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Heavy Metal, el "rock", que suena duro como un acorazado

En estos tiempos que corren las cosan van demasiado deprisa. Puede ocurrir, sin ir más lejos, que alguien llame a la puerta de tu casa y tirando la cajetilla de Fortuna, los billetes de Metro y la cartera sobre la mesa te espete conminatoriamente: «Bueno, ¿pasa ahora?, ¿cossa va a sonar el año que viene?» y, desde luego, ese alguien no va a admitir como respuesta un dubitativo y poco creíble: «Lo mismo que este año, supongo. » De esta manera nos devanamos el proyectivo y futurista lóbulo frontal y damos con alguna palabra que haya sonado poco últimamente: por ejemplo... ¡Heavy Metal!

Atrás quedan punk, new wave y todas estas cosas pop aclamadas por la crítica forofa y por el público escuchante. Y quedan atrás por una sola razón: no venden.

En realidad, lo último comienza ya a mediados de los sesenta, de la mano de grupos tan bestias como los primeros Kinks o los subsiguientes Who. Por aquellos tiempos, aquel sonido de guitarras salvajes (escúchense clásicos como You really got me o My generation) todavía no se llamaba heavy (pesado) ni metal: era sencillamente la música más atronadora que podía escucharse. Otros tipos energéticos de la época eran los Yardbirds, grupo utilizado por Antonioni en Blow Up y del cual surgieron tres guitarras fundamentales para este estilo: Eric Clapton que iría a Cream, Jimmy Page que lo haría a Led Zeppelin y Jeff Beck. Los dos primeros darían lugar en sus respectivos grupos (más Led Zeppelin que Cream) a un sonido superamplificado, donde las guitarras acopladas y las voces histéricas formaban un verdadero muro de sonido, que no sólo se dirigía a los oídos de sus oyentes, sino a todo su cuerpo, que retumbaba ante las acometidas de un bajo apocalíptico o temblaba (físicamente, digo) bajo los efectos de una guitarra paranoica e hiriente. Claro que todo esto tenía su sentido cuando el grupo de marras sabía hacer música, caso de Led Zeppelin en sus primeros álbumes.

Como era de esperar en EEUU también aparecieron grupos de heavy metal y los primeros álbumes de Black Sabbath siguen siendo el mejor ejemplo del estilo.

Lo malo fue cuando músicos sin mayor gracia y menos imaginación descubrieron que forzando sus amplificadores al máximo y marcando un ritmo machacón conseguían de sus audiencias una respuesta, que de otra forma tal vez nunca hubieran cosechado. Es, por ejemplo, el caso de Gran Funk Railroad, Aerosmith o la demencia del heavy metal llevado a sus últimos extremos opresivos y parafascistas: Blue Oyster Cult. A estas alturas (principios de los setenta) el Heavy Metal había degenerado hasta ser más cargante que pesado, más ladrillo que metálico, escudando cada vez más detrás de decibelios su falta de imaginación.

Su decadencia (nunca total) vino dada, entre otras cosas, porque ya todos los grupos, incluso los acústicos, suenan fuerte, porque el heavy metal iba dirigido a una audiencia mayormente macarra y el rock-cultura-para-todos iba a hacer estragos. (Sin ir más lejos, Patty Smith acostumbraba a ligar con Lanier de Blue Oyster Cult, siendo paradójicamente el repuesto y sustitutivo más claro del grupo.)

El caso es que ahora aparecen cada vez más conjunteros en este plan, capitaneados por Van Halen, unos americanos que harían palidecer de envidia a los marchosos hijos metalizados de los sesenta. Incluso una casa tan intelectual y hyppie, como Virgin Records, pone buena parte de sus esperanzas en Skids, una manada de aparentes fieras que, eso sí, organizan muchísimo ruido. Finalmente, el amigo puede quedarse complacido: hay soluciones de recambio para todo, aunque en realidad no sean soluciones ni sean recambios: siempre ha existido todo tipo de rock, de música, ocurre sólo que una de ellas, tal vez por presiones del público, pero sobre todo de la industria, toman el relevo al frente .del escenario. Ahora puede tocarle otra vez al heavy metal, que no sea nada.

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