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PAMPLONA: CUARTA DE FERIA

¡Siete orejas y un rabo!

Gran estocada (dos orejas y rabo). Salió a hombros de los mozos, por la puerta grande.Hubo siete orejas y un rabo, y cuando salíamos de la plaza, a medida que se iba enterando la gente, se echaba las manos a la cabeza: «¿Has oído Fermín? ¡Siete orejas y un rabo!» «¿Será posible?» Fermín se quedaba atónito, como si le hubiera estallado en el oído el chupinazo. Llegaba la noticia a toda España, suponemos que la conmoción habrá sido igual. ¡Siete orejas y un rabo! « ¡Vecina! », gritará doña Matilde, por el patio de su casa en San Sadurní de Noya. « ¡Siete orejas y un rabo se cortaron ayer en Pamplona!» «¡Jesús! ¿Ha sido un crimen pasional?» «No, que fue en los toros.» Y así por todo el país. Y no digamos de la afición concienciada y asolerada, que vibraría en las tertulias de media noche. Me imagino la llegada del enterado de siempre, ese que hay en todas las comunidades, especialmente en las taurinas, el cual sólo vive para dar primicias. Entraría alocado en la peña y ya desde la puerta gritaría: «¡No os lo vais a creer: siete orejas y un rabo se cortaron ayer en Pamplona!» Los contertulios se abalanzarían sobre el aparato de radio para ampliar detalles. Ante noticia de este calibre, los teletipos debieron repicar anoche con sus campanillas: «¡Dindindindin!» Si no fue así, mal hecho.

Plaza de Pamplona

Cuarta corrida de sanfermines. Toros de Martínez Elizondo, tres terciados, tres con cuajo y bien armados; flojos, manejables. Palomo Linares: estocada caída (oreja protestada). Bajonazo descarado (protestas). José Mari Manzanares: estocada en la cruz (dos orejas con algunas protestas). Pinchazo a toro arrancado y estocada caída perdiendo la muleta (silencio). Emilio Muñoz: estocada muy delantera (dos orejas).

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El crítico es consciente de que cuando llegue al lector esta crónica toda España, la América taurina, la Francia meridional, Madagascar, conocen de sobra el chaparrón de orejas y el rabo que hubo ayer en Pamplona y son felicísimos por ello. Y aquí viene lo grave, porque, ¿cómo explico yo ahora que las faenas de los toreros no fueron para tanto, ni aun para mucho menos? ¿Qué derecho tiene un cronista a quitarle la ilusión al personal, a amargarle el desayuno con severos análisis sobre la técnica de torear y las capacidades locomotrices de los toros de lidia?

La estrategia sería, pienso, escribir de forma que el ciudadano avispado se entere leyendo entre líneas. Y al no avispado dejémosle a su aire, entre otras razones porque posiblemente es de los que se desgañitaron ayer pidiendo trofeos, y si no estuvo en Pamplona, seguro que se solidarizará con el orejismo desaforado. Pero que sea lo que Dios quiera, y digamos que Palomo dio el primero muchos pases en cadena, al ritmo suelto de su desgarbo, mientras con el cuarto, que se quedaba corto, no pudo. Digamos que Manzanares, al segundo (en realidad, una mona), le planteó la faena en los medios cuando debió hacerlo en el tercio, y dio pases sueltos de fina factura por múltiples terrenos hasta que, al hilo de las tablas, metió un estoconazo por el hoyo de las agujas. Al quinto, serio ejemplar, le instrumentó dos buenos redondos entre varios mediocres, más unos naturales ayudándose con la espada, que terminaban en violentos tropezones. Y digamos que Emilio Muñoz arrolló.

Arrolló Muñoz, entiéndase, no precisamente por el arte que le habíamos visto en su etapa de novillero, sino por un valor sereno y unas excepcionales condiciones de muletero, que le permiten templar, mandar y ligar. No tenían aroma sus faenas, aunque técnica sí, con locual no halagó los paladares pero dominó a los toros. Y esto, dominar, es precisamente uno de los principales fines de la tauromaquia que, por supuesto, complace a los aficionados. Con la espada estuvo seguro, y el volapié al sexto fue extraordinario. El capote, en cambio, lo manejó peor que nunca y ahí no empleó ni arte ni técnica; aquello más bien era barullo. Se encuentra Emilio Muñoz en ese momento crucial de su carrera, en el que puede barrer a todo el escalafón. Su preocupación debe ser, no obstante, depurar el toreo; recuperar aquella vitola de artista que exhibió durante su primera etapa, porque en otro caso corre el riesgo de quedarse en un buen pegapases.

Con los toros de Martínez Elizondo bajó el nivel de presencia que venían teniendo las corridas de los sanfermines, sobre todo en los tres primeros, y muy particularmente, en el segundo -una insignificancia-, que naturalmente era para Manzanares. ¡Ay, estas figuritas! Los demás toros tuvieron respeto y en general resultaron manejables. Muy nobles los más chicos. En fin, números cantan: siete orejas y un rabo. Pero no sería justo eludir un factor decisivo en este resultado triunfal: Pamplona es el pueblo más generoso del mundo. Y si alguien pretende discutir lo que ocurrió en la corrida, si alguien quiere controversia, se grita ¡Viva San Fermín!, y en paz. San Fermín lo arregla todo.

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