Irak: complot supuesto, matanzas auténticas
EN DOS oleadas, con escasos días de intervalo, el nuevo dictador de Irak, Saddam Hussein, ha mandado fusilar unas 75 personas; parece que las detenidas y destinadas ya a un parecido fin son unas 250. Entre los muertos hay ministros, altos mandos del Ejército, dirigentes del partido Baas, miembros del Consejo de la Revolución y dirigentes sindicalistas. Por otra parte, Amnesty International señala que hay peligro grave de ejecución para siete comunistas detenidos desde 1978 y que la actual purga de comunistas se eleva a unas 20.000 personas ya encarceladas. Ninguno de estos fusilamientos ha sido precedido de un juicio previo, por lo menos público: los ejecutados no han tenido posibilidades de defensa. Para encubrir estas ejecuciones sumarias, el poder ha anunciado, como es costumbre, el descubrimiento de una conspiración. El anuncio es tan confuso, también, como de costumbre en todos estos casos la conspiración sería de origen extranjero. Pero el comando del Consejo de la Revolución «considera contrario al interés nacional divulgar de momento» el país que fomentó la conspiración, aunque sí explica el motivo del supuesto complot: «Colocar a Irak en el cuadro del plan de capitulación dirigido por el imperialismo americano por cuenta del sionismo». Una traducción realista de la frase indicaría un intento de sumar a Irak al tratado de paz de Egipto e Israel.Sin embargo, se dejan filtrar tres posibilidades, las tres contradictorias. Una es la iraní: el ayatollah trataría de movilizar a los chiitas para convertir a Irak en «Estado islámico» (a su vez, Irán está acusando a Irak de fomentar las insurrecciones tribales en su territorio). La segunda acusaría a Siria: la proyectada unidad entre los dos países sería considerada por los sirios como una anexión con capital en Damasco y presidencia de Assad. La tercera posibilidad sería la de Yemen del Sur: las relaciones entre los dos países son hostiles desde hace tiempo.
Al margen de todo ello, y de la intervención de la CIA, a la que siempre se cita en estos casos -y no en todos sin razón-, lo que parece más realista es que se trata, pura y simplemente, de una purga de Saddam Hussein, que tomó el poder de una manera irregular y poco estable, y que desearía consolidarlo por una campaña de intimidación entre los miembros de cualquiera de las oposiciones posibles y de sus enemigos personales dentro de las estructuras de la nación. Antes de los quince días de su ascensión procedió a la primera oleada de ejecuciones, que ahora no parecen detenerse. Hay una parte de liquidación de cuentas anteriores, otra de limpieza de posibles enemigos y también la sospecha de que la influencia extranjera, en una zona decisiva, para que Irak cambie en algún sentido todavía ignorado su política de alianzas, pueda estar precisamente detrás del nuevo dictador.
El procedimiento de denunciar un complot para destrozar las posibles oposiciones y para desarmar a posibles enemigos por medio del terror es un sistema tan antiguo que es prácticamente de una ley de las tiranías nuevas. No parece que en este caso sea muy distinto. Más que en analizar los posibles componentes de un complot que probablemente no ha existido jamás,conviene esperar y ver qué camino toma ahora Irak bajo esta dirección, que se presenta ya como sangrienta, en un país y una región donde no es sangre lo que falla. Y elevar una vez más la protesta por esta forma de arrasar las esperanzas de una humanización de la política, de una claridad y una seriedad en los juicios, del respeto a los más elementales derechos humanos.
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