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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lenin y la contrarrevolución

Desde el momento en que comienza a generalizarse en la izquierda la conciencia del fracaso de la experiencia soviética en cuanto forma de transición al socialismo, la figura de Lenin pasa a ocupar una vez más el lugar central del drama, pero ahora no como héroe, sino como acusado. Se trata de saber en qué medida sus opiniones y sus decisiones prácticas han contribuido al desencadenamiento del estalinismo, de la contrarrevolución.En este marco resulta ejemplar el sucinto análisis que Carmen Claudín-Urondo realiza de las posiciones de Lenin respecto a la cultura. Ejemplar, en primer término, por fijar claramente sus límites. No se pretende atribuir a Lenin la responsabilidad del estalinismo, sino simplemente descubrir en su pensamiento los gérmenes de lo que el estalinismo llegaría a ser. Tampoco se supone que el campo estudiado fuera determinante del proceso: se trata simplemente de un elemento más en una problemática compleja. Y si el estudio se ciñe al pensamiento de Lenin es porque éste desempeñó un papel sin duda determinante, no porque se pueda prescindir de otros factores.

Carmen Claudín-Urondo,

Lenin y la revolución culturalBarcelona, Anagrama, 1979

La imagen que ofrecen los textos de Lenin es bastante clara: para él se trata de que las masas tengan acceso a la única cultura existente, la cultura burguesa. Desde esta evidencia se organiza el razonamiento de Carmen Claudín: Lenin acepta la cultura heredada del capitalismo como única cultura posible, sin llegar a plantearse la posibilidad de una «revolución cultural» que implique una ruptura con los valores heredados. Partiendo de la distinción de Claude Prévost entre cultura-civilización, cultura-ideología y cultura-saber en el pensamiento de Lenin, es posible vincular este «conformismo» cultural de Lenin con una noción eurocéntrica del desarrollo de la civilización. Y, más allá, es posible llegar a los gérmenes del estalinismo: la confusión entre desarrollo de las fuerzas productivas y transformación de las relaciones de producción, la manipulación economicista de los valores. Después, el paso del partido portador de la conciencia al partido que sustituye a la clase.

Es inevitable situar el análisis de Carmen Claudín dentro del clima ideológico que crean los acontecimientos de los años sesenta, la revolución cultural china y el nacimiento de la nueva izquierda en los países capitalistas avanzados, el hundimiento del mito de la Unión Soviética y la generalización de la crítica de izquierda a los países del Este. Ahora bien, en la medida en que ese horizonte se ha visto modificado por la crisis mundial de los setenta es posible plantearse nuevos interrogantes. (Recuérdese, por ejemplo, que diez años después de la revolución cultural se produce el triunfo de Deng Xiaoping.)

¿En qué medida no han demostrado los acontecimientos de China que la clave de la involución de la Unión Soviética no debe buscarse en el pensamiento economicista de los bolcheviques, sino en una realidad atrasada que imponía la prioridad del desarrollo de las fuerzas productivas a todo trance? Carmen Claudín nos recuerda a oscura profecía de Engels sobre el terrible destino de un partido radical que toma el poder antes de que las condiciones estén maduras para ello. ¿No deberíamos tomarnos entonces más en serio la posibilidad de que la revolución soviética no fuera una revolución socialista ni siquiera en su comienzo? Si aceptáramos definitivamente que las revoluciones que hemos conocido han sido desde su nacimiento revoluciones campesinas realizadas en nombre de una ideología proletaria, podríamos dejar de atormentarnos sobre las razones que llevaron a su fracaso.

La revolución soviética fracasó si pensamos que su tarea histórica era la construcción del socialismo. Pero ¿lo era? Quizá todo fuera más simple si volviéramos al viejo economicismo y aceptáramos que el socialismo será el resultado de la madurez del capitalismo, no de su subdesarrollo. El conservadurismo cultural de Lenin no sería menos real desde esta perspectiva, por descontado, pero el problema dejaría de ser la ideología de un sujeto y comenzaría a ser la cuestión de las condiciones materiales de su triunfo.

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