Para el Vaticano sólo existe una Irlanda
Pensaba que habría dificultades y fue sencillísimo. Llamé al cuartel general y me dijeron: «Venga usted cuando quiera.» «¿A las diez?» «A las diez.» El cuartel general del ejército inglés en el Ulster tiene la estructura de los antiguos castra romanos. Una doble muralla de red metálica rodea el gran poblado de casitas bajas, a la inglesa, con césped verdísimo. Allí viven soldados, jefes, familias. Hay escuelas, centros de recreo y de convivencia. El poblado se diferencia de cualquier otro, irlandés o inglés, en que las carreteras interiores están bordeadas de red metálica y en que los cruces están vigilados por soldados con el fusil en las manos y el dedo en el gatillo.Primero revisaron el taxi de arriba abajo y, luego, pidieron. al taxista que, para esperarme, lo situara a cien metros de la puerta, fuera del recinto. A mí ni me miraron el bolso, ni me cachearon, pero fueron muy exigentes con mi documentación. Vino a buscarme el comandante que había concertado la cita, recogió mis documentos y me acompañó a las oficinas centrales. Junto a ellas, una alta torre metálica cubierta de pantallas parabólicas pegadas por todos los costados como lapas. No se diría que estábamos en un cuartel, sino en un centro de investigación. Grandes fotos en los pasillos, decorándolos; estrechos pasillos de oficina. Me llevaron al servicio de prensa. Buscando a su jefe superior mi acompañante abrió una de las puertas y pude entrever un gran salón con una mesa en herradura llena de pantallas de televisión, o terminales de datos, y teléfonos. Pero no era allí.
Me hicieron dos advertencias: una, que me pareció lógica, que no hablaríamos de política, y otra, que me sorprendió, que no podría publicar sus nombres, aunque me los dieron. Les pregunté por qué y su respuesta me sorprendió aún más: «Porque el IRA tiene las manos largas.» Esta gente se toma en serio al enemigo, sabe que está en guerra y evita peligros inútiles; bueno, esto lo he pensado después.
Los dos jefes con los que hablé viven, según me dijeron, fuera del recinto del cuartel general. Estaban allí de paisano, tenían pinta de ejecutivos y sus planteamientos eran corteses, pero, hablando del problema, asépticos.
Eran, por supuesto, los planteamientos del ejército inglés; es decir, los planteamientos del Gobierno inglés; es decir, una de las caras del problema irlandés. Me sorprendió no sólo la facilidad de la acogida, sin previa presentación ni garantía de nadie, sino la cantidad de documentación que inmediatamente pusieron en mis manos: fotografías, estadillos de muertos, heridos, capturas, prisioneros, en los últimos diez años en el Ulster; un libro blanco con preguntas y respuestas analizando el problema. Un problema que, desde su punto de vista, gira sobre esta frase: «Nos iremos cuando la mayoría quiera.» La mayoría es protestante y partidaria de la unión a Inglaterra.
«Que se vayan»
En los muros de ladrillo rojo de las casas de los ghettos católicos, de las fábricas, en las tapias de las carreteras, se ven pintadas con el «Brits out» («Fuera los británicos»). Es el «que se vayan» de los irlandeses republicanos. Que se vayan los soldados británicos. Hay en el Ulster 13.000 soldados: 39 brigadas en Belfast, 8 en Derry, 3 al sur. A estos soldados hay que añadir otros 7.500 voluntarios y unos 8.000 policías. El Ejército actúa en colaboración con la Policía, pero por encima de ella. Se metió en este gran pantano de la guerra religiosa (pues es guerra religiosa), socioeconómica (pues es enfrentamiento socioeconómico), geopolítica (pues es enfrentamiento territorial), viscerohistórica (pues es planteamiento visceral basado en sentimientos y en el gano-y-pierdo de la historia), en 1969, cuando un gran enfrentamiento entre católicos y protestantes, en Belfast, supuso una serie de muertos y quinientas casas destruidas, y ni policía ni bomberos daban abasto o tomaban partido decididamente en favor de la mayoría-burguesía-jerarquía protestante, partidaria de que el Ulster siga unido al Reino Unido.
Al comienzo, la población minoritaria católica recibió con alivio la presencia de los soldados, pues estaba acorralada entre la policía y los extremistas protestantes. Pero, luego, la presencia del ejército inglés -es decir, irlandés del Norte también, mientras Irlanda del Norte siga siendo parte del Estado inglés- se ha convertido en obsesionante y símbolo de ocupación a través de la propaganda que realiza el IRA y el Sinn Fein.
De hecho, los encuentra uno por todas partes. En mi primer viaje al Ulster cometí la ingenuidad de caminar por las calles con gabardina oscura -llovía, y eso no es novedad- y mi boina, una chapela respetable, que me hace de agradable paraguas ancestral y atávico atavío. Yo no me daba cuenta, pero debía resultar una aparición extraña. En Belfast pasan y repasan las calles jeeps con soldados, o policías, con fusiles en las manos, y tanquetas blindadas con mirillas, por donde escapan como ramas secas puntas de fusiles y que arriba tienen su ametralladora giratoria y un soldado con casco y chaleco antibalas que va mirando a todas partes, como buscando a alguien.
Las gentes de Belfast los ven pasar sin mirarlos. En aquel primer viaje, yo, con mi boina y mi gabardina oscura, fui detenido en un solo día cuatro veces por esas patrullas, que se lanzaban desde atrás a velocidades endiabladas a cortarme el paso, metiéndose en la acera. Me miraban el pasaporte, llamaban por teléfono a sus jefes, me revisaban el bolso e incluso hacían funcionar el magnetófono para ver si era de verdad y no un magnetófono de goma-2. Bajaba las manos, me devolvían todo, muy correctamente, y me dejaban marchar.
