Libertad en el exterior y firmeza en el interior
La sonrisa se generaliza entre los altos funciona nos rumanos cuando se habla de la posibilidad de una intervención armada por parte soviética contra su país para poner fin a la política internacional independiente, lo que verdaderamente constituye la «revolución rumana», en gran medida, equiparable a aquellas que tuvieron en su día Hungría, Polonia o Checoslovaquia Sin embargo, mientras estos países intentaban establecer nuevos métodos de convivencia interna y la consiguiente repercusión en el terreno internacional, Rumania optó por un camino exterior propio, sin perder la rigidez de un sistema que recuerda algo el estalinismo. , tras visitar Rumania, se refiere a las dos líneas políticas de este país tan diferentes, incluso contradictorias.
«La política rumana se establece en Bucarest», dice sin paliativos el señor Neagu, director del departamento político del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rumania. Efectivamente ha sido así desde que Gheorghiu-Dej consiguió, primero la evacuación, en 1958, de todos los soldados soviéticos estacionados en Rumania y, más tarde, en 1962, presentar la negativa a Kruschev de adaptarse al plan de planificación supranacional desde el organismo económico del Comecon.Con el conflicto chino-soviético, Bucarest encuentra su identidad como hacedor de una política de conciliación y de independencia. Cuando Mijail Suslov, la mala conciencia del Buró Político del PCUS y líder del grupo dogmático, no contó con el apoyo rumano, en su pretensión de excomulgar a Pekín de la comunidad de países socialistas,
Si ciertamente es impensable un ataque armado soviético, sin embargo, «el ser vecinos de una superpotencia siempre intranquiliza», afirma un alto funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores. Rumania, con un Ejército de apenas 200.000 hombres, llevaría a cabo la resistencia activa, al contrario de lo que sucedió en Checoslovaquia.
«No estamos en absoluto por el uso de la fuerza y sólo pedimos que nuestros aliados en el Pacto de Varsovia entren en razón», reitera el señor Neagu, explicando los planes de desarme y reducción de bloques, a pesar de que Rumania forme parte de uno de ellos. En coherencia con esta política, Bucarest hace años que no participa en maniobras del Tratado de Varsovia. En este sentido, la afirmación de la figura más importante de la disidencia, Paul Goma (exiliado en Francia), respecto a que Ceaucescu no deja de ser un vasallo de Brejnev, es exagerada.
A pesar de que la URSS es el primer socio comercial con Rumania, las relaciones actuales entre ambos Estados no son extraordinariamente buenas. La frialdad del comunicado conjunto soviético-rumano, el pasado mes de marzo, con motivo de la visita a Moscú de Stefan Andrei, es ratificada en Bucarest.
Sin embargo, la URSS no parece prestar atención a un tema que en sí mismo es de los más conflictivos para la Europa del Este y al que Brejnev niega cualquier validez: la distensión ideológica. En la academia política del Comité Central del PC rumano se habla abiertamente del «principio de la distensión de los bloques ideológicos». ¿Lo creen sinceramente las autoridades de Bucarest? ¿Están dispuestas a ampliar las medidas en las relaciones entre los Estados de sistemas políticos diferentes? Sobre estas cuestiones aparece por vez primera la ambigüedad en los planteamientos exteriores rumanos. Claro está que tiene no pocas connotaciones con la política interna del régimen.
Concentración de poderes
«Con un máximo de ochocientos dólares cualquier rumano puede viajar una vez a Occidente cada dos años y una sola vez al año a cualquier país socialista.» La libre circulación de personas, principio en Helsinki, tiene para el poder rumano la dificultad de su cumplimiento en la no convertibilidad de su divisa (el lei). La libre circulación de ideas es simplemente ignorada. Ante el principio de la prohibición de divulgar ideas fascistas y negativas, en los quioscos de prensa de Bucarest no se encuentran Le Monde, New York Times, Frankfurter Allgemeíne, Newsweek o L'Express. «Millares de ejemplares se venden todos los días», se dice en Agerpress, agencia de prensa que tiene el monopolio de la información exterior rumana. Sólo algunos ejemplares, atrasados, se pueden conseguir en el mercado negro.
En todo ello la Securitate juega un papel importante. «La vigilancia de la sociedad es muy fuerte», dice una persona de los ambientes literarios y artísticos más vanguardistas, autorizados e incluso premiados a veces por el régimen.
En 1974, Nicolae Ceaucescu rechazó la presidencia vitalicia del Estado que le ofrecía el Congreso del Partido. No lo necesitaba. Hoy no hay ninguna personalidad que pueda disputarle el puesto, al que añade el de secretario general del PC, presidente del Consejo de Defensa y del Consejo de Estado.
Sus fotografías con los jefes de Estado que visitaron Rumania adornan pequeñas marquesinas distribuidas por las principales avenidas de Bucarest. Sus frases están pintadas en las fábricas y adornan pasillos de la Universidad: «El estudio es un factor primordial para el desarrollo contemporáneo.»
«Sí, puede decirse que hay un culto a la personalidad, pero la dirección colectiva está para corregir los excesos», explica un redactor de Scinteia, órgano del partido. De todas formas, ese culto se ha extendido a otras personas de la dirección y en especial a Elena Ceaucescu, esposa del presidente, que visita con él España no sólo como primera dama de Rumania, sino como número dos del régimen y, en opinión de algunos, partidaria de mantener una línea más dura en política interna. Acompañará a sus padres Nicu, también con cargas oficiales.
«En Rumania no hay presos políticos», contesta taxativamente el subdirector de Agerpress, Nicolae Puicea. Una opinión que no comparten ni Pau Goma ni el dramaturgo francés de origen rumano Eugene lonesco, que ha tomado a su cargo la defensa de once ciudadanos rumanos perseguidos por sus ideas contrarias al régimen, dos de ellos, miembros del recientemente creado Sindicato Libre, y todos ellos, salvo Gheorghe Brasoveanu, son profesores, escritores y filósofos.
La norma «un hombre, una tarea» ha sido acogida en Rumania de manera peculiar. Un hombre (Ceaucescu), una tarea (el Estado, que es el todo). Una persona que representa un país que hace notables esfuerzos para abandonar las presiones de las superpontencias con una política exterior libre, pero también la encarnación de un sistema interno firme y poco dado a permitir manifestaciones contrarias al dogma del sistema.
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