La "Justicia" de los frailes
Mediante esta carta deseo dar a conocer a la opinión pública lo que me ha ocurrido este verano en el colegio marista de Segovia, donde el curso pasado he sido profesora de párvulos.Aprovechando las vacaciones de verano, por eso de evitar problemas, el director del colegio me comunicó que quedaba despedida a partir del 1 de agosto. Los motivos del despido alegados fueron que la empresa estaba insatisfecha porque yo era demasiado puntual (en las salidas, claro), porque no quitaba el pis y la caca a los niños, porque no les acompañaba al autobús una vez abandonado el patio de recreo, porque los niños gastaban demasiados folios, lápices y borradores y porque habían recibido alguna queja de los padres. Como lo que me parecía serio era esto último, pues las otras razones son de risa o bien son tareas que exceden mis obligaciones, según la ordenanza laboral, le propuse al director una reunión en la que participáramos padres, empresa y yo, para clarificar este asunto mediante un careo; pero se negó rotundamente. Respecto de este punto, a mí me constaba con claridad la satisfacción de la mayoría de los padres y de los alumnos.
Haciéndoles caer en la cuenta de la insignificancia de los motivos alegados, así como de la inexistencia de avisos previos o de expediente alguno que se hubiera incoado, el director respondió que si me hubieran avisado podría haberme corregido y que además allí mandaban ellos. Añadió incluso que sabían que se trataba de un despido improcedente y que esta-
(Pasa a la página 8)
La "justicia" de los frailes
(Viene de la página 7)ban dispuestos a pagar la indemnización correspondiente con tal de rescindir el contrato laboral conmigo.
Como no había forma de entrar en razones y se aferraban por encima de todo al despido, decidí llevarlo a Magistratura y en su día se vieron obligados a reconocer la improcedencia del despido; pero en vez de readmitirme, como sería lo justo, eligieron la indemnización de cuatro mensualidades y yo me quedé en la calle. Lo triste de todo esto es que, siendo culpable la empresa, sea ella la que tenga derecho a elegir.
En mi opinión, las verdaderas razones de mi despido son todas ellas extralaborales: haberme negado a realizar tareas que no son propias del profesor, según la ordenanza laboral; exigir ante el delegado provincial de Trabajo que me pagaran como profesora de EGB, según consta en el contrato y habíamos acordado con la empresa al comenzar mi trabajo, pues desde enero habían dejado de pagarme como tal y me pagaban como profesora de párvulos; haber planteado los problemas educativos abiertamente («Lo mejor aquí es obedecer y callar», me dijo un día el director); haberme opuesto a la huelga última, por considerar que no se buscaba la mejora económica del profesorado, sino mayores subvenciones para las empresas; no haber adulado a los jerifaltes de turno, etcétera.
De todo esto se infiere claramente que en mi caso la empresa ha obrado con absoluta arbitrariedad e injusticia, sin importarle lo más mínimo herir mis sentimientos personales, deteriorar mi honradez profesional y, sobre todo, colaborar injustamente a aumentar el paro (ya tan grave en nuestro país) con el dinero sacado de los presupuestos del Estado, de las cuotas de los alumnos y del sueldo miserable que pagan al profesorado. Con el dinero se arregla todo, hasta el despido de un profesor al que recambian, como si se tratara de una pieza más de la gran máquina de su negocio, sin preocuparse de la dignidad personal y laboral del profesorado, que no se pueden avasallar sólo por el hecho de que «ellos mandan». Y lo triste es que todo esto suceda al amparo de una determinada religión que usan como parapeto. Quienes no entienden de justicia, ¿cómo pueden hablar de caridad?
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