Lo canalla
Mucho autor estos días, del beso blanco de Nuria Espert al beso de hombres con Fernando Tola, que llama teatro canalla al suyo (y lo es), pasando por la pieza/testimonio de Buero y su siempre emotiva presencia en escena, entre Cristo laico y Brecht del Café Gijón. Demasié.Uno, por influencia de las malas/buenas lecturas de los maudits (cuando los penenes del satanismo que ahora les han puesto de moda eran unos benditos niños), y por naturales inclinaciones de la carne y la calle, siempre ha pensado escribir un libro abierto (qué fecunda la relectura de la Obra abierta, de Umberco Eco, en Ariel, cuando el gato me deja el libro contra una sardina) sobre lo canalla. Luego llegué a la escéptica conclusión de que lo canalla es la miseria que se cree fascinante, y que con un empleo fijo en el Catastro se acaba lo canalla y el canalla.
Sin embargo, en estos días teatreros, nos ha venido la salvación por lo canalla. Ya hice columna, metiéndome en la camisa de once varas de Tartufo, sobre un intento de teatro político que la derecha puede apropiarse como se ha apropiado siempre de los. bienes culturales de la izquierda, quizá porque no los tiene propios. Luego asisto, con la solemnidad que tiene siempre lo catalán en Madrid, a la temporada del Teatre Lliure, que es gran teatro intemporal y no nos saca de dudas patrióticas, como cuando Buero estrenaba En la ardiente oscuridad, que estaba todo clarísimo. Con Franco resulta que éramos más claros.
Buero he dicho. Haciendo anciamiento brechtiano, él dijo la mejor frase de su obra después de la obra, personalmente:
-Queremos una democracia con aplausos y pateos, pero sin crímenes.
Aunque Jueces en la noche tiene la actualidad nerviosa del periódico de la tarde, sigue siendo una obra sobre la guerra hecha por un hombre de la guerra y presenciada por otro hombre de la guerra: Carrillo.
Desconcertado de Nurias, Bueros, catalanes, Shakespeares, túnicas y cosas, busco una vez más, en la alta noche, la vieja salvación en lo canalla, y hasta consigo arrastrar conmigo a Marta Cortés, bella como una niña del Giotto peinada por Leonardo, aunque me dice que no le ha gustado mucho la muestra Braque. (Diecinueve años, biológicas, novio, perro, hija del gran Toni Cortés.) Y damos en La marquesa de los huevos de oro, la madrugada tibia y estefánica, unas coplas de ciegoanarco y un diálogo criado/marqués que es un Mihura con la marcha corrosiva que no tenía Mihura.
Vicent, Álvaro de Luna, el gin-tonic de Marta, como cristal o lirio entre sus manos que entran en la sombra con la delgadez de la luz, todo el churriguerismo esperpéntico, hortera y deliberadamente golfo con que Tola, viejo tronco cuando siempre, ha enriquecido esa dialéctica siervo/señor escrita como por un Hegel canalla. No hago crítica de teatro, que ni debo ni sé, pero sí gloso lo canalla, viejo tirón de un satanismo siempre insuficiente. Hay ese momento en que el criado le recita al señorito las toponimias de las fincas del señorito, en copla, terminando con un «Cogolludo» como un gregoriano. Unamuno y Machado hicieron poemas con la mera enumeración toponímica de lo que queda en España, pero les faltó lo canalla.
Cuando unos fallan por elevación y otros por mediocridad, en esta hora crispada de España, cuando nadie acierta a decir la palabra teatral, pública, putrefaccionadora, atroz, el taco de izquierdas frente al altivo taco de derechas, he aquí que lo canalla, o sea Tola, mi querido canalla de noches en blanco más que noches blancas, ha acertado con los albañales del idioma (como Vazlle, con perdón, en su momento) para cuajar el albañal históricosocial que hoy vivimos. Lo canalla es una moral para cuando fallan los moralistas, ¿sabes, Marta, amor?
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