A Ias víctimas de la espera
Zama.Antonio Di Benedetto. Editorial Alfaguara-Bruguera. Madrid, 1979
Hace siete años se editó por primera vez en España la novela Zama que aquí pasó inadvertida, mientras se la leía en alemán, francés, italiano, inglés y portugués; la canadiense Hilda Creswick de Cowan la estudiaba como ejemplo del sentimiento de autodestrucción; Graciela Ricci publicaba un ensayo titutado Los circuitos interíores: Zama; en Francia proyectaban que este relato fuera la base de un guión cinematográfico; y la narración era galardonada con el Premio Italia-América Latina 1978, que en convocatorias anteriores, correspondió a Juan Carlos Onetti, por El astillero; a José Lezama Lima, por Paradiso, y a Jorge Amado, por Teresa Basita, cansada de guerra, respectivamente y en este orden.
De Zama -que acaba de aparecer en esta nueva impresión de Alfaguara-Bruguera- es culpable Antonio Di Benedetto, periodista y escritor que nació en la ciudad ar gentina de Mendoza en el día de los muertos de 1922, fecha que, con toda su carga simbólica, él no olvida nunca o no quiere olvidar. Y, culpable, porque la culpa es un problema ético suyo; un problema inacabado e inacabable. Si Antígona no hubiera afirmado ya: «Porque sufrimos reconocemos que nos hemos equivocado», ahora sería reflexión propia de Di Benedetto, dentro del autobús que lo lleva y lo trae entre la vivienda modesta que tiene en el barrio de Goya, aquí, en Madrid -donde vive desde hace unos meses-, y la redacción de una revista en la plaza del Doctor Marañón. Apretujado por la gente que coincidió -vaya uno a saber por qué, con el ciclo vital de Di Benedetto-, él anda oculto detrás de una barba enorme de dos años de edad; embozado con palabras demorosas y muy quedamente explicadas, y poniendo por delante una mano que estrecha con desganada humedad como para hacer la señal indubitable de que todo para él es la absurdidad; que está por encima de lo absurdo.
Zama es el relato de la prolija y total destrucción que padece -entre 1790 y 1799- don Diego de Zama, un imaginario asesor letrado de un gobernador del virreinato del Río de la Plata. Una destrucción que se cumple desde afuera y por adentro del propio Zama y que se relata con un lenguaje matemático por su precisión y por el progreso de la acción
Es el mismo Di Benedetto quien define a esta novela como «un libro de la espera, no de la esperanza», que ha dedicado «a las víctimas de la espera». Con la espera de Diego ,de Zama -que aguarda lo trasladen a Buenos Aires, a Santiago de Chile o a la corte, en España-, este excepcional escritor argentino vuelve a ser implacable, como en varios de sus cuentos que terminan acongojando.a fuerza de ir acumulando imágenes literarias que nos van encerrando en la ontológica cavilación del hábil deslinde entre lo místico y lo erótico, y la finísima separación que hay entre la vida y la muerte. Es por esto que, a mí, Di Benedetto me parece un apasionado que anda ahora por Madrid, disimulando la fortaleza que lleva adentro, aunque hable muy bajo y se las ingenie para citar constantemente a su muerte, noticia propia que es, al fin, la gran carga vital de todos nosotros.
Di Benedetto empezó a estudiar abogacía y, al año siguiente, a hacer periodismo. («Prefiero la noche; prefiero el silencio.») En 1953 apareció su primer libro de cuentos: Mundo animal («...con la satisfacción de saber que lo mío va más lejos de donde yo pude llevarlo.»). Después, en 1955, la novela El pentágono; en 1957, Grott o cuentos claros,- en 1958, Declinación y ángel, cuentos; en 1961, El cariño de los tontos, cuentos; en 1964, El silenciero, novela; en 1965, Two stories, cuentos; en 1069, Los suicidas, novela; en 1978, Absurdos, cuentos, y en estos días, esta nueva edición de Zama, que andaba dando vueltas por el mundo desde 1972.
Muchas veces salió de Argentina para dar una conferencia o presentar un libro suyo en sitios distintos. Y no se despedía; saludaba al regresar y siempres volvía. A fines de 1977 hizo al revés y no sabe si volverá. En la Universidad de Rennes dio un curso sobre literatura fantástica argentina, a principios de 1978. Anduvo por Europa, pensó quedarse a vivir en Italia y al fin se decidió por España. Por supuesto que le escribían mal el apellido, como al creador universal del teatro del absurdo, Jardiel Poncela, que le ponían Javier Cancela; casi nadie sabía quién era; los porteros le acusaban de desconocimiento del idioma por llamarle a la taquilla del teatro boletería (en general, los porteros no leen a Dámaso Alonso), y al fin EL PAIS lo detectó a poco de llegar. En una entrevista en RTVE, al escucharlo insistir sobre aquel día de los muertos de 1922 en el que nació, le preguntaron: «¿Pero hoy está usted "en baja", o siempre es así?» Y él respondió: «No, hoy tengo un día extrañamente feliz.» Claro que también Di Benedetto ha declarado: «Soy argentino; pero no he nacido en Buenos Aires. Bailar no sé, nadar no sé, beber si sé. Y auto no tengo. » Y ha escrito un cuento en el que relata que lo encierran en una caja y termina teniendo la forma cuadrangular del recipiente. En sus narraciones está el hombre; pero nunca faltan irracionales ma.riposas, pericotes, monos, perros, víboras, pájaros...
En un cuento sospechadamente autobiográfico dice: «El quejido es una voz estéril... Y no puedo entender si la angustia me viene de pensar o si es que hace falta la angustia para poder pensar.» Está bien que haya elegido España para vivir, si esa es su cavilación primera. Está bien porque, además, trabaja el idioma como un ebanista: artesanalmente.
Babelia
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