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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Marruecos, entre la guerra y la negociacion

LE VA a ser difícil a Marruecos levantar una guerra en la amplia zona saharaui, no tanto por los agudos temas militares que plantea un enfrentamiento con Argelia, país cuya tradición militar es fuerte desde la lucha por la independencia contra Francia, sino por el aislamiento político en que se encuentra. Los dos contextos en que se mueve, el africano y el árabe, son en su mayoría decisiva Contrarios a la anexión marroquí. Una tercera y significativa instancia va a pronunciarse en breve sobre el tema, la conferencia de los no alineados de La Habana, y caben pocas dudas de que va a apoyar también la independencia de la República del Sahara (la inclusión de ese tema en la conferencia es una razón más para la presencia de España en La Habana: España está muy implicada en lo que ocurre y en lo que vaya a ocurrir). La defección de Mauritania, tan rápida en acudir a la conferencia de Madrid para repartirse el territorio saharaui, aunque le tocase un trozo pequeño y pobre, es un barómetro que indica cuál es el riesgo de la postura anexionista; este abandono no supone para Marruecos una pérdida de ayuda militar -Mauritania no tiene fuerza-, sino un abandono moral: le deja en la soledad.Sin embargo, tampoco le es fácil ceder a Hassan II; ha ilusionado a su pueblo en esta aventura, la ha convertido en una causa nacional. Forma parte de la elaboración de su baraka, de la leyenda carismática que le confiere una especie de virtud milagrosa con la que ha salido vencedor de tantos atentados inverosímiles, de tantas situaciones difíciles. La marcha verde -verde es el color del profeta- tenía ya ese carácter religioso. Es el rey el que está manteniendo ahora toda la tensión trágica del momento, y el rey quien dará la doctrina del tema en el discurso que pronunciará mañana, domingo, al que están invitados periodistas internacionales. Palabras y actos indican que Marruecos está dispuesto a la guerra.

Probablemente el caso concluirá con alguna forma de negociación. En la tradición de la cultura política árabe están no solamente las implacables guerras, sino también losjuegos de negociaciones, incluso los cambios radicales de posición en momentos determinados (el ejemplo de Sadat pactando con Israel es muy instructivo). Todo parece indicar que lo que está intentando Hassan Il es elevar el tema a un punto máximo de ardor, no sólo para mantener psicológicamente a su pueblo, sino para ganar algo en una. posible negociación, a la que tarde o temprano tendrá que acudir. Más vale que sea temprano. Porque no pueden excluirse enfrentamientos armados muy graves; cuando se plantean situaciones de guerra termina por no controlarse enteramente la situación.

La posición de España es enormemente delicada en todo este asunto. No sólo por las razones históricas de la descolonización, sino por la multiplicidad de intereses que tiene en la zona. Se plantea ya una contradicción entre el apunte de política tercermundista y la adhesión a la línea general de Occidente, que trataría de sostener a Marruecos. La neutralidad no es una posición fácil, porque tanto Marruecos como el grupo argelino-polisario disponen de medios de presión.

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En cualquier caso resulta impensable un éxito final en la política de desmesurado anexionismo que está practicando la monarquía alauita. La propia Mauritania -de seguir así las cosas en Rabat- podría verse en un futuro amenazada por la exhumación de las viejas reivindicaciones marroquíes sobre su territorio. Pero a la postre Marruecos está tratando de ingerir bocados que no podrá tragar. Su entrada militar en el profundo desierto de Río de Oro será a corto plazo una pesadilla militar de infinitos hostigamientos por la guerrilla polisaria.

Empero, Hassan II no parece haberse lanzado a este nuevo corrimiento de sus fronteras sin apoyos muy fuertes, particularmente estadounidenses, en forma de respaldo y mediación diplomáticas y un previsible e inmediato decongelamiento de material militar de procedencia norteamericana para utilizar en el Sahara. Pero todo ello no podrá obviar los hechos incuestionables de que no caben soluciones militares en el territorio sahariano y de que los saharauis (por más que basen su fuerza en ayudas exteriores) no son bandas de mercenarios objeto de meras operaciones de policía indígena: son una orgullosa raza de nómadas, antiguos esclavistas y tan marroquíes como puedan sentirse los libios.

La postura española ante este problema, con ser delicada, como queda apuntado, no puede, sin embargo, reducirse a la expectación y el silencio. Fuimos la potencia administradora de un territorio que sigue sin descolonizar y los firmantes de un acuerdo tripartito (el de 1975, con Marruecos y Mauritania) que acaba de ser arrumbado tras el acuerdo mauritano-polisario y la posterior intervención militar marroquí. La situación ha quedado retrotraída a 1975 con Marruecos en lugar de España como potencia administradora de un territorio y una población a la que se ha negado violentamente el derecho a la autodeterminación. A menos que se dé validez a los actos folklóricos de vasallaje hacia Hassan II por parte de notables que pueblan el Sahara. Vasallajes que recuerdan un tanto a los antiguos procuradores saharauis de las Cortes franquistas o a las defecciones hacia Marruecos de aquella Yemaa organizada por España.

La diplomacia española tendrá como poco que dar público acuse de recibo a la evaporación de los acuerdos de Madrid, de los que somos firmantes. Lo contrario puede interpretarse, con razón, como que para la diplomacia española Marruecos tiene las manos libres para disponer a su antojo o posibilidades entre Seguia el Hamra y el río Senegal.

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