El "Réquiem de Guerra", compositor británico Benajamin Britten
Orquesta y Coro Nacionales. Coro infantil Itxas Soinua. Director: G. Sierra Larrinaga. Directores Coros: Lola R. de Aragón y Carmelo Llorente. Solistas: L. Haywood, D. Johnston y W. White, Organo: J. M. Azcue. Director: A. Ros Marbá. Programa: War requiem, de Britten. Audición de referencia: 12 de octubre.Hace diez años la Orquesta Nacional dio a conocer en Madrid el War requíem, op, 66, de Benjamin Britten, con el que Antoni Ros Marbá ha querido inaugurar la temporada 1979-1980. Se trata de una partitura escrita para la consagración de la nueva catedral de Coventry, en donde se escuchó por vez primera en mayo de 1962. En menos de dos años, Britten había ultimado la gran partitura, dedicada a cuatro soldados británicos caídos en la última guerra mundial, pero basada en poemas de Wilfred Owen, caído en la primera guerra mundial, así como en los textos litúrgicos propios del Requiem. Con ambos elementos, el compositor enfrenta la realidad de la guerra, tremenda realidad cantada impresionantemente por el poeta, y la presencia de la muerte. «Todo lo que un poeta puede hacer hoy es advertir», dice Owen con palabras que Britten escribe en la cabecera de su obra. Más estremecedoras todavía son aquellas obras del Libera me: «Amigo, yo soy el enemigo que mataste.» Estos dramáticos tonos humanos otorgan al Requiem de guerra dimensiones distintas a aquellos otros que se ciñen al texto latino de la liturgia. Lo que sucede también en la música. Existen como dos planos expresivos, de distinta intencionalidad, aparte de los diversos procedimientos utilizados. Admitido el «eclecticismo» de Britten no como defecto -lo he señalado otras veces-, sino como algo «constitutivo» de su obra, la persecución de «influencias» se me antoja tan difícil como inútil. Sobre todo si estamos ante una concepción unitaria, ante un amplio y diversificado mensaje, capaz de heredar procedimientos de varias épocas y estilos, desde el «simbolismo» de los barrocos, hasta la oleada del «requiem» romántico. Polifonía brillante, transparente o intimista frente a declamado lírico, verdadera exaltación de la palabra poética que, en casos como el Agnus De¡ alcanzan una alternancia estrecha para completar los textos «eternos» con los de la circunstancia guerrera. «Siempre hay un crucificado allí donde los bombardeos abren zanjas», canta el tenor. Y responde el coro: «Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, etcétera.» Y así, sucesivamente.
Obra de gran humanidad la de Britten; «requiem de guerra» para cantar a la paz. La verdad del sentimiento dominando la realidad del saber y la sabiduría profunda permitiendo la clara expresión del pensar y del sentir. Que éste es el secreto de la técnica: permitir la comunicación. Como es misión del intérprete no entorpecerla, dárnosla en su prístina claridad para hacernos partícipes, para conmover en suma. Antoni Ros Marbá, la Orquesta y Coros Nacionales, el conjunto infantil vizcaíno ltxas Soinua, que dirige Gorka Sierra, el organista Azcue, la directora Rodríguez de Aragón, el director del coro interno, Carmelo Llorente, y los tres espléndidos solistas lograron una excelente versión del Requiem de Britten: intensa en la expresión, equilibrada en juego de las líneas y de los diversos elementos, medida en las potencias y hondamente pensada. Ros Marbá es maestro singular para este tipo de música, en el que puede llevarnos por vías de lo lírico hasta la mayor y mejor efectividad patética. Sabe combinar la entrega y el control; moldear las masas sonoras como un cuerpo blando en sus manos. La soprano Lorna Haywood, el tenor David Johriston y el barítono Willard White, como oratoristas consumados y dueños, al mismo tiempo, de medios vocales precisos y preciosos, colaboraron con su impostado protagonismo a la calidad de un concierto que inauguró la temporada en clima de franco éxito. El que merece una jornada en la que la música estuvo excepcionalmente bien servida.
Babelia
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