Cuando en mis correrías me entrevisté con un sociólogo de la Queen's University y le hablé de esta obsesión de los soldados se echó a reír: «Usted va por la calle con el uniforme del IRA», me dijo. Gabardina negra y boina. No me lo creí entonces, pero en este segundo viaje, en la sede del Sinn Fein -diríamos que es el brazo político del IRA- me dijeron que no había que bromear con esas cosas y que mejor era mojarse que recibir un tiro. En Belfast, a las cinco de la tarde, la gente desaparece de las calles y caen las persianas metálicas.
Las calles del centro de la ciudad están cortadas por distritos con una especie de controles aduaneros en los que, bajo el fusil vigilante de un piquete de soldados, un policía o una mujer policía cachean a quienes transitan, registran a quien pasa de un sector a otro, lleve en la bolsa periódicos o tomates. En esas calles el soldado es un elemento más del paisaje urbano, y todo objetivo militar, una fortaleza. Por ejemplo, dentro de la zona controlada hay una oficina militar, creo que de veteranos, que está como encerrada en una jaula: toda la parte baja del edificio, desde la ventana del segundo piso hasta la calle, a lo largo de toda la manzana, encerrada en una jaula, como si fuera una de esas grandes pajareras del zoo.
La tristeza de Belfast
La red metálica es uno de los elementos del paisaje urbano del Ulster. En Belfast hay calles en las que a un lado viven católicos y al otro viven protestantes. Cada casa tiene las ventanas y las puertas rodeadas de red metálica, una red metálica no a rombos, sino a cuadros, con varilla más fuerte, pero de parecido resultado estético a las que protegen nuestros gallineros. Caminar por Belfast produce gran tristeza: en las barriadas católicas la pobreza o el descuido externo, junto con los grandes pedruscos colocados en las aceras, para evitar que aparquen coches llenos de bombas -en las zonas céntricas, junto a las oficinas oficiales, hay grandes bidones de cemento o incluso grandes tiestos de flores-, las ventanas con red, los escaparates con red, las puertas con antepuertas de red, dan compasión. Pasear por esas calle solo, incluso a la luz del día, es sentirse vigilado, es sentir que se erizan las alambradas de red metálica puestas al acecho. Los barrios residenciales protestantes son otra cosa, otro mundo: mundo de chalecitos con césped y camelias, y pájaros, y perros soñolientos. Y uno no se explica -o se lo explica inmediatamente- por qué es entre los pobres donde estallán las bombas y el odio.
Lisburn... Por cierto, al pueblo de Lisburn, que está a veinte kilómetros de Belfast y a quinientos metros del Headquarters Northeen Ireland, lo asaron a bombazos los del IRA hace unos días, y de nada sirven las pancartas que se ven de cuando en cuando por la carretera y que anuncian esta vez, no dentífricos, sino cosas como éstas: «El único intermediario entre Dios y el hombre es Jesucristo.» Pues, ni eso. Bien, allí, en el cuartel general de Lisburn, me aseguraron que la guerra contra el terrorismo está siendo vencida. Para equilibrar, me dijeron que, no sólo hay terrorismo del IRA; que hay un IRA más de extrema izquierda, que se llama INLA (Irish National Liberation Army), y terrorismo protestante de la UDA (Ulster Defence Association), y del UVF (Ulster Volunteer Force).
Y me daban esta prueba: en los periódicos de Belfast se anuncia el teléfono confidencial de la policía y la gente llama, y, gracias a eso, los soldados y la policía «podemos coger a alguien». El problema es la frontera, me dicen. Casi quinientos kilómetros y al otro lado una policía que no lleva armas y un ejército con el que no existen relaciones. A la larga, en esta guerra se vence, pero la solución no es militar, sino política. Pero hasta ahora ninguna de las soluciones políticas que propone el Gobierno inglés es aceptada por los dos bandos a la vez.
Por su parte, en la sede del Sinn Fein están seguros de que ganarán ellos. «Nuestro objetivo, a corto plazo, es expulsar a los británicos de Irlanda y, a largo plazo, establecer una república socialista basada en principios republicanos y con separación de Iglesia y Estado. Los del INLA, por su parte, creen que lo primero es la liberación social.»
En diez años, 1.978 muertos
En diez años han muerto en el Ulster 1.978 personas (de ellas, 319 soldados), y los soldados heridos han sido 3.302. Son soldados que van al ejército voluntariamente y que reciben un buen sueldo, pero que luego son destinados, lo quieran o no, lo mismo a Edimburgo que a Belfast. Son soldados profesionales que, siempre con el dedo en el gatillo, caminan en fila por las calles mirando a todas partes, a las ventanas y a los tejados, y pasan de acera a acera corriendo, cubriéndose unos a otros, como en las películas o en la guerra de verdad, mientras la gente va a sus asuntos, los semáforos cambian o los niños salen de la escuela. Si disparan a destiempo o con desatino caen bajo la ley, porque se trata de una guerra que no es de estado de guerra. Doscientos soldados fueron acusados, en estos últimos cinco años, de delitos que van del asesinato al robo, tres han sido convictos de malos tratos y otros han sido perseguidos por asaltos, y más de la mitad fueron convictos. Desde 1973, más de 130 oficiales de policía han cargado con acusaciones de delitos criminales por denuncia de la gente, y ochenta policías fueron juzgados culpables. Lo dice el libro blanco.
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