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LA LIDIA

Almería debe entrar en el calendario de las grandes ferias

Un público muy fácil (¿qué les diría Miguelín a sus compañeros cuando les brindó un toro, los cuales se partían de risa?) y a la vez muy difícil (Paula y Manzanares pudieron quedar descalabrados en el ruedo). Así lo vimos en Almería. La corrida de toros es allí, ante todo, fiesta, y se acompaña de merienda por lo grande. El público se cura en salud, y por si el espectáculo no resulta brillante, prepara la compensación de un banquete en regla.Sólo faltan mesa y manteles (o manteles, no; hay quien los lleva), pero todo puede andarse. La vida es evolución y, por qué no, también en la fiesta de toros, versión almeriense. De esta forma, la primera parte del festejo, que se contempla con entusiasmo, tiene aires de sosiego, y la segunda, cuando ya viandas y vino hacen efecto en el cuerpo, de pasión. A nada (bueno) que hagan los toreros, el triunfo puede ser desmedido. A nada (malo) que hagan los toreros, la bronca puede ser disparatada.

Así se explica el aluvión de orejas que hubo en la feria de Almería, y el broncazo de aquel quinto toro, en el mano a mano Paula-Manzanares, sencillamente porque lo picaron como debía ser y luego porque Paula, en lugar de jugarse la vida frente a la res, para lo cual tenía una estimable defensa (la técnica), se la jugó frente a una masa de espectadores que le arrojaba botellas, de las de a litro, para lo cual no tenía defensa de ningún tipo (habría necesitado casco, escudo y paraguas). Para rematar los sucesos, a Manzanares le arrojaron una nevera portátil, que no le alcanzó, afortunadamente.

En estas condiciones es muy difícil que la lidia pueda transcurrir con normalidad. Si el toro es reglamentario, con la fuerza propia de los de su raza, resulta que no lo pueden picar porque el graderío se encrespa de mala manera. Si no es reglamentario, es obvio que ni si quiera puede haber lidia, pero, salvo que se caiga, no pasará nada, ya que, cambiado el tercio con un leve picotazo, el público aplaudirá, puesto en pie, al torero que pidió el cambio, al presidente que lo concedió, al picador que se ganó los cuartos sin trabajar, a quien se ponga por delante.

No descalifiquemos por esto al público de Almería, entre el que hay afición asolerada y responsable, que no comulga con estas cosas, pues son reacciones simplistas de quienes no conocen bien el espectáculo, lo cual asimismo sucede en muchísimas otras plazas españolas, incluidas aquellas de las que dice el tópico que son serias e intransigentes. Sabemos de una, allá por el Norte, donde presumen de que sale el toro grande y de ello han hecho fama. Efectivamente, sale el toro grande; excepto cuando no sale, porque es una mona, y el público lo da por grande también. He vivido la experiencia, comentar en el tendido «eso es un gato » (toreaban las figuras, ya puede imaginarse) y responderme un espectador: «aquí no salen gatos; aquí el toro que no es grande, no se consiente". Y yo: «No digo que no, pero ese animalito no tiene presencia, ni cara, ni fuerza. » Y el espectador, inflexible: «Le he dicho que en esta plaza sólo se admite el toro grande. »

Muy bien, vale. Para mejor información añadiré que el diestro de turno, faltaría más, le cortó las dos orejas a ese toro chico o grande (según quien lo mirara), que nadie protestó, como tampoco otros varios que se ven en aquella feria, y en la corrida siguiente, el mismo espectador le armaba la gresca a Rafael de Paula, que se jugaba la vida de verdad, embarcando con mucha exposición y torería a un torazo incierto, de arrobas y mucha seriedad por delante.

Claro que en esta plaza, como en otras, la afición, respaldada por la crítica local y forastera, poco a poco ha ido haciendo un ambiente y cuenta, sobre todo, con una presidencia que a sus obligaciones marcadas por reglamento une excelentes criterios de aficionado, y lidia y corrida se encauzan por el camino que debe ser. Es algo que podría ocurrir también en Almería, donde ya existe el cimiento fundamental de la identificación con la fiesta de toros (gusta horrores allí), que la viven con alegría y sin perder detalle de cuanto ocurre en el ruedo.

Hay ferias y ferias que quedan a, trasmano del calendario taurino de los méritos y las responsabilidades, por un concepto, quizá elitista, del espectáculo. Lo serio (se ha dicho tantas veces) no es sinónimo de lo aburrido ni de lo triste, y la fiesta de toros, en la que, por descontado, se debe exigir seriedad para que haya autenticidad, no tiene por qué convertirse en la murga de unos sesudos varones en actitud adusta frente a un espectáculo que a lo mejor ni comprenden, y vete a saber si en realidad les agrada. Esas ferias -entre ellas y en los primeros lugares la de Almería- deben incorporarse al calendario de los abonos que dan categoría, que tienen proyección en el desarrollo de la temporada, y a ellas mismas les valdría para su promoción, pues se les haría un mayor ambiente y podría aumentarse el número de festejos.

Un empresario con ideas -Manolo Chopera las tiene- podría conseguirlo con sólo unos retoques. El complemento adecuado sería una autoridad que vigile, la autenticidad del espectáculo.

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