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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Intimidad y lirismo

El poeta galaico Manuel Luis Acuña nació en Sobrado (Orense) el 3 de octubre de 1900. Había pertenecido al Cuerpo Nacional del Magisterio, del que fue expulsado, en 1936 por sus convicciones galleguistas y republicanas. Colaboró en Vida Gallega, La Región y Galiza. Murió en 1975. La editorial Nos publicó Fírgoas en 1933, que ahora se reedita con dibujos del pintor Prego.De honda vena tradicional galaica, es un libro intimista y fundamentalmente lírico, pero con un dramatismo que sorprende. Poesía concentrada, podada de sobras y quejumbres, tan frecuentes en la poesía galaico-portuguesa, contiene el sufrimiento íntimo y lo limita por un cuidado cálculo racional. Como toda poesía lírica auténtica, sólo por las fírgoas o rendijas asoman misterios reveladores, átomos resplandecientes que descubren y ordenan, como dice el poeta, «la materia fofa, porosa de la vida». Este reino oscuro de nuestros sentimientos, Acuña lo puebla de iluminaciones, tal un Rimbaud nórdico. Porque Galicia es tierra de nieblas, su poesía es un esfuerzo para clarificar la absurdidad nocturna. Como la germana, la poesía galaica es brumosa, ensoñadora, ambas penetran la conciencia de la noche, aunque muchas veces la poesía galaica se quede prisionera del alma, sin llegar a la luminosidad total del espíritu consciente.

Fírgoas

Manuel Luis Acuña. Editorial La Región. Orense, 1979.

Como buen geómetra, el poeta Acuña tiene el poder de la definición concreta: «Una esfinge es una duda petrificada.» Describe, definiendo líricamente, al dibujar al afilador: «Afiador, meu vello, tamen teu mundo afia / a fouz aurilocente da miña pantasía. / Con ela voume embora nubeiros a segar.» Pero es en los temas tradicionales de la poesía galaica que Acuña resalta con originalidad. La tristeza, ese sentimiento que nos concentra en el fondo del alma, como dice Guardini, también nos abroquela contra el dolor que desgarra y tritura. Es la serenidad y suavidad del dolor: « ¡Ai, como chove silenzo! / ¡Ai, que se mollan as almas! » Una tristura íntima empapa de líquida ternura la intimidad acongojada y apacigua su dolor: «¡Ai, miniña saudosa / filla da noite mollada!» Sin embargo, la tristeza no nos da la clave del destino. Aun cuando se permanezca, como el poeta Acuña, toda la vida en su propia tierra, vivimos sin patria, en un mundo ajeno, porque el fascismo hizo extraños los verdes prados del origen. Entonces, la saudade es irremediable, tenemos que volver, regresar al punto de partida: «E veño de non sei donde / e voume pra donde veño.» Así es de paradójica la saudade. No sabe de dónde proviene, el olvido es completo, pero continúa en búsqueda del origen perdido. Oscuro el principio y más aún el fin del andar. Sin embargo, al caminar, el poeta entrevé el horizonte, «pois veño de donde vou / e voume pra donde veño.» La saudade verdadera nos descubre la verdad del ser. Claro que hay una tentación terrible, la de enfangarse en la saudade del amor, cuando hablan en susurros los amantes y que el poeta llama «meiguice de saudade», el embeleso de la nostalgia.

La saudade gallega

Soidade, saudade, soedade expresan todo el mundo lírico del poeta Acuña. Son, como el misterio de la Trinidad, una sola en tres manifestaciones diferentes. Se siente saudade, nostalgia cuando se halla en soidade, apesadumbrado de sentirse solo, pobrísimo, sin nada: «Xa ren na vida. / Nin me saúdan os pinos.» ¿Puede expresarse con mayor claridad lírica un estado de soledad? El que está solo, abandonado, busca el paraíso perdido, la edad de oro, la tierra originaria, la madre o el padre. De esta extrañeza de descubrirse solo nace la saudade, la invitación al viaje de Baudelaire. Pero cuando no se puede viajar ni se encuentra el lujo, la calma y la voluptuosidad, la saudade se convierte en soedade: «Xa ren, saudade. / Nin merlos. / Nin nenos. / A miña anguria núa na fosca soedade.»

La angustia desnuda surge, así, de una soledad pura, sin esperanza, Y el poeta Manuel Luis Acuña, que supo y pudo expresar antes de morir la realidad de su mundo íntimo, ya solamente oye la voz del viento que se filtra por las fírgoas.

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