una trayectoria que, a partir de ahora, no puede sino entrar en pérdida.

El «pucherazo del miedo», intentado por la coalición populista, ha terminado así en un sonoro fracaso. Sobre todo si se tiene en cuenta que los efectos del amedrentamiento deben ser contabilizados en ese 40% de abstenciones,junto con los votantes sinceramente partidarios de Herri Batasuna, los seguidores del MC y de los trotskistas, los censados por partida doble o definitivamente ausentes, los alejados de las urnas por enfermedad, viajes, indiferencia o ignorancia y los ciudadanos dimisionarios de sus responsabilidades públicas por cansancio, desencanto o apatía. Un indicador de que ese clima de temor ha existido es precisamente el elevado porcentaje de votos por correo, enviados por quienes presagiaban un día electoral presidido por la violencia, coacciones para llegar a los colegios o represalias por ser vistos delante de las urnas. Poco importa que Herri Batasuna convierta ese indicador del amedrentamiento producido por su campaña abstencionista, dirigida a crear condiciones no democráticas para el ejercicio del derecho a voto el 25 de octubre, en una falsa prueba para justificar su derrota. Porque, en este terreno, la discusión parece inútil: la resuelta minoría sólo aceptaría como dadas las condiciones democráticas para un referéndum en el caso de que pudieran imponer, mediante las armas y el terror, una votación favorable a sus tesis con porcentajes similares a los habituales en plebiscitos amañandos de los sistemas totalitarios de uno y otro signo. ¿Pues no dijo un portavoz de ETA militar que abandonarían las armas si el Estatuto recibiera el 99% de los votos del censo?

Ahora bien, los éxitos democráticos, como el obtenido en favor del Estatuto en el País Vasco, no pueden imitar a las victorias autoritarias, no sólo en sus procedimientos, sino tampoco en sus consecuencias. La mano tendida por el lendakari Garaicoetxea, la misma noche del escrutinio, a los sectores abstencionistas que acaten el resultado de la consulta popular -al igual que el PNV hizo con la Constitución- y que acepten trabajar por la reconstruccíón y pacificación de Euskadi en un marco democrático es un gesto que honra a quien lo ha hecho y a quien, eventualmente, lo acepte. Si las declaraciones del señor Letamendía, diputado de Herri Batasuna, publicadas ayer por EL PAIS, fueran el arranque de una línea coherente de pensamiento y de conducta, abrirían la perspectiva de que el diálogo con el independentismo radical no es imposible. Porque el deseo de «salir de esa actitud numantina de estar contra todos» y de iniciar una «vuelta a la razón», la petición de «una baza para que podamos tener autoridad moral» y la exhortación para que «disminuya la agresividad» parecen, en labios del diputado Letamendía, algo más que simple retórica.

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Pero para que esa difícil, pero no imposible, reconversión de los violentistas en demócratas llegara a producirse no bastaría tan sólo con la voluntad de diálogo del PNV ni con el cambio de actitud de determinados sectores de Herri Batasuna, que, probablemente, no arrastrarían ahora tras de sí, empero, a los núcleos más irreductibles y fanáticos de esa coalición y de ETA militar. Sería necesario que, al igual que en Cataluña, la ruta iniciada con el referéndum popular del Estatuto no fuera una senda de frustraciones y desencantos para los vascos, a causa de las argucias, triquiñuelas, recortes y tardanzas del poder ejecutivo y de la mayoría párlamentaria, sino un camino real hacia auténticas instituciones de autogobierno, abierto a fórmulas inteligentes y políticas para la eventual negociación de la incooración de Navarra a Euskadi. Hay que ser conscientes de que las armas no van a callar en el País Vasco de la noche a la mañana, pero también hay que albergar la esperanza de una mejoría gradual de la situación a medida que los hechos demuestren que la autonomía votada ayer es el arranque de una etapa cualitativamente nueva para el País Vasco, para Cataluña y para España entera. La grave crisis económica mundial azota las estructuras productivas de Euskadi con especial intensidad, agravada por el clima de inseguridad y temor creado por el terrorismo. A la larga, la pacificación de Euskadi será a la vez la precondición y la consecuencia de esa recontrucción que la industria vizcaina y guipuzcoana necesitan para sobrevivir y que la sociedad vasca tiene que propiciar para seguir disfrutando de sus tradicionales niveles de ingreso y de empleo.

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