El debate catalán
TRAS OCHo horas de discusión, se decidió cual es la bandera catalana.Las primeras reuniones de la ponencia mixta para el Estatuto catalán no han sido muy esperanzadoras: la negociación -pues de eso se trata fundamentalmente- se presenta ardua y compleja, como para desmentir al diputado Roca Junyent, que por Convergencia y Unió forma parte de la ponencia en representación de la Comisión Parlamentaria. «Si UCD quiere, pueden aprobarse ya casi treinta artículos», decía el pasado viernes, aún declarándose expresamente «pesimista». Tras las dos primeras sesiones se ha mostrado que aun este pesimismo resulta, en vista del escuálido balance, de un optimismo desaforado.Aunque todavía hay gente para pensar que la historia se repite -siendo así que, cuando se repite, lo hace de otra manera-, es inimaginable que los métodos de negociación seguidos para la aprobación del Estatuto vasco pueden ser aplicables en el caso catalán. Las diferencias son ostensibles, y muestran claramente que eso de las autonomías no es una regla general aplicable desde un centro con criterios de equilibrios uniformistas. Las autonomías, las reales, no las inventadas en un viajero muestrario de venta de eslóganes políticos, nacen del interior de las comunidades y adoptan características diversas. Euskadi y Cataluña son dos casos claros -los dos más claros- de esta realidad profunda del espíritu autonómico, y son bien diferentes entre sí.
El proyecto de Estatuto elaborado en Sau, a orillas del embalse y en el parador nacional de Vich a finales del otoño pasado, es distinto del de Guernica, aunque plantea problemas similares. Si hay conciencia aparente en los temas de la nacionalidad, del poder judicial, de la enseñanza y en el sistema fiscal, las soluciones propuestas no son las mismas, ni mucho menos. La divergencia en los temas fiscales es total, y el papel que los catalanes quieren otorgar a su derecho propio y al tema educativo añade una especificidad todavía mayor. Pero es que, además, el método seguido para la elaboración del texto y el papel de los interlocutores es muy diferente.
En efecto, el texto catalán llega de Sau avalado por la unanimidad de quienes lo elaboraron, y lo que es más, por la de todas las fuerzas políticas catalanas sin excepción, cosa que no sucedía con el de Guernica, que contó desde el primer momento con la enemiga acérrima de Herri Batasuna y ETA militar. Y si el interlocutor para el Gobierno estaba claro en Euskadi -el PNV y su presidente, que además lo es del Consejo General, Carlos Garaikoetxea-, en Cataluña no existe este interlocutor privilegiado. UCD y el presidente Suárez no tienen con quién consensuarse, para luego imponer el resultado en el interior del Parlamento. El honorable Tarradellas, en una notoria finta, se ha desmarcado del problema,. demostrando con ello que su sentido político le hace prever sus propios límites antes de tropezar con ellos. Si Suárez pudo iuiaginar el apoyo de Tarradellas como una maniobra que no carece de precedentes en sus hábitos políticos, el presidente de la Generalitat, que ha tocado con sus propias manos los límites de su poder real en Cataluña, no habrá dejado de desengañarle en su reciente y prolongada visita a Madrid.
La representación catalana se ha presentado, pues, compacta y sin fisuras, y con la pretensión de que el texto de Sau sea estudiado por orden y artículo por artículo, en las negociaciones de la ponencia y no en los pasillos. El resultado inicial de ocho horas para aprobar un artículo que en un principio no planteaba dificultades ha mostra do la , complejidad del problema. El Estatuto catalán es muy técnico, detallado y minucioso; si en el caso vasco la admisión de las declaraciones generales en un clima no exento de emoción y de pasión podía suponer un avance, no sucede lo mismo con el catalán. Negociador y posibi lista por naturaleza, el espíritu catalán no puede satisfacerse con la enumeración de principios genéricos, sino que necesita bajar a los pequeños detalles, discutir cada punto y cada coma -y sobre todo cada cifra, cada por centaje- con el ardor de sus mejores tradiciones. Si al final se subraya que en Cataluña las fuerzas mayoritarias son de izquierda, se ve, por tanto, que la negociación se puede complicar hasta extremos inéditos.
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