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Reportaje:

Más de cien enfermos entran cada día en la sala de urgencias del Ramón y Cajal

Todos los días, 577 médicos de plantilla, 176 residentes, 1.300 enfermeras y ATS, 2,45 celadores, 261 auxiliares administrativos y unas 340 personas de oficio atienden el centro Ramón y Cajal, más conocido por El Piramidón, convertido en hospital general en 1976. Más de cien pacientes, una tercera parte de ellos con problemas traumáticos, ingresan diariamente en su departamento de urgencias, donde permanecen un máximo de cuatro horas, antes de su salida hacia la UVI, los quirófanos, observación o hacia el mortuorio. relata las vicisitudes de los ingresados y las relaciones humanas durante ese tránsito.

Viene del corredor una brisa tenue y alargada como un metro de gasa, y María Luisa González, la enfermera de guardia, sabe que un poco de aire excedente, u otra señal que altere los códigos interiores de silencio en el Centro Ramón y Cajal suele anunciar a un enfermo grave, tal vez a un moribundo. Fuera, en recepción, un taxista y un guardia de tráfico están entregando a Elaniel García Monjardín, un tendero jubilado que no acertó a esquivar una furgoneta de reparto en la plaza de los Delfines; era una furgoneta cualquiera, conducida por un hombre como cualquier otro: al atropellado le faltaban reflejos, y, al conductor, horas de sueño. Cada día es más fácil morir en Madrid: fractura de cadera y alguna lesión interna, probablemente de bazo, dice el médico residente, que se encarga de clasificar. Hay que trasladarle rápidamente a la sala de emergencias, avisar a María Luisa González. Abre el médico la primera puerta y una ráfaga de aire se despliega a lo largo del corredor, como un ovillo de gasa, y vuelve una hoja de la revista Vademécum que está leyendo María Luisa. Jolín, ya empezamos.El guardia urbano se ha quitado el casco por una vieja devoción a los templos y a los hospitales. Mira al fondo del túnel de entrada, se ajusta una hombrera, y vuelve la cabeza hacia la ventanilla para ofrecer los datos personales del accidentado a Sara, la recepcionismo sea, Daniel García Monjardín, Mon-jar-dín, con eme de Málaga, cagado, tres hijos. Sara escucha, anota, numera y clasifica a su modo. Hay que ver: siempre vienen un guardia urbano y un taxista con los accidentados de tráfico. ¿Por qué será? ¿Es que nunca hay testigos? El guardia cierra su vieja libreta. «Claro que los hubo, señorita, pero la gente no quiere saber nada de juzgados, declaraciones y culpas.»

Sara concluye sus anotaciones. «Caso número veinte, Daniel García Monjardín.» Ahora, en verano, tenemos algo más de cien ingresos por día en urgencias, pero en el resto del año llegamos a los 130. «¿Ciento treinta? ¡Qué barbaridad!» «Pues imáginese usted, señor guardia, lo que sucedería aquí si retuviésemos a los enfermos para estos trámites; váyase cuando quiera, que ya estarán atendiendo al herido en emergencias.» El guardia se, pone el casco, ¡cuánto pesa el casco a veces! Allí está Aurelio, el ATS supervisor de urgencias.. « ¡Eh, Aurelio, vaya un bañó que os dio el otro día el Bayem de Munich! Me parece a mí que el Boskov ese va a duraros menos que un tubo de aspirinas. ¿Eh, Aurelio...?»

El final de la cadena

Aurelio Pérez Cabezas no tiene tiempo de saludar al guardia. Repasa mentalmente la correlación entre puestos y personas a la entrada del departamento y marcha a toda prisa hacia la sala de emergencias. Abre la puerta, y una ráfaga de aire blando y suave pasa una hoja de la abandonada revista Vademécum. A un lado, el doctor De la Morena y María Luisa reaniman al enfermo. Como es preceptivo, en ella el equipo médico habitual tiene que lograr que el enfermo recobre sus constantes vitales. Respiración, irregular; pulso y tono cardiacos, anormales; registro del electroencefalograma, aceptable. Vamos a ver si esto se arregla. A veces, Aurelio está tentado de comparar el Ramón y Cajal con una cadena de montaje. Aquí recogemos al enfermo en camilla o en silla de ruedas, según los casos; aquí las celadoras lo acondicionan, de camino hacia la sala de urgencias, a una orden inicial del médico residente; aquí, sé trabaja para que el enfermo recobre sus constantes vitales, hasta que eso no se logre será imposible intervenirle quirúrgicamente, y Daniel García Monjardín, el número veinte, va a precisar dos operaciones, una de bazo y otra de cadera. Como casi siempre, tendrán prioridad las vísceras a los huesos. Las vísceras son apremiantes, no perdonan los retrasos; los huesos, en cambio, permiten esperar. «Vaya hueso duro el Bayern de Munich ése; ahora que, si el Real Madrid lo hubiese cogido dentro de dos meses, con el rodaje hecho, ya veríamos lo que habría pasado ... »

Gracias a Dios, parece que el enfermo no se nos queda. Los monitores electrónicos encargados de señalar las constantes vitales indican que el corazón y los pulmones funcionan con normalidad, y el electroencefalograma dio perfecto. Ahora ya se podrá operar.

