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Tribuna
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Fray Tierno y los pececitos

Estando una vez fray Tierno fatigado y atónito por la lectura de un informe sobre la existencia de yacimientos potrolíferos en el subsuelo de Madrid, dijole así, suave, al chivatuelo hermano Barrionuevo: «Todo lo que no es yo es incom prensible. » A continuación, se puso a recorrer a pie paradas y paradas de autobuses, donde había muchos herejes socialdemócratas- neo derechistas-liberales haciendo cola. Queriendo pronto convertir a éstos a la luz de la verdadera fe marxista y al camino de la revolución proletaria (física y psíquica), les recitó durante muchas horas las enseñanzas de Marx, aderezadas con algunas gotas de Diderot y Costa, amén, Jesús!, de suspiros muy propios. Pero ellos no sólo dísentían, amenazando con la verdolaga de tarjetitas de bono-bus, sino que, duros y obstinados como fray Múgica, ni siquiera fingían escucharle. Unos hablaban, como si tal cosa, de los brotes de cólera marrueca. Otros aseguraban haber visto anoche, de bracete con Carmina Ordóñez, al portero perdido del Ujpest Dosza. Y había un cartero sandunguero que no paraba de cantar eso del Fari, puro nervio: «Yo me estoy enamorando / de tu carita, poquito a poco ... » Horrorizado, fray Tierno. se largó a la orilla del Manzanares y, sentándose con dignidad pre otoñal en un banco de piedra pómez, comenzó a decir, a modo de pregón, a los húmedos peces: «oíd la palabra redentora de vuestro alcalde, peces del río perfumado, puesto que los infieles herejes de esta pecaminosa ciudad se resisten a oírla ... »Tan pronto como hubo dicho esto, súbitamente acudieron a la ribera muchísimos peces. Ni siquiera Susana Estrada los había visto nunca en tanta cantidad. Y tenían todos las calvas cabezas fuera del agua, mirando a fray Tierno con grandísima paz, orden y mansedumbre. En primer lugar, cerca de la orilla, estaban los peces pequeños. Después se hallaban los medianos. Y, más adentro, donde el agua era más profunda, los más gordos y más escamados. Dispuestos en este orden y meneandoya sólo levemente las colas, comenzó así a pregonar fray Tierno:

«Peces, compaWeritos míos, estáis muy obligados a sentiros felices por morar a la sombra de un Ayuntaconvento que mi humilde dirige. Yo os prometo apoyo contra redes y anzuelos de un Gobiernobispado entregado a la póstuma lectura de Sinuhé el egipcio. El nuestro es un elemento claro y transparente, como el bello montaje de Tamayo en Las Ventas, para que ondee con orgullo la banderita roja y gualda. Acabo de felicitar a Tamayo por ese hermoso gesto y, de paso, le he dicho que si estaba dispuesto a preparar la esconografía adecuada para recibir el Guernica en Madrid. Esta gran obra picassiana ha de estar en el Prado, compañeritos. ¿Por qué? ¡Y me lo preguntáis! Si ya lo he dicho; y bien que se ' relame fray Tamames cuando escucha esta frase: "Porque los genios deben estar unidos." Pero volvamos, volvamos a vuestro elemento ... »

Al oír estás y otras palabras, dichas tan guapamente, mientras Rocío Dúrcal daba a luz, comenzaron los peces a abrir la boca como en los fuegos artificiales y a inclinar las cabezas como en Kurdistán, y con estas y otras señales de reverencia, según su capacidad, alababan al santo alcalde, que pregonaba en río revuelto. Entonces, fray Tierno, viendo tanta reverencia en, los peces hacia su alcalde, alegrándosele el .espíritu, en altavoz fue y dijo: «Benditos seáis, compañeritos, porque he sido más honrado por los peces que por los hombres herejes. »

De repente, un pez mediano pidió la palabra, deseoso de aportar un granito de arena la la polémica esbozada en torno a la llegada del Guernica. Fray Tierno dijo que bueno, que bueno, y se cruzó de brazos, como a escuchar un poco. Tuvo que oír esta propuesta: « Padre, a mí se me ocurre que hay quehacer otro juicio salomónico en presencia de los alcaldes de todas las ciudades que ahora reclaman el invento. Cuando el juez vaya a despedazar el cuadro, ¡zas!, aquel que grite más se lo lleva enterito.» Hizo una pausa el pez parlante, para añadir con amargura trascendental: «Lo grave, padre, es que tal vez no se escuche en España grito alguno.» Fray Tierno asintió, derrotadísímo, mostrando en una lágrima de su ojo izquierdo toda su comprensión hacia esa patria y negra posibilidad última.

Pero me ha dicho fray Bustelo, sin rencor, que el muy pícaro alcalde, con perdón, desde ese atardecer narrado, se pasa las jorndas ensayando patéticos chillidos que envidiaría Lola Flores.

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