Ernesto Giménez Caballero: "El fascismo es un liberalismo desesperado"
Presentación del libro "Memorias de un dictador"
«Yo no me arrepiento de haber sido fundador de las Juventudes Socialistas, de haber sido fascista, vanguardista y de estar hoy de vuelta al anarcosindicalismo.» Ernesto Giménez Caballero, teórico del fascismo español, profesor, poeta, escritor y embajador de España en la era de Franco, se encuentra, a los ochenta años de vida, con que su vocación postrera es el anarcosindicalismo. Y quizá no sea su último estadio ideológico, porque él afirma que ha ido cambiando, adaptándose a los tiempos. Pero, eso sí, señala que su actual vena anarcosindicalista es un retorno. De estas cosas, entre otras muchas más, habla en su libro Memorias de un dictador, que presentó ayer en Madrid José María de Areilza.
Dice que se le acerca «la gente joven, que busca nuevos caminos en la revolución y la libertad. En cambio, se me alejan otros de tiempos pasados».Habla de su fascismo como si perteneciera a un pasado remoto. Cuenta la razón del título de su obra en el prólogo. Se llama Memorias de un dictador «no solamente porque las dictaba a una linda muchacha -su nieta-, sino porque quién sabe si en el fondo yo lo he sido en ciertos períodos de mi vida política española». Acaba de recibir, en la buhardilla de El Viso, su lugar de trabajo, un recorte de la primera página del Sunday Telegraph, de Londres, donde se habla de su nuevo libro.
Ha escrito el libro «en poco tiempo y con verdadero entusiasmo, como una música, como una sinfonía». Y eso es enemigo de las memorias, «porque es un género no español». Cita a Ortega, que explicaba la ausencia de memorias en la literatura española porque «el español siente la vida como un universal dolor de muelas».
Pregunta. ¿A España le duelen las muelas?
Respuesta. En cierto aspecto, porque es un país no del todo europeo, bastante oriental, y los orientales no tienen epopeya, ni tragedia, ni una historia de tipo humano a la que pertenece el género de las memorias porque no señalan la personalidad liberal del hombre, el sentido de la convivencia y de la libertad, que en España sólo se ha dado en minorías.
P. Usted dice que Memorias de un dictador está en la línea individualista de la novela picaresca.
R. Areilza me ha escrito una carta en la que titula el libro plenitud de plenitudes, frente -dice él- a lo que Unamuno afirmaba de la Biblia como vanidad de vanidades y piensa que es medio siglo de historía de España, pero no de citas o datos, sino vivida por mí y encarnando a las generaciones de este tiempo. Primero fui estudiante de letras y derecho y luego profesor de español en Estrasburgo, porque consideraron que era demasiado joven para ir a Washington. Estrasburgo fue la primera de mis experiencias, pues fui allí a buscar el fermento para la europeización de España, fórmula salvadora de la generación de Ortega, quien decía que habíamos perdido el genio. Yo polemicé con él sobre esto.
P. ¿En qué ha contribuido usted a ser el fermento salvador de la patria?
R. Eso consistía en traer a España las virtudes democráticas, liberales, técnicas y científicas. Pero pronto tuve mi segunda experiencia: vine a hacer el servicio militar y pasé casi dos años en la guerra de Marruecos. Allí descubrí que España, además de europea, es muy africana y variaron mis visiones delirantes por la europeidad. Después de un proceso y de estar en prisiones militares por mi primer libro, Notas marruecas de un soldado, tuve mi tercera experiencia al volver a Estrasburgo, donde encontré a una florentina, mi esposa, que me llevó a Roma. Allí descubrí la raíz secular y materna, salvacional de Roma en España. En la Gaceta Literaria, que yo había fundado y era el órgano del vanguardismo, publiqué un manifiesto a las juventudes el 12 de febrero de 1929, en el que mostraba la vía romana.
P.¿Está volcado hacia el pasado?
R. Soy vanguardista y, como profeta, miro siempre al porvenir.
P. ¿En qué nota usted que es profeta?
R. Soy profeta en el sentido de pro fare, hablar hacia. Todo escritor tiene obligación de adivinar en el pasado o en el porvenir cosas que otros no ven. Y yo no me equivoqué, porque se levantó la generación falangísta, que fuimos a la victoria, en plena revolución, y hubiéramos ido al Imperio de no haber interrunipido Franco esta marcha al hacerse neutral en la segunda guerra mundial, con lo que favoreció la derrota del Eje y la victoria de los demócratas.
P. ¿Qué se perdió España por no ir al Imperio?
R. Pues lo que tuvo del XVI al XVIII, lo que tuvieron Napoleón o César, la reina Victoria de Inglaterra y hoy Estados Unidos y la URSS: el poderío, el poder. Y desde entonces se organizó la vuelta a las formas democráticas en España, cuya última consecuencia es Suárez. Por eso ha sido necesario el consenso, para unificar las dos Españas.
P. ¿A usted le parece mal el consenso?
R. Era inevitable para no ir a otra guerra civil.
P. Es poco frecuente oír algo así entre las personas de su Ideología.
R. Porque otras personas no pertenecen a mi gremio de escritor o profeta, sino que son combatientes, y me parece bien, porque es necesario que alguien mantenga el fuego sagrado en ambos bandos, para dar la posibilidad de la conciliación, siquiera sea momentánea.
P. Usted se considera pionero del liberalismo en España. ¿Cree que había mucha gente de talante liberal entre los ganadores de la guerra?
R. Sí, pero timoratos, no seguros de sí mismos. Los intelectuales del Movimiento, al llegar la democracia, procuraron borrar su pasado, en lugar de justificarlo honestamente. Yo no me arrepiento de nada.
P. ¿Cómo se integró en el fascismo un vanguardista y fundador de las Juventudes Socialistas?
R. Porque las ideas, antes que en la política, se dieron en la literatura. El poeta es el principal vanguardista. La poesía revolucionaria, la que equivale al comunismo en la política, fue la imaginística, la de las palabras en libertad, como Marinetti, Apollinaire, el primer Cocteau, el primer Gerardo Diego. Pero Cocteau hizo luego La llamada al orden, fatigado por esta revolución de formas y palabras. Esta llamada al orden es el fascismo en la poesía, pues el fascismo verdadero es un liberalismo desesperado, no es más que disciplinar a la europea el marxismo revolucionario y ruso. Una décima de Jorge Guillén es disciplinar la forma. El fascismo fue una vuelta al orden, a la forma, al cansancio por la revolución permanente.
P. ¿En qué nota usted su vuelta, al anarcosindicalismo?
R. En el sentido de que, cuando fracasan los grandes movimientos unitarios, se dividen en anarquía, que es la descomposición de la libertad, y sindicalismo, que es la afirmación delirante, decidida, diría más bien, de la autoridad.
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