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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cierta fiebre municipal

BIEN ES verdad que se trata de algunas excepciones. De los casi 10.000 municipios existentes en España, sólo unos pocos han contemplado estas iniciativas tan sorprendentes como perjudiciales para la democracia. En los meses transcurridos hemos visto cómo el Ayuntamiento de Játiva retiraba el nombre de Gabriel Miró de su callejero; al de Lejona, pretender hacer lo mismo con Cervantes -aunque luego tuvo que echar marcha atrás-; al de Gijón, proclamar la justicia del pueblo kurdo en su lucha por la independencia, y al de Galdácano, diezmar el santoral de la cultura y suprimir de los nombres de sus calles los de Unamuno, Cervantes, Lope de Vega, Severo Ochoa, Gregorio Marañón, Menéndez y Pelayo, Velázquez y Ramón y Cajal.Es de suponer que estos municipios pretenden entrar en la democracia con buen pie, y que no han encontrado asuntos más urgentes en sus respectivas localidades para resolver. Esta ausencia de problemas los hace, tal vez, proclives a las cuestiones de ritos e ideologías, en las cuales, por lo que se ve, los hay de todo tipo: desde los hipernacionalitarios que no ven más allá de sus antiparras fronterizas, hasta los universalistas y los neutrales, a los que tanto da el rosa como el amarillo. La neutralidad ideológica del de Galdácano sólo admite el parangón de su denodado combate contra la cultura, se halle donde se halle, tanto a derecha como a izquierda.

La pirotecnia municipal y neodemocrática no parece conocer barreras. Da la impresión de que estos nuevos munícipes han entrado en la democracia con precipitados y precoces derramamientos de fervor. Lo mismo da que se trate del Kurdistán, que de la dama boba, de defender calumniados heterodoxos o velar púdicamente a cualquier venus en su espejo, pecadora y españolista para los fantasmas del vasquismo peor entendido y más desenfrenado.

Pero hay un pequeño detalle que da que, pensar: hasta el momento, contadísimos nombres políticos han desaparecido de callejero alguno. La osadía de estos munícipes neodemocráticos no suele llegar hasta esos extremos, y se confunde con la cobardía. Salir de caza por los cotos de la cultura suele ser menos arriesgado: no se corre el peligro de que la pieza nos encañone a su vez inesperadamente. Derribar de un espeso y municipal disparo a Gabriel Miró, el más blanco mirlo de la historia de nuestras letras, clama al cielo: es, simplemente, una fechoría cultural, además de una estupidez.

Aunque es verdad que la democracia sólo se aprende ejercitándola, a nadie se le oculta que los ayuntamientos españoles tienen planteados una serie de problemas de magnitud y apremio gravísimos. No nos quejamos tanto de los atentados a la cultura y a la historia como de la pólvora en salvas que están gastando estos municipios sometidos a un pervertido y tercermundista entendimiento de la democracia y el progresismo.

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