Cervantes y los vascos
Con gran estupor y con indignación, he leído en EL PAIS del pasado 29 de julio la noticia de que el Ayuntamiento de Lejona, en un alarde de pueril nacionalismo, ha decidido cambiar el nombre de la plaza de Miguel de Cervantes por el del poeta vasco Ormaetxea Orixe.Aunque soy andaluz por los cuatro costados, siempre he defendido, y sigo defendiendo, todos los derechos de Euskadi, por estimar que su reconocimiento y su aplicación constituyen la garantía de una coexistencia pacífica y armónica de los pueblos que forman el Estado español. Pero propugnar los derechos de los vascos no implica aprobar cualquier estupidez o cualquier injusticia que cometa cualquier vasco.
Porque el acuerdo de los municipes lejonenses entraña una injusticia que, con toda seguridad, ni ellos mismos se imaginan. Para conocimiento de los mini-lendakariak de Lejona, voy a permitirme reproducir un documento demostrativo de que Cervantes, el español más insigne de la historia, rompió una lanza en defensa del idioma euskera hace más de 360 años, tres siglos antes de que Sabino Arana fundara el Partido Nacionalista Vasco. En su diálogo con don Diego de Miranda, dice don Quijote, y, por su intermedio, expone Cervantes su credo artístico y lingüístico: «En resolución, todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscar las extranjeras para declarar la alteza de sus conceptos; y siendo esto así, razón sería se extendiese esta costumbre por todas las naciones, y que no se desestimase el poeta alemán porque escriba en su lengua, ni el castellano, ni aun el vizcaíno que escribe en la suya. » (Don Quijote, segunda parte, capítulo XVI.)
¡Y los ediles lejonenses le pagan con esta moneda! Los judíos, mucho más generosos y agradecidos, han dedicado una calle de Tel Aviv al escritor ruso-ucraniano VIadimir Korolenko, que salió en su defensa durante la aciaga época de los pogroms en la Rusia zarista. Hermoso ejemplo. Los munícipes de Lejona, por el contrario, hacen buena una fabulilla que aprendí en la niñez y de cuyo autor no me acuerdo:
«Dióle a un mulo cebada / el buen Cibulo, / y una coz como un templo / largóle el mulo. »
Claro que ellos alegarán, en su descargo, que no se han leído el Quijote.
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