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LAS VENTAS

Esta vez no le soltaron fieras al cristiano manchego

Pasen, pasen y lo verán: El Calatraveño con un gato y lo tiene cogido por el morro. Lo nunca visto. El Calatraveño, ese cristiano de tierras manchegas, a quien echaban a los leones todos los veranos, para esparcimiento y emoción del pueblo de Madrid, ahora, y no por sexta, ni por quinta ni por cuarta; no por tercera ni por segunda, sino ¡por primera vez! con un gato.¿Tanto han cambiado los tiempos en Las Ventas, con el advenimiento de Diodoro Canorea, sabio empresario, que los calatraveños pueden salir a la candente con gatos en vez de leones? Bueno, tampoco eran gatos-gatos. Toros eran, sí, toros; terciados, alguno pequeño, pero bien armado y con el trapío debido. Lo que ocurre es que, sobre terciados -módico tamaño corporal frente al que nunca se había visto en Madrid al Calatraveño- no tenían fiereza, y fuerza, poca. El cuarto, ninguna.

Plaza de Las Ventas

Toros de Juan Pablo Jiménez Pasquau, desiguales de presentación, con predominio de terciados, escasos de casta. El Calatraveño: Estoconazo y aviso (aplausos y salida a los medios). Buena estocada (división cuando saluda). Gabriel Puerta: Pinchazo sin soltar, corta delantera, rueda de peones y cuatro descabellos (silencio). Tres pinchazos delanteros caídos (silencio). Antonio Chacón: Dos pinchazos, descabello y se acuesta el toro (silencio). Tres pinchazos, aviso, otro pinchazo y estocada corta (vuelta por su cuenta, protestada). Presidió sin complicaciones el comisario Castro.

Toro no grande, no fiero, no poderoso, es golosinilla que un Calatraveño, cristiano viejo y mártir, es incapaz de paladear, por falta de costumbre, y así la bondad de su primero se le diluyó en nada más que unos naturales bien trazados, y luego pegó un estoconazo de abrigo. Al otro era imposible torearle, pues se caía continuamente, y también mató con guapeza. Entendámonos: era imposible torearle para El Calatraveño y otros cristianos de su sino, pues las figuras, cualquiera de ellas, tan avezadas todas a mantener en pie toros cojos o derrengados, le habrían cortado las orejas. Ya que no arte, tienen esa habilidad.

Los productos de Jiménez Pasquau salían así, blandos y con trazas de descastados. No querían pelea. Por ejemplo, varios de ellos, después de un par de pinchazitos, se tumbaban y ya está, intervenía el puntillero. Ganado muy malo, impropio para Madrid, cuya afición quiere otra cosa. Y para los toreros, según se mire. Gabriel Puerta toreó sin temple al segundo, el cual unas veces se quedaba en el centro de la suerte, por moruchón, y otras porque perdía la muleta desacompasada y no sabía por dónde tirar. El quinto tuvo unas primeras embestidas apropiadas para el toreo bueno -que no hizo Puerta- y las siguientes ya no fueron ni para el bueno ni para el malo.

Como las del tercero, el cual se ponía firmes y ya puedes citar, que vas de ala. ¡Je!, Chacón. Y inanay!, el pasquau. Así varios minutos. Pero la tarde, para el público, no se iba de rositas. En Madrid nunca se va de rositas. Siempre hay alguien inspirado y grita cosas que te hacen reír, y amplias zonas de muy entendida, responsable y ocurrente afición. El presidente, elegantísimo con un veraniego traje color crema se fumaba un puro y daba la imagen del otoñal en plena forma. Muchos se dedicaban a contemplar las piernas de las señoras. No es que el espectáculo sea machista. Cata que en el fútbol, por ejemplo, graderío arriba también se podría; pero, como es en invierno, las señoras se tapan, y no se despatarran, como en los toros, con sus calores de agosto.

Por el callejón hay quien es un águila descubriendo entrepiernas -lo tengo fichado- y avisa: en el cuatro, contrabarrera, ¿se ve algo? Lo del día de la boda. Pero estos son recursos para los brevísimos espacios muertos, porque, en realidad, en Madrid se vive la corrida hasta el mínimo detalle. El Lupas, desde el tendido siete, los caza al vuelo y da la voz de alarma sobre un torero descolocado, un pico, un inválido, o el mérito que tiene la faena. Los turistas no paran de consultar al vecino de localidad, quien, invariablemente, responde con una documentadísima y prolija perorata, llena de infinitivos para hacerse entender, aunque los turistas sean argentinos. Por los altos del dos, bulle uno que se pone frenético al aplaudir y cuando hay vueltas al ruedo clava la rodilla en la piedra en homenaje al triunfador.

El domingo no tuvo oportunidad de hacerlo hasta el final, cuando Antonio Chacón la dio por su cuenta y riesgo. Había toreado bien Chacón. Preparó con eficacia al pasquau, único que iba pronto y de largo, le encontró el terreno y la distancia, y se marcó unos derechazos, pero sobre todo unos naturales muy toreros; empaque y finura en la ejecución acabada de la suerte. Lo que pasa es que mató muy mal y la vuelta al ruedo la dio aprovechando que media plaza ya se había ido y la otra media enfilaba por los vomitorios, con el espectáculo ya sólo en el recuerdo, o ni eso. Fiesta de toros en Madrid: algo muy distinto a lo que se ve por ahí.

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