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El tercer viaje internacional de Juan Pablo II

Duras palabras del Papa contra la violencia y el terrorismo

Juan Arias

Cuando Juan Pablo II llegó ayer a Irlanda y repitió, como en sus viajes precedentes, el rito de besar la tierra, se encontró en un país que le recibía, como decía un diario a toda página, «con los brazos abiertos». La ciudad de Dublín estaba materialmente vacía. Más de un millón de irlandeses, una tercera parte de toda la Irlanda del Sur, le esperaba desde el amanecer en el enorme y bellísimo Phoenix Park, un gran prado de 870 hectáreas.Poco antes de tomar tierra en Dublín, a las diez de la mañana, el Papa pudo ver desde el avión esta marea de gente que, con las manos en alto y agitando banderas y pañuelos, saludaba al Boeing-747, de color verde, al que, desde el momento de sobrevolar tierra irlandesa, daban escolta cuatro cazas del Irish Air Corps.

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Nunca Irlanda vivió en su historia, afirman aquí sin rebozo, un día tan feliz: «Ver al Papa de Roma es el sueño de todo irlandés.» La primera ceremonia religiosa, después del recibimiento sobrio e impecable del aeropuerto, donde fue saludado por las autoridades civiles y religiosas mientras tronaban en el aire las veintiuna salvas de cañón debidas a los jefes de Estado, duró más de cinco horas.

lmportante y duro curso del Papa contra la violencia y el terrorismo

Acabó con un canto general y bailando todos, grandes y pequeños, canciones de todo tipo, hasta con la música del can-can. El mismo director de la orquesta de la policía en algún momento se puso también a bailar. Una joven me decía: «No se crea que estamos borrachos. Es sólo felicidad; además estos días están prohibidas todas las bebidas alcohólicas.»El Papa, a pesar del servicio de orden severísimo, acabó perdiéndose a pie entre la muchedumbre: le cogían por la mano, le besaban le abrazaban. Ni en México hubo tanto delirio. En Polonia era otra cosa. Aquí la fe religiosa es más festiva, casi andaluza. El Papa se encontró con un catolicismo enormemente tradicional. Los obispos le dijeron que toda Irlanda en masa se ha confesado y comulgado para prepararse a la visita del Papa. Los diarios más importantes dedicaban hasta veinte páginas a la llegada del Papa. Están dando en directo por televisión todo lo, que hace el Papa, hasta sus viajes en helicóptero minuto por minuto.

Aquí no existe contestación religiosa: no se ve ni un cura progresista. Aquí es sólo locura por el Papa, que le llaman «nuestro Papa». A esta masa de católicos profundamente piadosos, el Papa les ha gratificado animándoles a seguir fieles a las prácticas religiosas. Sin preocuparse demasiado de las disputas teológicas, les ha presentado una eucaristía como «presencia real», que es el punto de mayor dificultad en las otras iglesias cristianas. Pero, al mismo tiempo, vivió con ellos una misa como una gran fiesta. Como una romería gigantesca e interminable.

Más tarde, con sólo una interrupción de media hora para probar el salmón y las langostas que le habían preparado, Juan Pablo II pronunció el discurso contra la violencia y contra el terrorismo más importante y orgánico que jamás haya pronunciado la Iglesia.

El viento también acogió al Papa en Dublín y le colocó parte de su capa sobre la cabeza cuando, a su llegada, saludó a los fieles
El viento también acogió al Papa en Dublín y le colocó parte de su capa sobre la cabeza cuando, a su llegada, saludó a los fielesAF

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