Un campo de exterminio particular
A pocos kilómetros del palacio de Nzangayong, junto a la localidad de Obinga, Macías se mandó construir un nuevo palacio, que utilizaría él únicamente para aislarse durante el verano. En un recodo del bosque contiguo a este palacio, camuflado entre aceibas y ébanos gigantes, se halla instalado el campo de tortura Casa Bidón. Construido con hojalata de bidones de gasolina y con una superficie de unos veinte metros de ancho por cuarenta de largo, en su interior se hacinaban unos 250 presos permanentemente. En el interior, donde aún quedan ropas de niños, hay dos compartimentos. En el más reducido se hallaban los condenados a muerte y ante todos se aplicaban las torturas, consistentes, sobre todo, en el agarrotamiento de las extremidades mediante varas trenzadas con cuerdas. Las cuerdas se tensaban poco a poco. Los sometidos a esta tortura expiraban antes del tercer día. De esta forma murieron aquí centenares de presos, enterrados en fosas cercanas.
En Casa Bidón dieron a luz muchas mujeres, cuyos niños eran inmediatamente ahogados en el río Obinga, muy próximo a este campo de exterminio. Según testimonios del alférez que nos acompañaba, horas antes de partir Macías mató con sus propias manos a unos treinta presos. Para ello utilizó una especie de baqueta de bombo, un palo nudoso con una cabeza gruesa, que golpeaba las nucas de sus víctimas. Usó asimismo una especie de venablo de palo rematado por una ganzúa que se utiliza para machetar el follaje de la selva. En la hoja quedan restos de sangre, que pudimos ver. Los soldados quieren conservar estos utensilios, como prueba, para el día en que Macías sea juzgado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.