El Viti, descalificado por "viejo"
Viejo, le llamaban a El Viti, y muchos lo mandaban al asilo. ¡Al asilo, viejo!, gritaba uno que debió hacer la mili con Cascorro. El Viti ha pasado la frontera de los cuarenta años, lo cual, digo yo, no es como para mentarle a la madre. Un cuarentón debe ser un hombre en la flor de la vida, si lo puede ganar. Sobre todo cuando está preparado fisicamente, sin grasas superfluas, tostado por el sol de los campos, donde hace ejercicio y se nutre de una dicta sana. ¡Lo mismo de joven y de fuerte estará El Viti que los de su quinta que le gritan en el tendido! Pero ocurre que, independientemente de esa prestancia y esa forma, El Viti peina canas, y no hay respeto para las canas. ¡Viejo! Y el viejo, que está en el punto máximo de su madurez torera, va y cuaja un trincherazo soberbio que habría puesto boca abajo cualquier plaza. Aquí, en cambio, fue como si se sonara la nariz, pues el público no está, precisamente, por los detalles (aunque sean de asombro) y lo que pide es que los toreros peguen pases, buenos o malos, pero que los peguen, cuanto más seguidos, mejor.El Viti de esta hora, ya en el otoño de su larga carrera, no es un pegapases, sino un maestro, y construye las faenas con arreglo a las condiciones del toro que tiene delante. Su primero era manejable y lo embarcó muy bien en los medios, por redondos y naturales. La ligazón del natural con el de pecho fue perfecta. Acabó con unos molinetes suaves, en los que se pasó muy cerca los pitones, que eran espectaculares. Habría sido una faena de éxito, mas eltoro perdió las manos tres o cuatro veces -que son muchas- y cada caída, vete a saber por qué, inspiraba el mismo grito: ¡Viejo, al asilo! El cuarto se acobardó, no tenía fijeza, y El Viti consiguió, después de algunas probaturas y otro trincherazo torerísimo, meterlo en la muleta. Dio dos tandas de derechazos y preparó la igualada, para matar de pésima forma, con lo cual volvió a echarse al público encima. Le cayó la gran bronca y una lluvia de mendrugos. « ¡Al asilo, viejo, a ver si aprendes a pegar pases! », le chillaban. Qué manía.
Plaza de Pamplona
Sexta corrida de sanfermines. Cuatro toros de Martínez Benavides, desiguales de presentación, sospechosos de pitones, blandos, con poca casta. Cuarto y sexto de Lisardo Sánchez, bien presentados, armados y astifinos, mansos. El último, cojo, sustituido por otro del mismo hierro. El Viti: dos pinchazos y estocada corta (palmas y pitos). Tres medias estocadas atravesadas, aviso y descabello (bronca). Manzanares: pinchazo y bajonazo, perdiendo la muleta (silencio). Pinchazo hondo bajísimo y dos descabellos (bronca). Niño de la Capea: media estocada muy baja (silencio). Tres pinchazos, aviso, y descabello (ovación).
Bueno, pues, para pases, los del Niño de la Capea. El tercero no tenía ni uno, por su característica de probón y gazapón, unida a un mal estilo congénito y, por supuesto, no se lo dio, ni siquiera en plan recurso. Se desquitó con el sobrero y pegó bien. Los menos con suavidad y los más con violencia, pero es el caso que se arrimó, y el toro, que en un principio no tenía fijeza, acabó entregado. Esto es lo importante: además de pegar pases, dominó a la fiera. Algo que no se ve todos los días, y mucho menos en estos pegapases acreditados que tienen un puesto vitalicio en el «bunkercito» de las exclusivas.
En el mismo « bunkercito » milita José Mari Manzanares, pero éste es otro caso. A un toro boyante -el segundo- le muleteó frío, distante y abusando del pico, con esa forma de rematar tan suya, y tan horrible, que consiste en. alargar desmesuradamente el brazo, mientras mete la barbilla en el hombro. El otro, mole por tamaño - ¡649 kilos!-, mulo por comportamiento, no embestía, y se limitó a liquidarlo, con gran disgusto del personal, que también abroncó al torero y le arrojó un menú de pan y hortalizas.
Esta es la paradoja: corrida de tan flojito resultado era la de más expectación de la feria. Nada nuevo, por otra parte, pues en los toros estos desencantos suelen suceder. Tampoco nos sorprendió en absoluto que los ejemplares de Martínez Benavides salieran sospechosísimos de pitones, y en cambio sí, y mucho, que los lisardos fueran astifinos. Los dos toros de más «leña» le correspondieron a El Viti, y encima la gente la mandaba al asilo. Está claro que no era su tarde. Sólo le faltó que al abandonar la plaza, tan serio, tan digno, tan despacioso, bajo aquel chaparrón de almohadillas y restos de comida, resbalara en una cáscara de plátano. Pero me parece que esto no ocurrió.
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