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Alcalde, Ortega Cano y Niño de Aranjuez

Plaza de Las Ventas. Tres toros de Victorino Martín, pequeños, con trapío y mucha casta el tercero, de El Torero, con cuajo. manso y peligroso. Paco Alcalde: Media bajísima y atravesada, y rueda de peones (gran bronca). Cogido por el cuarto. Ortega Cano: Buen pinchazo y gran estocada, de la que sale cogido y pasa a la enfermería (petición de oreja y da la vuelta al ruedo la cuadrilla). Niño de Aranjuez: Dos pinchazos, media baja y dos descabellos (silencio). Pasó a la enfermería, herido. Presidió bien el comisario Mantecón. En el último tercio del cuarto toro se anunció la suspensión de la corrida, por no poder continuar la lidia los espadas. Partes facultativos: Paco Alcalde sufre cornada de veinte centímetros en el muslo izquierdo, trayectoria hacia abajo, que destroza músculos abductores y contusiona el paquete vasculo- nervioso, y otra en el muslo derecho, hacia arriba, de quince centímetros, que produjo destrozos en el vaso-interno. Pronóstico grave. Ortega Cano, cornada con entrada en cara posterior tercio inferior del muslo izquierdo, trayectoria hacia arriba de veinticinco centímetros, que produce destrozos en músculo semimembranoso y tiene salida por tercio superior del mismo muslo. Pronóstico grave. Niño de Aranjuez, cornada en tercio superior brazo derecho, que contusiona el paquete vásculo-nervioso. Pronóstico menos grave. El banderillero Regino Agudo, puntazo en pierna izquierda y contusiones. Leve.Lo de ayer fue una verdadera tragedia. Paco Alcalde sufrió en el cuarto toro una de las cogidas más impresionantes que hayamos visto jamás. A Ortega Cano se lo llevo por delante el segundo, al entrar a matar. La cornada del Niño de Aranjuez, en el tercero, fue imperceptible para la mayor parte del público, en uno de los numerosos derrotes que le tiró el domecq, resabiado y poderoso, le alcanzó la axila. Los victorinos salían pequeños, pero con genio. El de «El Torero» (casa Domecq), con bronquedad y sentido. Alcalde, que en tres reuniones con las banderillas al primero, sólo pudo colocar un palo, se desconfió en el último tercio Y se limitó a machetear. Ortega Cano lanceó a la verónica con finura en el segundo, e hizo una faena valiente, a despecho de las tarascadas que le tiraba el victorino, estuvo centrado y torerísimo en varios derechazos. Entró a matar con fe NI cobró un pinchazo, en el que dobló el acero. Al segundo volapié se volcó sobre el morrillo y salió enganchado. Giró sobre el pitón, que le atravesó el muslo. Cuando las asistencias se llevaban a Ortega Cano, Paco Alcalde les acompañó, aunque su obligación, como director de lidia, era rematar a la res. Vimos a media docena de agentes de la Policía Nacional correr detrás del grupo y entrar a la enfermería. Unos segundos después salía apresuradamente Paco Alcalde, pero ya no hacía falta su presencia. pues en aquel momento rodaba el toro. El valor y el pundonor de Ortega Cano habían merecido sobradamente la vuelta al ruedo, que. en su representación. dio la cuadrilla.

Un colorao hondo, de gran romana y manso, fue el tercero, que desarrolló sentido durante la lidia y llegó a la muleta imposible. Niño de Aranjuez, un caso de vergüenza torera, digno de tenerse en cuenta, le intentó faena reiteradamente, en diversos terrenos y por los dos pitones, a pesar de que en cada pase estaba el peligro inmediato de la cornada y el público le aconsejaba que entrara a matar. Cuando atacó con el acero, el toro se tapaba. En cualquiera de los derrotes debió producirse el pitonazo, que el torero no acusó en ningún momento. Cuando acabó con el domecq, se marchó por su propio pie a la enfermería. Al cuarto, victorino puro, entrepelao, lo protestaron por pequeño. Efectivamente, lo era. Se trataba del toro más chico que ha salido en toda la feria, y quizá no veamos otro tan recortado y menudo. Pero tenía trapío y por esta razón las protestas, que no habían sido ni fuertes ni mayoritarias, callaron pronto. Tomó con bravura tres puyazos y acometía con tanta codicia a los capotes que ganaba terreno y desarmaba a los peones.

Para la muleta, desde el principio. exhibió gran nobleza, pero casta también, y ésta tenía que ser la razón por la cual Paco Alcalde no acababa de confiarse y echaba el paso atrás en cada muletazo, sobre todo en los que dio con la izquierda. Poco a poco, el público empezó a protestar, y cuando el trasteo ya iba muy avanzado, el torero tuvo un arranque de amor propio, se descaró y citó con la derecha. Instrumentó dos muletazos en redondo, con muy escasa técnica (como había ocurrido con los anteriores), y al tercero, el toro le enganchó por un muslo. Fue en ese preciso instante cuando el victorino encastado, que había embestido con ritmo y suavidad, se convirtió en una fiera; no había acabado de voltear a Alcalde como consecuencia del primer pitonazo, cuando le pegó dos derrotes segundos, que calaron en el hombre. Con saña incontenida, siguió corneando el victorino al torero caído. El quite -todas las cuadrillas en la arena- fue rápido y eficaz, pero el torero ya estaba malherido y se encogía con un rictus de dolor

Por segundo día consecutivo en corrida de las que llaman normal, el festejo hubo de concluir por falta de toreros. El toro volvió a los corrales conducido por los cabestros y mediante la megafonía se anunció la suspensión. Grupos de energúmenos, principalmente en los tendidos del 5 y el 6, protestaban y arrojaron al ruedo almohadillas y botes de cerveza. Pero en el resto de la plaza el ambiente era de respeto y consternación. La impresión general era que Alcalde y Ortega Cano llevaban encima cornadas muy serias. En efecto, ambas cogidas habían sido impresionantes, y la del torero manchego, horrorosa.

La plaza se había abarrotado para ver los victorinos y la primera desilusión fue que rechazaran a uno de ellos en el reconocimiento veterinario. Los que saltaron a la arena, todos pequeños, tenían trapío. El que abrió plaza, aunque flojo, recibió tres varas, en la última de las cuales protestó. El segundo derribó, acometió con bravura en tres encuentros y presentó dificultades para la muleta. Ya hemos hablado de la bravura y nobleza del cuarto. Mas hay que hacer hincapié en un denominador común: la casta. Esta era la principal característica positiva de los victorinos, que se convertía en negativa cuando no recibían la lidia adecuada. La casta es, no cabe duda. lo esencial en el toro bravo, lo que más pueden temer aquellos toreros que no posean una bien aprendida técnica de dominio, porque aunque salga noble, al menor descuido los puede mandar a la enfermería. Y eso sucedió.

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