La mayoría de los científicos del mundo trabajan para una minoría de países
Más del 40% de los científicos que publican trabajos en todo el mundo son norteamericanos. El resto de la clase científica internacional está concentrado en países como Francia, Gran Bretaña o Alemania. Pero hay más: el 12% de los científicos norteamericanos con doctorado es de origen extranjero y el 20% de los doctores en Física y Meteorología de Estados Unidos proceden de otros países; estos países demandan ahora a los pueblos ricos de la Tierra ayuda en su desarrollo científico y tecnológico.
Sin embargo, sus antiguos aborígenes no disponen de mucho tiempo para atender la petición del Tercer Mundo, porque el 87% de los objetivos prioritarios de la investigación científica norteamericana, el 74% de la francesa y el 61% de la británica están orientados hacia la tecnología militar, espacial y del desarrollo nuclear. Esas parecen ser, pues, las preocupaciones y las ocupaciones dominantes de la clase científica internacional, según está quedando claro en la Conferencia de Viena sobre «Ciencia y tecnología para el desarrollo».La vieja ciudad de los Austrias vuelve a ser sede de un encuentro internacional. La tradicional neutralidad que esta amable y entrañable capital de la vieja Europa ofrece esta vez a los convocados al encuentro no es otra sino la forzada conversación de los ricos y los pobres, una nueva versión del diálogo Norte-Sur, bajo el lenguaje, en esta ocasión, de la ciencia y la técnica. «La fiesta ha comenzado», según una irónica frase de un periodista latinoamericano, especializado en cuestiones científicas, y sonríe escéptico cuando oye hablar de la posible solución tras la Conferencia.
Unas 7.000 personas, entre científicos, diplomáticos, funcionarios, expertos, periodistas y aficionados pululan por esta espléndida ciudad, copando hoteles, residencias y pensiones, mientras los representantes de los Gobiernos ya han comenzado a mostrar su total y absoluta discrepancia sobre la transmisión de riqueza, en este caso científica, de quienes la tienen hacia quienes la piden.
Mientras el Grupo de los 77, las naciones del mundo que se proponen progresar, negocia con los poderosos países industrializados de la Tierra sobre la forma concreta según la cual aquéllos podrían disponer de lo que la ciencia y la tecnología han ofrecido a Occidente, los escépticos comienzan a pensar que tenían toda la razón del mundo cuando pensaban que de Viena no va a salir casi nada claro.
En efecto, el Sur quiere tecnología, ciencia y cambios en la calidad de vida, para lo cual se requiere, sin duda, la introducción en la vida cotidiana de aquellos logros que caracterizan la vida de los pueblos desarrollados. Sin embargo, el Norte no está dispuesto a transferir fácilmente sus conquistas y aquello que constituye el núcleo de su riqueza, limitándose a ofrecer al Grupo de los 77 planes generales de mejora del problema alimentario, médico o de la vivienda, pero sin dejar de «partir el bacalao» que supone el control financiero y tecnológico de los pobres. Estos consideran insultante la oferta y reclaman a la autoridad de las Naciones Unidas que actúe e imponga planes concretos de transferencia tecnológica y controle posteriormente la puesta en marcha de los mismos.
Concentración de "cerebros"
Lo cierto es que, según datos de la OCDE, a Estados Unidos de América pertenecían, hace algunos años, más investigadores de ¡os que cinco años después tendrían Francia, Alemania, Gran Bretaña y Japón juntos. En el año 1963, Estados Unidos tenía veinte científicos por cada uno de los que tendría España diez años más tarde.Más del 40% de los científicos que publican trabajos en todo el mundo son norteamericanos, si bien este país representa menos del 6% de la población mundial, si bien su producto nacional bruto es un tercio del de la humanidad entera. Gran Bretaña, con menos de un 2% de la población mundial, consigue que más del 8% de los trabajos publicados en el planeta pertenezcan a sus científicos, siendo su PNB el 5% del mundial. América Latina tiene el 7% de la población mundial, aunque la suma de sus PNB no llega al 4% de la humanidad y sus científicos que publican no alcanzan el 1% del total mundial.
Según Mario Albornoz, del Instituto de Ciencia y Sociedad de Madrid, que preparó activamente la Conferencia de Viena, «en otras zonas del mundo la situación es aún peor que en América Latina, lo cual confirma que los más tienen menos y, naturalmente, menos ciencia disponible para solucionar sus problemas. La Conferencia de las Naciones Unidas no podrá evitar que los países en desarrollo sigan dependiendo de la ciencia que produzcan los más desarrollados. Pero hay sutilezas más interesantes. Un congreso de la UNESCO, celebrado en Nairobi, señalaba que en muchos países africanos la proporción de científicos, ingenieros y técnicos, en el total de la población adulta alfabetizada, es sorprendentemente alta».
¿Dónde están esos científicos? ¿Qué hacen? «La mayoría de ellos», explica el portavoz del mencionado Instituto Español de Ciencia y Sociedad, «están en los institutos científicos de las metrópolis, investigando sobre temas completamente ajenos a su país natal. Un estudio sobre la fuga de cerebros, de Grubel, señalaba que en 1968 casi el 12% de los científicos norteamericanos con doctorado. era de origen extranjero. El 10% de los físicos también lo era, así como el 8% de los químicos. Un 20% de los doctores en física y meteorología, en Estados Unidos, era, en 1968, de procedencia extranjera. ¿Podrá corregir esto la Conferencia de las Naciones Unidas? ¿Podrá impedir que los países en desarrollo sigan costeando los estudios de investigadores de los que luego se aprovecharán los países desarrollados?»
«¡Que los americanos investiguen en provecho de todos!», responde alguien a esta situación; pero no parecen ser los intereses de los pueblos subdesarrollados de la Tierra la preocupación dominante de la clase científica internacional.
Según un informe de la OCDE, el 63% del dinero que se gastó Estados Unidos en el período 1963-1964 tenía una finalidad nuclear, militar o espacial. El 28% del mencionado gasto tenía un interés económico y sólo un 10% apuntaba a temas de «bienestar social».
La respuesta ya no depende de la ONU ni de quienes han puesto los medios para que el diálogo sea posible. La respuesta va a depender de los protagonistas del diálogo, de los aspirantes al desarrollo y de los detentadores del poder científico y tecnológico. Y, hasta ahora, la conversación recuerda más un diálogo de sordos que un proyecto real de construcción mundial de nuevo método operativo científico y tecnológico.
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