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Crítica:TEATRO/
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una fábula con caballo y hombre

Leon Tolstoi depositó una breve filosofía triste en su cuento Historia de un caballo; el autor soviético Mark G. Rozovski, y su colaborador Yuri Riashentsev, al convertirlo en espectáculo teatral, lo incrementaron con un leve mensaje marxista de base, lo cual no es contradictorio con Tolstoi; Llovet le añade, en lenguaje castellano, rico y jugoso, un lirismo, unos toques irónicos, que el director Manuel Collado acentúa con una dirección brillante. El resultado es un buen espectáculo -musical-, bondadoso y ternurista, en esa línea de teatro que priva al adulto de sus defensas, de sus escepticismos, de sus necesidades de algo más, y le infantiliza un poco. Diríamos, en una comparación sumaria, que es casi un equivalente del Diluvio que viene, pero bordado en un cañamazo más fino, con matices más delicados.Tolstoi, conde campesino, cristiano primitivo, bondadoso natural, sentía ternura por los animales. El maltratado, dominado, poseído animal. Escribió una colección de fábulas. En una de ellas, El mujik y el caballo, hay un caballo que dice a su amo que quiere evitar que le capturen sus enemigos -hay una guerra-: «No te seguiré, porque yo no estaré mal con tus enemigos: lo mismo me da trabajar para ti que para ellos.» Podía ser una transparencia del siervo, incluso del pueblo siempre explotado. Esta idea se traslada a la Historia de un caballo: el mensajillo marxista consiste en pequeños alegatos contra la propiedad abusiva: el caballo no comprende a los hombres que tienen ese sentido de propiedad, que le venden y le compran; no comprende que sean unos dueños de otros, de sus mujeres... Es un caballo pío, despreciado por feo de pelaje, encumbrado por extravagante, castrado para evitar que se reproduzca, capaz de ganar una carrera, explotado, destrozado y, finalmente, sacrificado. En torno a este protagonista hay un coro de finos potros y elegantes yeguas. Y una colección de seres humanos -los posesores, los amos-, no tratados con rudeza ni con odio, sino con ironía, con distanciamiento.

Historia de un caballo, de Mark G

Rozovski y Yuri Riashentev, sobre un cuento de Tolstoi.Traducción de María Sánchez Puig, adaptación de Enrique Llovet. Intérpretes: José María Rodero, María José Alonso, Francisco Valladares, Gonzalo, Antonio Canal, Luis Lasala Escenografía y vestuario, Carlos Cytrynowski. Dirección, Manuel Collado. E streno: Teatro Maravillas, 15-10-79.

La obra es pequeña. Se queda muy corta para quien busca algo más en el teatro. Pero es capaz de contener un buen espectáculo. Manuel Collado ha conseguido ese buen espectáculo, brillante pero sin excesos, sin protagonismos. Ha conseguido, con la ayuda del mismo Frederik, dar al numeroso reparto unos movimientos equinoides acertados; con la de Dina Rot, que voces no acostumbradas a cantar -salvo la excepción de Valladares y de Gonzalo- dieran al profano en música una sensación suficiente y no ingrata. En esa mímica y su pequeña coreografía se encuentra una virtud bien equilibrada: la de que funcione como debe el convencionalismo del teatro. Cytrynowsky ha construido un decorado también muy dentro de esta medida excelente: no trata tampoco de ser protagonista o de deslumbrar, pero sirve siempre la escena. Está la sensación permanente de establo, y está también, mediante leves añadidos, la transferencia del espectador al circo, al hipódromo en un día de carreras. La convención teatral sigue funcionando.

Todo puede funcionar como lo hace gracias a un conjunto de interpretación bastante aceptable, pero sobre todo a una calidad muy especial de su principal intérprete, José María Rodero. No es un papel fácil. Tiene varios fondos. Es un viejo caballo que cuenta su vida -sus distintas edades, su ufanía, su triunfo, su decadencia-; es también un hombre que se identifica con ese caballo, y un narrador -a veces- que se distancia de todo ello. No basta con que el mismo Frederik le haya montado escenas -como la de su muerte, que remeda un poco la famosa Muerte del cisne, de la Pavlova-: sin su capacidad de recepción y de interpretación no hubiese dado toda la ternura y la emoción que comunica. La voz, el gesto, son siempre adecuados. Francisco Valladares ha compuesto un personaje humano con ironía y con sensibilidad: es una caricatura amable, bien lograda. María José Alfonso no tiene suficiente papel: lo cumple.

La música está demasiado relegada para poder considerar el espectáculo como musical. Es elogiable que se haga en vivo, sin acudir al recurso, por muchas razones lamentabte, de la grabación. La situación de los seis ejecutantes en el foro y entre cajas hace que llegue apagada a la sala; le falta el brío y la brillantez de los cíngaros con balalaikas -y violines que prescribe el original. Ha tenido que ser objeto de una adaptación que la empobrece y no corresponde al resto del espectáculo.

En la noche del estreno, el público acogió todo con entusiasmo; interrumpió con aplausos algunas escenas y tributó ovaciones a todos. Especialmente a Rodero y a Valladares: además, naturalmente, de a todo el equipo quebajo la excelente dirección de Collado, han hecho posible algo no fácil de conseguir en el teatro español actual.

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