Daniel García Moonjardiiinnn está recuperando la conciencia. Tiene la sensaaación de que al guien le ha puesto un mar Cantáaabrico en la cabeza. Sin embargo, consigue ver, caaada vez con mayor claridad, las batas verdes de los médicos, ¿o son pijamas? Pijamas verdes y batas verdes; sí: el Cantábrico, Cantáaaa... «¡Atención, María Luisa: arritmia cardiaca! ¡Masajes al corazón ... ! » Cuando Daniel García Monjardín vuelve a despertar hay un benévolo fantasma verde que lee un fascículo de la serie Bodas reales junto a la cama. «Enfermera ¿puedo beberun poco de agua?» A estas horas tiene un bazo presentable. «Por cierto: ¿quién va a operarme de la cadera?» «Pues no lo sé; probablemente el doctor Villaverde y el doctor Cristóbal Rodríguez.» «¿Cristóbal Rodríguez? Había un jugador de baloncesto, precisamente en el Real Madrid, que se llamaba más o menos así.» «Oye, Aurelio: ¿tú sabes si el doctor Rodríguez...?» «Sí la mujer: es el que jugó en el Real Madrid, ¿qué ruido es ése ... ?»

Alguien ha irrumpido en el sótano de entrada con un camión pesado, Aurelio Pérez-Cabezas mira por encima de la montura metálica de sus gafas de acero. Parece que el caso número ochenta, ¿son ochenta, Sara?, acaba de llegar. Un conductor y seis obreros de la construcción traen a un séptimo obrero exánime, en la caja de un camión volquete. Discuten y reclaman una rápida atención, porque aquí no sólo atenderán rápidamente a la gente gorda, ¿verdad?, que los albañiles también somos de Dios.

Media hora,más tarde, Juan Borondo Gómez, Borondo, señorita, Borondo, cometió un error de milímetros. Hasta aquel momento había estado encajando puntualmente los ladrillos sobre el mortero, uno, dos, trescientos ladrillos, y acaso la atención suprema que venía poniendo en la plomada y en el nivel le impidió ver un resto de arenilla en el tablón proximal del áudamio. Antonio, su vecino, le vio pasar por el aire frente a la ventana del cuarto piso, mientras fijaba un marco de carpintería metálica, válgame Dios, y luego oyó un topetazo. Juan, el de la Herminia, ¿sabes?, se había caído del andamio como quien se cae de unjardín colgante, y allí se quedó, sin moversi, mientras él gritaba desde el cuarto: venga, pedir una ambulancia. Alguien dijo el camión, y entre todos lo subieron al volquete, y no se movía, pero estaba muy partío, que lo he visto yo, doctor, del andamio al mortuorio.

Una mala fractura

Habría sido mejor que nadie tocase a Juan Borondo, ex albañil, ex marido y ex padre de dos hijos. Tenía la columna vertebral fracturada, una mala fractura, ¿saben ustedes? Yo me llamo Aurelio Pérez Cabezas y soy el supervisor de este departamento. Les decía que una vértebra, un eslabón, vamos, que estaba rota le ha pellizcado con los bordes la parte sujerior de la médula, y le ha producido la muerte. Qué le vamos a hacer, ¿han avisado a sus familiares? Juan Borondo es conducido al mortuorio y a la página de sucesos. Juan Borondo Gómez, señorita.

El noventa es un gestor-jefe que viene en un turismo conducido por un gestor-subjefe y en brazos de dos empleados de base y un meritorio de diecinueve años. Estaba buscando un expediente de ruina en el archivo, ¿me entiende?, y le dio un dolor tal que aquí, bajo. la tetilla izquierda. A continuación se puso muy pálido, amarillo más bien, y se cayó al suelo. Dice el residente, que habla muy preciso, que el infarto es una de las enfermedades específicas de Madrid, pero que será preciso hacer pruebas, electrogramas o lo que sean, y que pronto se conocerán los resultados. Más tarde, Aurelio pregunta por el noventa al doctor De la Morena. No tenía nada. Un dolor nervioso en un espacio intercostal: se agachó para buscar una carpeta, los músculos de la zona comprimieron un poco el nervio, sintió un dolor bajo la tetilla izquierda, se asustó, y sufrió un mareo. Aunque está en observación, ya podéis prepararle el alta. Aurelio se dirige a un dictáfono.

El cien es un alumno de COU que prefirió el vallium a las matemáticas. En junio tropezó en una integral doble y cayó en una derivada parcial: mamá, papá y el pequeño, a Fuengirola, y él, en Madrid. Que si te estás comiendo el sudor de tu padre, que si estás dejando sin salud a tu madre, que si el pequeño no va a poder estudiar una carrera universitaria a cuenta de lo golfo que eres, y encima Mariflor ha vuelto muy rara del veraneo, y ayer él le ha pillado una carta entre las enaguas dirigida a un tal Jean Dumouriez. Demasiao pa este cuerpo, dijo el cien, y se administró un tubo de vallium antes de marcar el número de teléfono de casa para avisar a papá. Ahora, Aurelio consuela a su mamá, qué padece un ataque de histeria en la sala de espera, mira a papá, y piensa, este hombre es un santo. Querría sugerirle que vaya al médico en cuanto tenga una hora libre, pero al final no se atreve. Reposición de las constantes vitales, lavado intestinal, y a casa de nuevo. Aurelio, ¿juega Cunningham el domingo? ¡Y yo que sé! Vaya día que le están dado a Aurelio Pérez Cabezas.

Vienen luego varios enfermos más. Fieles a los porcentajes estadísticos, acuden más accidentados de tráfico que laborales, más enfermos coronarios que hepáticos y más austados, como el gestor, que enfermos graves. Por si acaso, todos señalan los pasos de la cadena de montaje, cachis en la mar. Admisión, urgencias u observación, internamiento con o sin intervención quirúrgica. Y, a veces, al mortuorio. Porque no acierta el que operado el que traslada, o el que pisa la arenilla. María Luisa se va con su vademécum el doctor de guardia está dormitando y seguramente la mujer de Aurelio tendrá un sobresalto cuando el niño tosa en la cama.

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