Ni amores ni aventuras

Afganistán, 1949. Una joven norteamericana ha desaparecido y un dinámico funcionario de su embajada es encargado de buscarla. Con este punto de partida durante los años cuarenta y cincuenta cualquier realizador norteamericano de segunda fila hubiese hecho una película de amor y aventuras, rodada en estudio, sin la menor relación con la realidad, pero que durante noventa minutos habría creado un mundo apasionante que hubiese funcionado a la perfección de acuerdo con las reglas propias del cine de aventuras.Hoy se ha rodado en los lugares en que transcurre la acción, lo que da pie a un ridículo intento de descripción antropológica, pero el protagonista averigua sin dificultad que la chica ha abandonado a su marido, la encuentra sin mayores problemas integrada en la tribu nómada kochi y no se establece la menor relación entre ambos. Mitad por culpa de un insípido guión, que ha desprovisto a la novela homónima de James A. Michener de sus pocos atractivos, y mitad por falta de habilidad en James Fargo. Michael Sarrazin no tiene fuerza, Jennifer O'Neill está irreconocible teñida de rubio y Anthony Quinn se aburre.