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Rosa Chacel: "Del cine español, mejor no hablar"

Una novela de Rosa Chacel, Memorias de Leticia Valle (1946), acaba de ser filmada, en Cuenca, por Miguel Angel Rivas. La escritora, naturalmente, está inquieta. Inquieta desde el umbral, «porque pocas adaptaciones son perfectas, muy pocas». Inquieta porque nunca imaginó a Leticia en cine, con su mundo interior casi insondable, cuando ahí estaba, por ejemplo, ilusionada y desde antes, Teresa, otra de sus novelas, que ella veía reencarnable en una atmósfera a lo Visconti: aventuras sociales y amorosas, lujo, tragedia... Pero no. Se fijaron en Leticia, tan íntima y escueta.En realidad, se fijó Alberto Porland, que acudió al domicilio de la escritora «con un guión perfecto». Rosa Chacel nada más tomó cartas en los diálogos. E impuso a dos actores, eso sí: Jeannine Mestre y Fernando Rey. Sugirió al director que ojo con la frialdad, que hubiese intensidades. De lo demás, no sabe nada. Por vez primera en su vida, ha estado enferma y, en consecuencia, no ha podido asistir como noble señora de compañía a lances y relances del rodaje. Unicamente fue una vez para hacer, en volandas, el papel de condesa; «y allí no ocurrió nada, absolutamente nada».

Ahora, Rosa Chacel confía. Y espera. Pero le gustaría, desde luego, que el filme no estuviese repleto de cositas bonitas y costumbristas. Le gustaría, sobre todo, que brotase una obra no en el estilo, pero sí en el clima de las de Bergman.

De Alberti hablamos: «Más vale olvidarlo. Era una belleza; y ya ve lo que es hoy. Intelectualmente, algo semejante ha debido ocurrirle.» Desfilan otros nombres: «No, esto no lo diga. » A ella le sigue gustando, esencialmente, la poesía de Luis Cernuda. Y la prosa de María Zambrano: «La única mujer de mi generación a la que yo puedo tomar en serio.» Dice ver a mucha gente joven, no frecuentar a escritores consagrados y recibir los mejores estímulos de manos de la realidad circundante. Escribe el segundo tomo de la trilogía iniciada con Barrio de Maravillas. Pronto irá a descansar a Río de Janeiro. Sonríe.

Mientras ella sonríe, uno recuerda saturnales secuencias: «La vida de cada uno tiene su cauce singular y es frecuente que ignoremos las vicisitudes de otras vidas que no nos fueron tan tangentes, y hasta de las que lo fueron. El cine trae y lleva las noticias de todos para todos, pues, claro está, tanto como de las guerras y la destrucción nos informa de las mejores cosas del mundo.» ¿Sigue pensando eso? «Sí. El cine tiene derecho a todo y tiene obligación de todo.» Impasible, prosigo por el camino del recuerdo: «Empleando un giro conocido en el ambiente teatral, se puede decir que el cine ha robado el papel al teatro, a la literatura y a las artes plásticas. Con esta frase, ni en el argot teatral ni aquí se quiere dar por sentada la superioridad del que efectúa el robo, sino sólo señalar el brillo del momento en que rebosó de eficiencia. El cine está en ese momento, tanto el bueno como el malo.» Pese al no querer decir, le digo que lo dicho es quizá grave; y ella añade que el cine es formidable, que la realidad es magnífica: « Ver pasara un perro, una mosca posándose en la espalda del galán ... » Tercero y último asalto citacional: «Con el actor del cine estamos siempre a solas y muy cerca. Además, son muchos, son innumerables los que pasan por nuestros brazos. En el clima onírico del cine participamos como si fuese un proceso interior nuestro, y las escenas eróticas nos resultan soportables porque las vivimos como propias. » Antes de nada, ya: « Eso es. La proximidad. Vivir esos amores como propios.» Me doy por vencido.

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