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Tribuna
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La movida

A las cinco de la mañana, con un relente de chabolas y una cristalería de estrellas, como anises rotos por el cielo, empieza a moverse la movida (mercados de Legazpi, mataderos de Legazpi, las pirámides aztecas de las naranjas, el alba del alhelí de la lechuga) y es cuando unos cientos de hombres, desde el cheli de guita y discoteca hasta el viejo tahúr que baraja en el aire sólo aire, cargan banastas, pesan pesadumbre, basculan básculas, traen y llevan, con rumor y esfuerzo, los colores ingentes del trabajo, eso que Zola llamó, en los grandes mercados, los vientres de París.Los vientres de Madrid, puerto en seco, gritón y deses camado, de la Puerta de Toledo, mataderos municipales, con un aire entre Chicago y galdosiano, y este mercado de Legazpi, has ta donde ha venido el mar, con sus huertas y olores, durmiendo como un gigante en los camio nes de toda la noche. Aquíla juventud, otrajuventud, aquí la movida, moviéndose en la luz de madrugada, el ajetreo portuario, los solemnes viajes de la fruta, en altos serones, como purpurados, como obispos leprosos de Orihuela, del huerto de Miró, que bendicen de olor a las masas madriles, a la movida gris y juvenil.

Siempre el ángel de plomo del trabajo, la humillación del hombre por el hombre, y el paso de los cielos con cara de Wojtyla o don Marcelo, en silla gestatoria de banastas, presidiendo el sudor de los humildes.

La movida. Un trabajo frenético y temprano. Nueve de la mañana. Ya perfuma Madrid, hasta el traspatio azul y el secarral, la cebolla murciana, ya cuelga del cielo bajo de los pobres, emparrado de oro y cartonajes USA, el racimo de uvas de Almería, los vientres de Madrid, y la hazaña temprana de la movida.

Vicente, moreno y duro, sabe de qué va eso y tiene mano en la movida. Vicente cuenta cosas. El que le hacía las cuentas - « Le di cuartel porque venía volcado y se fue con la caja. Tuve que caerme yo con el importe»-, o el que viene de sorna, rolex y unos miles, el que tráe polvo blanco, nieve, hachís del XVIII para los camioneros:

-Se lo he dicho. Un día los camioneros te van a pisar la cabeza. Cuidado, que te la pisan.

Terminado el trabajo matinal y violento, hacia las nueve o diez de la mañana, cuando los políticos cogen en el sueño el primer teléfono confidencial y delator, la movida se mueve hacia sus huras, el descanso, el almuerzo, bares, cantes, los que van ceguerones a fumárselo, y las lumís que llegan, buscando un macho a esa hora (una lumí a las diez de la mañana, qué delirio, después de la movida, en una pensión desguazada de Legazpi). 0 el burle.

-Que yo conozco un sitio para desayunar pájaros fritos.

-Vamos allá.

-Es que es en Sevilla.

Y se van a Sevilla sin pensarlo.

0 éste al que le pidieron una moto

-Que vamos y volvemos en seguida.

La primera postal se la pusieron desde Lisboa.

El buen burgués que quiere denunciar a unos troncos y toma nota de! seiscientos.

-¿Ya ha tomado nota? Pues ahora le tiramos al río su seiscientos.

Y se lo tiraron.

Legazpi, patria sureña, circular y frutal de una raza entrecheli, grismadriles. Y la movida. A las cinco de la mañana, por un sur de chabolas y un relente de licores dormidos en el cielo, el trabajo durísimo y como egipcio de unajuventud con la que no se cuenta, marginal antes que sindical, que prefiere buscárselo a su modo, impaciente de haber madrugado tanto, queriendo, en mitad del día, hacer una hoguera musical de bossa-nova, en el mercado, o un rock bárbaro de hachazos a la guita, todo el odio, todo el furor y toda la injusticia que ya encrespa su vida entre manzanas.

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