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Reportaje:Impresiones de Cuba en el "año 20 de la victoria" / y 2

La normalización de las relaciones con Estados Unidos está todavía muy lejana

Francisco G. Basterra

Veinte años después del triunfo revolucionario de los barbudos de sierra Maestra y dieciocho del fracaso de la invasión «cubano-norteamericana», autorizada por el presidente Kennedy, de la isla caribeña por playa Girón, Cuba sigue manteniendo la guardia alta contra la amenaza de una eventual contrarrevolución, que a los Ojos de cualquier observador aparece como imposible. En la realidad, todo este sistema de cautelas y represiones de la libertad ciudadana no es más que el reflejo del control total sobre la población, a la que se sigue impidiendo pensar y actuar por su cuenta. Esta impresión, junto con la de falta de entusiasmo revolucionario, visible en cambio en los años sesenta, es quizá la más negativa que recibe el visitante actual de Cuba.La isla continúa siendo todavía hoy un Estado policial. El instrumento utilizado para conseguirlo son los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), que encuadran a cinco millones de cubanos y fueron creados a finales de 1960, cuando las amenazas norteamericanas contra el proceso político cubano eran reales. «Vamos a implantar, frente a las campañas de agresiones del imperialismo», dijo entonces Fidel en un discurso, «un sistema de vigilancia colectiva revolucionaria y que todo el mundo sepa quién es y qué hace el que vive en la manzana, y qué relaciones tuvo con la tiranía y a qué se dedica, con quién se junta y en qué actividades anda.»

Miedo a hablar

No hay manzana de casas ni barrio que no cuente con su local del CDR. Los «cederistas» lo saben todo, lo escuchan todo y, se supone, lo cuentan todo a los servicios de seguridad del Estado. El miedo a hablar está generalizado en la población, sobre todo si se trata de la relación con los extranjeros, «desaconsejada» por las autoridades. En el «año veinte de la revolución» no se ha avanzado nada en este terreno. El Gobierno mantiene el aislamiento de los cubanos con los visitantes del exterior para evitar la «contaminación» ideológica. Esto pudo comprobarse en la reciente sexta cumbre de los países no alineados, cuando se prohibió terminantemente a los ciudadanos entrar en los hoteles donde se alojaban los periodistas. Sólo podían acceder algunos cubanos, los «guías» de los informadores, funcionarios de los ministerios de Exteriores o el Interior, encargados de «seguir» nuestras actividades. Todavía una mujer cubana puede tener problemas si es vista con un extranjero.

En Cuba aún hay presos políticos en una cantidad cuya confirmación es dificil -en los últimos meses Castro ha puesto en libertad a más de 1.500- Este tipo de cuestiones no reciben tratamiento en la prensa cubana, que mantiene objetivamente desinformada a la población en las cuestiones de interés, pero que se dedica machaconamente a repetir los eslóganes y consignas socialistas, a alabar sin medida a los líderes y a inundar sus páginas con noticias de los países del Este y tercermundistas. La actualidad occidental recibe, sistemáticamente, un tratamiento negativo con el reflejo de todas sus «lacras».

La principal apertura del sistema se realizó en el mes de abril de este año, con la celebración de las elecciones municipales, para elegir a 10.000 representantes de asambleas municipales, órgano básico del poder popular. Estos, a su vez, eligen a los representantes de las nueve asambleas provinciales que, finalmente, designan a los 481 de la Asamblea Nacional, el órgano supremo del poder estatal. Aunque la mayoría de los candidatos eran miembros del partido comunista, la oposición no existe y las cifras de participación fueron abrumadoramente positivas; estas elecciones permitieron un cierto cauce para la crítica de los problemas materiales a nivel municipal. Pero su principal resultado ha sido un comienzo de descentralización en el tratamiento de los pequeños asuntos que hasta hace poco se dirigían rigidamente desde La Habana.

El diálogo abierto por Fidel Castro con la comunidad cubana exiliada en Miami, traducido en el regreso de ciudadanos que abandonaron la isla después de la revolución o en la salida de cubanos hacia Estados Unidos, es, por otra parte, el dato más significativo producido en el país desde hace veinte años. Este inicio de reconciliación es una buena prueba de pragmatismo por parte del Gobierno cubano, pero la explicación de la necesidad de permitir el regreso de estos exiliados, sin duda alguna «contrarrevolucionarios», no le ha sido nada fácil a Fidel Castro y ha encontrado la incomprensión de una parte de la población que ha aguantado en la isla durante los años difíciles.

Fidel, a Estados Unidos

Aunque el antiamericanismo exacerbado, en gran parte justificado por el aislamiento a que Estados Unidos ha sometido a la isla y la presencia de tropas norteamericanas en la base de Guantánamo, continúa siendo uno de los ejes de la política cubana, se detecta un deseo de normalización con Washington. En un primer momento, la política exterior de Carter hizo concebir esperanzas a los cubanos, pero las exigencias norteamericanas no son de recibo para Cuba. La apertura de Castro, al permitir abandonar la isla a varios grupos de presos políticos y otros ciudadanos ha encontrado una respuesta rígida de Estados Unidos, cuyo Departamento de Inmigración tramita las entradas en EEUU muy lentamente.

En el discurso del veinte aniversario de la revolución, el pueblo pidió a Castro: «Fidel, Fidel, seguro, a los yanquis dáles duro», y en la apertura de la cumbre de no alineados, el dirigente cubano dejó bien claro cuál era su sentimiento respecto a Estados Unidos. Sin embargo, el realismo y la penuria económica derivada del bloqueo comercial y económico fuerzan al régimen castrista a intentar conseguir un modus vivendi con Estados Unidos. A este respecto es importante el viaje que realizará Fidel a la ONU, en Nueva York, en los próximos días (el presidente cubano no pone pie en EEU U desde 1961). Es posible que Castro mantenga conversaciones con personalidades del mundo económico y financiero norteamericano.

Sin embargo, la posición efectiva del líder del Tercer Mundo, asumida por Fidel después de la cumbre de no alineados, su política internacionalista de intervención en Africa (una cuestión no negociable para Cuba) y la influencia creciente de la isla en la política caribeña (Jamaica y Granada son dos buenos ejemplos) y Centroamérica, perjudican notablemente la normalización entre Estados Unidos y Cuba.

Aunque la actual política cubana en Latinoamérica no sea ya la de intervención armada directa, los sucesos de Nicaragua, donde por primera vez en América desde 1959 una insurrección popular ha tomado el poder, inquietan al establishment norteamericano. La cuestión de las tropas de combate soviéticas en Cuba, más artificial que real, enturbia también las difíciles relaciones entre Washington y La Habana, cuya normalización no es previsible a corto, ni siquiera a medio plazo.

Por último, el futuro interno de Cuba parece por ahora atado y bien atado. A Fidel Castro, intocable e inatacable, presidente del Consejo de Estado, primer ministro, primer secretario del PCC y comandante en jefe, le «dobla» su hermano Raúl, vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, segundo secretario del PCC y ministro del Ejército. Y detrás está un partido comunista, con un millón de miembros, perfectamente vertebrado, unas fuerzas armadas, potentes y bien adiestradas, y un pueblo movilizado. El conjunto hace totalmente impensable un cambio de rumbo, producido por factores internos, de la revolución cubana.

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