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XXXII FESTIVAL DE CINE DE CANNES

La luna de miel de Günter Grass y el triunfo de "Betty Boop"

Ángel S. Harguindey

Hoy concluye el XXXII Festival Internacional de Cine de Cannes, y lo hace de la única forma coherente con lo que inicialmente estaba previsto; es decir, con todos los cineastas, industriales, críticos y paseantes agotados. Los sobrevivientes, de Tomás Gutiérrez Alea, y Los europeos, de James Ivory, redondearon ayer las veinte películas que compiten por la Palma de Oro, una sección de un tono medio notable que arropó dignamente las seis o siete grandes películas que se han visto.

Tomás Gutiérrez Alea ha vuelto a demostrar que es; el realizador cubano más interesante de cuantos trabajan con asiduidad en su país. Los sobrevivientes está dedicada a Luis Buñuel (el filme recuerda de lejos al Angel exterminador del «mejor director de cine aragonés del mundo», como gusta de ser llamado), y en cualquier caso resulta esperanzador el que no se haya dedicado a cualquiera de los líderes-mito de cualquiera de las revoluciones triunfantes, al menos en teoría.La película de Gutiérrez Alea rata de la heroica decisión de una familia de la burguesía cubana que e niega a aceptar la evidencia de la toma del poder por quienes desembarcaron un día del Granma. Un ambiente y un decorado repletos de añoranzas que paulatinamente se va agrietando -física y mentalmente- hasta la autodestrucción final, en la que el canibalismo pone su grano de arena. «La película contiene una gran dosis de humor negro», comentó su realizador, «porque es precisamente ese tipo de humor el que mejor se adecua a la absurda situación descrita. Un humor estrechamente vinculado a la cultura española y admirablemente ejemplificado por Luis Buñuel. La dedicatoria de mi película no tiene nada que ver con el azar.»

La asistencia a la sección competitiva de las obras de Konthclovski, Coppola, Schlondorff, Ritt, Herzog y Delvaux, por citar tan sólo unas cuantas, han elevado demasiado el listón de los premios. Gutiérrez Alea lo sabe, lo que no le impide el pensar en los proyectos más inmediatos. «Tras realizar películas sobre épocas ya pasadas, ahora pretendo criticar la realidad actual, cotidiana, de mi país. Tenemos una vida diaria muy rica, compleja, repleta de problemas y contradicciones, y creo que vale la pena afrontar directamente la crítica de todo ello para intentar comprenderla. En este sentido creo que el cine puede ser de gran utilidad.»

Michael Fitzgerald, productor del último filme de John Huston, Wise Blood, basado en una novela de Flannery O'Connor, escritor sureño de Estados Unidos, muerto a los 39 años de edad, explica que «jamás pensé en otra persona que no fuera Huston para dirigir está película, simplemente porque es el mejor de todos. Además, quería producir mi primera película con alguien que tuviera una larga experiencia cinematográfica. Huston, que era un admirador de O'Connor, se entusiasmó con la idea y no puse, ninguna pega ante los retrasos de producción por falta de dinero. La película se comenzó a Finales de enero de este mismo año y tres meses y, medio después la pueden ver ustedes en Cannes».

El jurado, presidido, como siempre, por François Sagan, parece ser que permaneció concentrado durante un buen número de horas. Pocas discusiones intensas -imaginamos, que las suficientes como para quedar saturados de necesidad de optar- y una serie de ir

presiones más o menos sutiles sobre sus componentes. Además de las posibles vinculaciones de buena parte del jurado con las industrias cinematográficas nacionales en general, y norteamericana en particular, gentes como Günter Grass el autor de El tambor, llevada a la pantalla por Volker Schlondorff- ha decidido pasar una parte de su luna de miel en Cannes. Grass y Ut, nombre de la desposada, según informa la eficaz revista Le film français, lo decidieron 48 horas antes de la concesión de los premios. Si a ello le añaden el que la

proyección de la soviética Siberiada ha conmocionado a buena parte del jurado, se comprenderá que una cosa es la literatura y otra -esperemos que distinta- las relaciones públicas.

Jerry Lewis ocupa la portada de la prensa local. Llegó ayer cargado de máquinas fotográficas para en jubrir cariñosamente su condición de distribuidor y exhibidor cinematográfico (posee una importante cadena de minicines en Estados Unidos). Bull Ogier (La salamandra, sobre todo) pasea su figura de bajo de un sombrero de paja, homenaje al Nicholson de Chinatown. Klaus Kinsky está totalmente decidido a llevarse el premio de interpretación masculina por su trabajo en el Woycezk, de Herzog, intimista, pausada y bella adaptación de Buchnner, y Bjorn Borg -superestrella mundial del tenis llenó La eroisette de quinceañeras fascinadas. La presencia del tenista se debía a la promoción de, al parecer, detestable filme Racquet, de David Winters, una película que por el tipo de show de promoción -jovencitos y jovencitas excesivamente franceses, de amarillo y blanco y con una raqueta en la mano-, persigue exprimir un poco más la fugaz fama del que imaginamos alguien habrá llamado ya «el sueco de oro, con residencia en Montecarlo por aquello de los impuestos». Esos mismos quinceañeros estuvieron a punto de sufrir un infarto cuando -tras tocar en un brazo a Borg- se toparon con una plataforma mecánica en los jardines del Grand Hotel. Encima del tenderete rotatorio, uno de los fetiches más apreciados en los tiempos que corren: el fórmula 1 Ligier, gran sorpresa del campeonato de este año, según los expertos.

Y ya para finalizar, dejemos constancia de una película musical de dibujos animados que tiene todas las trazas de ser el ligier cinematográfico de este año: Betty Boop, con los dibujos originales del "Iran Max Flescher y que nos de muestra a todos cómo mucho de lo más actual lo habían hecho hace años otros seres lúcidos. Betty Boop, con sus ricillos sobre la frente, su boca de piñón, su figura bien torneada y todo el estilo del mundo en su vestuario, recorre Estados Unidos cantando por los pueblos. Las ciudades y Nueva York, que es otra cosa, naturalmente. Canta de todo, desde música tipo Beach Boys a blues que debieron de haber sido escritos por Alberta Hunter. El origen de su gira artística sentimental fue una discusión con su padre. El progenitor le echó en cara a Betty que no servía para nada, salvo para perder el tiempo con sueños imposibles. Betty se marcha de su casa, advirtiéndole a su padre que llegará a ser presidente de Estados Unidos, lo que, afortunadamente, ocurre. En su larga campana surgen todas las referencias mitológicas de los dos últimos siglos -si entendemos la mitología de una manera particular y específica-: Buster Keaton, Alicia en el País de las Maravillas, el Mago de Oz, Chaplin, Louis Armstrong y un largo etcétera difícil de enumerar en poco espacio. Las canciones, las escenografías a lo Berkeley y todas las fantasías propias de un medio que no necesita la realidad desembocan en el número final: Betty llega a la Casa Blanca, la envuelve con un enorme lazo rosa y en su avioneta preferida echa una mirada a sus administrados: los guardias del Central Park sirven exquisitas comidas a los vagabundos, los niños corretean alrededor de enormes montañas de helado de nata y fresa, los guantes bailan a su aire en dura competencia con las escobas y así sucesivamente. Betty puede obtener en las próximas y auténticas elecciones a la presidencia de Estados Unidos las decenas de miles de votos que obtenía hasta ahora el intelectual Charlie Brown. Habrá que esperar a los comicios.

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