_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Visita a Donosti

Después de Madrid, la ciudad donde más tiempo he vivido es San Sebastián. Desde que me quedé sin madre, a los cuatro años, hasta los nueve que ingresé, interno, en el colegio de Chamartín de la Rosa, gran parte de cada año lo pasaba allí; después, allá iba durante los largos veraneos de entonces; también pasé en San Sebastián mucho del tiempo de la guerra, allí me casé -en la iglesia de San Vicente, la más antigua de la ciudad- y allí nació mi primer hijo. Pero desde hacía diez años no había vuelto. La noche de mi llegada, después de cenar, pasé por la ciudad, muy iluminada, con poca gente en la calle, es verdad, y la mayor parte de los bares y cafeterías cerrados, pero con una gran sensación de seguridad transeúnte -conviene decirlo así porque de eso nunca se habla en Madrid, y el contraste con la psicosis de inseguridad que se padece y, probablemente, se fomenta aquí, es patente-, de quietud y hasta, para decirlo todo, de cierta detención en el tiempo. Antes, San Sebastián me parecía demasiado bonita y hasta un poco relamida. Ahora ha adquirido cierta pátina y ha ganado un encanto, a la espera de un pequeño Proust de gusto retro que evoque aquel Balbec nuestro, ¿nuestro?, ¿de quién?, de los donostiarras o, por el contrario, ¿ocupado por los madrileños y otros forasteros? Mi tío Luis, bilbaíno escasamente simpatizante de los guipuches, llamaba a San Sebastián «pueblo de patronas». Hoy ya no podría decirlo, y también, como a mí, le gustaría más así.En contraste con lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en este país, y quizá gracias a ese relativo quedarse parada en el tiempo, la ciudad no ha sufrido en su casco urbano ninguno o casi ninguno -aquella torre,cercana a la estación es la principal excepción- de los desastres urbanísticos que por todas partes se padecen. Y el espacio estético -Peine de los Vientos- admirablemente creado por Eduardo Chillida, con la colaboración del gran arquitecto Peña Ganchegui, al pie del monte Igueldo, mirando a la isla, es un estupendo acierto. Es verdad que el precio pagado en la periferia ha sido elevado; los alrededores de la capital -particularmente Rentería, enormemente crecida- se han convertido en pueblos-dormitorio, y precisamente por los días que yo estuve tuvieron lugar unas jornadas de estudio sobre el futuro urbanístíco de la comarca, y ifría exposición de planos y fotografías denominada «La periferia de San Sebastián ». Y también, justo por los mismos días, se iba a comenzar la demolición de la casa roja del Alto de San Roque, para levantar en la extensa Finca una comunidad de viviendas. Pero, repito, el centro de la ciudad se conserva muy bien, y en mi peregrinación sentimental por él fui encontrando las mismas casas en que habité y que, por orden cronológico, fueron las de Miracruz, ahora 19, en mi época designada con la letra «X» en lugar de número, Aldamar, 5, Fuenterrabía, 48; Prim, 25... En los restaurantes nuevos, Arzac en un extremo, Aquelare en otro, Juan Mari y Pedro dirigen ese tipo de «menú largo y estrecho» del que ha hablado recientemente EL PAÍS SEMANAL, y que, para mí, es influencia de la cocina china en la cocina vasca. La cultura culinaria donostiarra se conserva, pues, y como se ve, se renueva, pero no sólo ella.

El próximo día hablaremos de lo que, inseparada e inseparablemente de la política, está pasando y puede conjeturarse que va a pasar con la cultura vasca. Hoy me referiré tan sólo a las actividades culturales que patrocinadas por las cajas de ahorro Provincial y Municipal se ofrecen estudiosos de fuera de Euskadi. Con quince días de diferencia fu invitado por una y otra entidad pero la salud me impidió a últimi hora hacer el primer viaje y, por ello, no puedo hablar de aquel ciclo dedicado a Psicología y psicología social.

La I Semana de Filosofía, que, bajo el título general de Etica y conflicto, organizó nuestro colega Antón Artamendi por cuenta de la Donosti-Aurrezki-Kutxa, tuvo la particularidad de que todos los conferenciantes fuimos elegidos por oriundos, según se dijo un tiempo con respecto a los futbolistas procedentes de Latinoamérica: Julio Caro Baroja, estrechamente vinculado, com todo el mundo sabe, a la tierra vasco-navarra; Carlos Paris, Javier Sádaba y Fernando Savater, que nacieron en Bilbao, Portugalete y San Sebastián, respectivamente, Javier Muguerza, de apellido y antecesores vascos, y yo mismo, que llevo en las venas la mitad de sangre vasca. No puedo contar lo que dijeron mis compañeros, porque no tuve ocasión de oírles. Tampoco voy a resumir propiamente mi conferencia, cuyo título era Integración y conflicto. Hasta última hora no me decidí por lo que iba a decir. En principio, llevado por el título general y el mismo mío, pensaba desembocar, casi por derecho, en el actual problema vasco. Cuando me contaron que Fernando Savater, el único que habló antes que yo, lo hizo sobre Superman y el superhombre, me pareció que no debía «politizar», por mi sola cuenta y mi solo riesgo, el ciclo. Pero el día de mi intervención fue declarado jornada de lucha y, a la hora de la conferencia, la calle en que había de darla fue bloqueada por barricadas improvisadas por los coches que allí estaban estacionados, y hasta hubo carreras por delante del local. Pensé entonces que en rnedio de aquel ambiente habría resultado demasiado evasivo refugiarme en la teoría o las generalidades, e improvisé una solución intermedia. Algo de lo que entonces dije y, sobre todo, de lo que pensé, antes y después de mi estancia en San Sebastián, es lo que contaré el próximo día.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_