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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La sombra de Alejandro Lerroux

EL NOTABLE éxito del Partido Socialista Andaluz en las elecciones legislativas y municipales de marzo y abril de 1979, que, al parecer, ha tenido, en los últimos meses, un efecto multiplicador, constituye un dato nuevo en el panorama político español que no puede ser ni infravalorado ni satanizado. El talante, muchas veces demagógico, de su principal líder, ya dedicado a la política antes de abrazar el andalucismo, y las sospechas de un tacto de codos entre el PSA y UCD antes de los comicios, fortalecidas por su voto favorable a la investidura del presidente Suárez, pero debilitadas por su entrada en los ayuntamientos de izquierda, han contribuido a deteriorar la imagen de veracidad de un partido definido por sus criticas a los nacionalismos catalán y vasco, al centralismo estatal y a los partidos de izquierda -PSOE y PCE-, acusados de practicar el sucursalismo en Andalucía.Tampoco las elucubraciones tercermundistas, la mitológica reconstrucción de una esencia histórica nacida de los tartesos y alimentada por el Califato, y los elogios a El Gadafi o Jomeini contribuyen a dar seriedad al Partido Andaluz y a excluir los temores de que su nacionalismo

Posiblemente, el avanzado nivel de desarrollo económico, en términos comparativos, de Cataluña y el País Vasco y el papel de la burguesía en la formación de la conciencia nacionalista en ambas comunidades expliquen que, a diferencia de Galicia, la identidad lingüística y cultural haya servido de base a un movimiento político y popular de ese signo. En cualquier caso, el hábito de concebir, dentro de España, la cuestión nacional como algo característico de dos comunidades industrializadas y ricas, receptoras de trabajadores expulsados por el hambre y por el paro de los territorios económicamente atrasados de la Península, y como fenómeno vinculado a la existencia de idiomas diferentes al castellano justifica que, sin que signifique menosprecio, se utilice el término «región» para otras futuras comunidades autónomas. La intransigencia del PSA al convertir en una cuestión de principio la inclusión dé la palabra «nacionalidad» en el Estatuto de Carmona no tiene más apoyo teórico que algunos textos de Blas Infante. ¿Se trata de un debate bizantino o, como ha señalado Alfonso Guerra, de una «cortina de humo » destinada a ocultar o borrar los perfiles de los verdaderos problemas de la autonomía andaluza? ¿O lo que está en juego es tan sólo el ensanchamiento de la base de apoyo del PSA, convencido, tras las pasadas elecciones, que la bandera blanquiverde y el andalucismo son mucho más rentables políticamente que las consignas socialistas de su programa?

El principio de las nacionalidades, ese huracán de romanticismo político nacido en el siglo XIX, que alteró las fronteras de Europa, derribó imperios y edificó Esta ,dos, está demasiado asociado a las singularidades idiomáticas, a la discriminación de las poblaciones autóctonas por los ocupantes y a la aspiración a constituir organizaciones políticas propias, como para dar entrada en su seno, aun ensanchando al máximo sus lindes, a las ocho provincias andaluzas. Quizá por esa razón el anda lucismo del PSA aspira a obtener su fuerza política no sólo del atraso, el paro y la penuria de su tierra y de las presuntas responsabilidades del poder central y del desarrollo industrial del Norte y del Noreste en su pobreza, sino también de la población traba adora emigrada a Cataluña y al País Vasco y situada en j los escalones más bajos de la estructura social di ambas comunidades. Lasdeclaraciones del señor Rojas Marcos a Diario de Barce. lona son a este respecto sintomáticas.El líder del PSA muestra, en el comienzo de la entrevista, una elogiable voluntad de situarse en el punto de vista de los catalanes. «Si somos serios y objetivos, hemos de ver que el catalanismo, no sólo para sobrevivir, sino para desarrollarse, ha de digerir a toda velocidad a la emigración. Y además están obligados a ello, pues, de lo contrario.... los altres catalanes casi son la misma cifra que los catalanes, y en unos diez o veinte años pueden llegar a ser muchos más. » Pero esta reflexión es sólo una parte de sus respuestas. Junto a las fantasías de rigor sobre la historia andaluza, y al lado de sensatas observaciones sobre las peculiaridades de su pueblo y sus pavorosos problemas sociales y económicos, el señor Rojas Marcos define al Estatuto de Sau como una agresión contra la población emigrada, y acusa a los partidos catalanes (socialistas y comunistas incluidos) de haber puesto en marcha una dinámica discriminatoria contra los trabajadores de habla castellana que viven en el Principado. El corolario del razonamiento es la posibilidad de que el PSA asuma la representación política de esos inmigrantes y se,constituya en una opción electoral independiente dentro de Cataluña. De la lectura literal de esas declaraciones se pueden extraer elementos tanto para fundamentar la sospecha de una manipualción demagógica de problemas reales como para pensar que, acertada o erróneamente, el PSA teme de verdad que la emigración andaluza en Cataluña sea lesionada en sus intereses vitales por el futuro régimen de autonomía. La debilidad de su postura es que, hasta ahora, los trabajadores inmigrados han votado al PSC y al PSUC, han respaldado sus plataformas autonomistas y no han mostrado recelos, pública y organizadamente, ante lasperspectivas dibujadas por el Estatuto. Es precisamente la izquierda socialista y comunista la que acusa de neolerrouxismo al señor Rojas Marcos y su partido. En cualquier caso, no parece que las reacciones, puramente defensivas e imprecatorias, ante los temores y suspicacias de los díscrepantes sean la respuesta más adecuada que puedan dar' los demócratas catalanes, que llegan a tildar de fascistas a los que se proclaman herederos del «españolismo» liberal de Manuel Azaña y de folletos propagandistas del Imperio hacia Dios a los órganos de opinión que, publican sus artículos. La negativa al diálogo, la renuncia a la discusión, la trasmutación en calumnias de las críticas y la sustitución de los argumentos por los insultos son las herramientas con las que se abren los fosos 'de incomprensión entre las comunidades y los grupos. La única posibilidad histórica para el neolerrouxismo no anida en los libros de los escritores ni en las proclamas de los lideres, sino en la eventual e indeseable insatisfacción de la población inmigrada ante el funcionamiento de las instituciones de autogobierno en Cataluña. Cosa que nadie desea, que la izquierda catalana descarta. y que algunos temen. A esos temores no hay que cubrirlos de injurias, sino convertirlos, con argumentos y con datos, de lo injustificado de sus vaticinios.

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