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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El petróleo y la reunión ministerial de la OCDE

A FINALES de la primavera se suelen reunir en París, año tras año, los ministros de Economía de los países de la OCDE, es decir, de los países industrializados de economía de mercado. El motivo es analizar la situación de la economía internacional y la salud de los Estados miembros. Desde la crisis del petróleo se han reforzado los mecanismos de acción concertada para hacer frente a la nueva situación; y por lo menos se ha conseguido impedir una solución a la desesperada de «sálvese quien pueda».A diferencia de lo que sucedió en 1929, no ha cundido el pánico y se ha evitado que los países cierren sus fronteras comerciales y traten de exportar al vecino sus problemas de paro. La solidaridad internacional ha funcionado en sentido positivo, e incluso se ha aceptado el compromiso formal de no recurrir al proteccionismo y de tratar de salir todos juntos de la crisis.

Sin embargo, los países industriales no han sabido asimilar, de puertas adentro, las enseñanzas de la súbita elevación de los precios del petróleo, ni tampoco han aprendido que la inflación es una enfermedad endémica que se ha alojado confortablemente en el organismo social y que amenaza con destruirlo. El petróleo es relativamente escaso, su oferta está concentrada en muy pocos países y una elevación de su precio no puede ser combatida mediante la entrada en el mercado de nuevos productores o su rápida sustitución por otra fuente energética. La demanda es, asimismo, muy rígida a corto plazo, y su brusca modificación provocaría una catástrofe considerable. Las políticas de conservación energética o el desarrollo de otras fuentes sustitutivas han sido adoptadas con mucha parsimonia, y el petróleo ha continuado utilizándose como si no ocurriera otra cosa que un encarecimiento pasajero.

Por otro lado, los Gobiernos no han tenido la autoridad o la convicción suficientes como para conseguir que los distintos grupos sociales aceptaran que los nuevos precios del petróleo significaban una erosión real en el nivel de ingresos o de beneficios, y que si no quería caerse en la inflación tenían que aceptar la nueva realidad. Pero la respuesta ha sido la de un encadenamiento continuo del mecanismo salarios-precios-salarios, que ha desatado la inflación y retraído las perspectivas de crecimiento. La solidaridad lograda en el plano internacional no ha funcionado en el interior de los países, y cada grupo social ha buscado cómo defender sus intereses diarios sin preguntarse sobre las consecuencias de su conducta.

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Las alzas de salarios han comprimido los niveles de beneficios, y los menores beneficios han comprimido las inversiones, que, a su vez, han afectado negativamente al nivel de empleo. El Estado ha incrementado los déficit presupuestarios, y la quiebra no se ha producido porque los países son aún muy ricos y pueden aguantar todavía.

Con este telón de fondo se abre la reunión de ministros de la OCDE. En el primer plano aparece la crisis del petróleo, desencadenada ahora por los acontecimientos de Irán, que demuestran que basta una pequeña caída en la producción (menos de un 8% en el mercado de crudos) para que se produzca una espectacular escalada de precios. Pero más allá de la situación iraní existen indicios suficientes para afirmar que la crisis de suministros de petróleo es real y muy inmediata, y que el crecimiento económico de los países industriales -y, en consecuencia, el de los países en vías de desarrollo y el de los países comunistas- está gravemente amenazado, a menos que se desarrolle rápidamente una alternativa energética.

Las dificultades energéticas y la continuidad de la inflación explican que las previsiones realizadas por los expertos de la OCDE sobre el crecimiento económico del PNB hasta 1985 sean descarnadamente pesimistas. Las cifras de paro, que alcanzan ya a los dieciocho millones de personas en el área de la OCDE tienen así todas las posibilidades de continuar aumentando, sobre todo si se demoran las respuestas para reducir el consumo de petróleo y no se frenan las expectativas inflacionistas, según las cuales cada grupo social se prepara para cargar sobre el resto de la sociedad la erosión que producirían en sus ingresos los mayores precios del petróleo. Ahora bien, el intento de exportar la inflación a los países de la OPEP, o de mantener el consumo de petróleo como si no ocurriese nada, puede traducirse en una auténtica catástrofe o en un racionamiento propio de las épocas de guerra o de posguerra.

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