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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El nudo saharaui

UNO DE los responsables de la política exterior española ha declarado que no hay razones para que España reconozca a la República Arabe Saharaui y que la entrevista del presidente del Gobierno español con los representantes de esa República, en Argel, fue solamente a título de presidente del partido UCD. Puede ser, evidentemente, prematuro un reconocimiento de la República Arabe Saharaui, que tiene escasa existencia sobre el terreno y, que no existiría sin el apoyo de Argelia; pero parece claro que en la inmediata actualidad está ganando posiciones.La necesidad que ha tenido Marruecos de retirar su queja ante el Consejo de Seguridad sobre actuaciones saharauis en sus fronteras con Argelia tenía la salida de remitirse a la Organización para la Unidad Africana; pero este organismo -tan poco eficaz, por otra parte, en su ya larga actuación- ha fallado contra Marruecos, mientras un nuevo ataque polisario caía sobre la ciudad de Tan-Tan. Al mismo tiempo, aparece lo que da la impresión de ser una nueva inclinación de Francia hacia Argelia, con el viaje del ministro de Asuntos Exteriores a Argel. La última relación directa entre los dos países fue un viaje de Giscard d'Estaing en 1976; después, la serie de acciones francesas en África y la profundización de las relaciones con Marruecos habían deteriorado esas relaciones. El tema del Sahara no aparece en el comunicado final como uno de los puntos de acuerdo; sin duda se ha abordado, y parece que Francia no ha accedido a las peticiones argelinas de que se mostrase de acuerdo con la idea de «autodeterminación». Francia parece entender, con esta aproximación, que el camino de la energía está más próximo a Argel que a Rabat; la invitación a Benyahia, ministro argelino de Asuntos Exteriores, para que visite París en otoño no es solamente un tema de cortesía: de aquí a entonces se van a proseguir negociaciones entre los dos países, en las cuales -aparte de los temas directos, como la permanencia de trabajadores argelinos en Francia o el trabajo de franceses en Argelia- está la cuestión del Sahara, en la que Argelia es siempre insistente; la del Oriente árabe, que en el comunicado conjunto aparece como el acuerdo de los dos países de buscar un «arreglo global»: sin mencionar directamente el tratado entre Egipto e Israel, con Washington, es una indicación de que a Francia no le parece suficiente.

Nada de esto es favorable a Marruecos. La alternativa marroquí de desencadenar una guerra traspasando las fronteras de Argelia, en utilización del famoso droit de suite -la persecución de los saharauis en su «santuario»-, parece desamparada por el rechazo de la OUA, la falta de eco en las Naciones Unidas y la necesidad europea de entenderse con Argelia mejor que con Marruecos, por razones de conveniencia. Pero si no lo hace así tendrá que soportar el recrudecimiento de los ataques argelino-saharauis y quizá el estallido de Mauritania.

En todo este problema España tiene muchas más cuestiones pendientes que la de la energía, con ser vital: las Canarias, la pesca, el gas argelino, Ceuta y Melilla, la amistad contractual con Estados Unidos y el papel determinado que le pudiera asignar su pertenencia a la OTAN si un día se decide (es indudable que en la OTAN, además de una cierta supranacionalidad, cada país tiene un cometido propio, dentro del área en que se encuentra y de sus condiciones geoestratégicas). Pero probablemente la actual apariencia de perplejidad y de indecisión de la diplomacia española no sea la mejor respuesta a esta colección de desafíos que se nos presentan.

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