El fantasma de Arniches
Una fabulilla madrileña, con un tema que se repite desde hace siglos y siglos: la Petra tiene un marido golfante y, para atraerlo al redil, se finge frívola, le da celos. Con otra acción paralela, la de la criada de pueblo y el barbero donjuán, un personaje accesorio que inventa la farsa -el padre de la Petra- y otros de coro para subrayar la acción, para amplificarla con gritos, sustos o aspavientos cuando se necesita. O sea, nada.Sobre Arniches se pueden hacer -se han hecho- grandes teorías generales: la incorporación del pueblo madrileño al escenario, la creación de tipos, la mezcla hábil de los elementos de la tragicomedia, la comicidad de las sítuaciones; sobre todo, el diálogo. El invento de un lenguaje con una especie de eco: Arniches lo tomaba del pueblo, al que observaba en tabernas y mercados; lo traspasaba a su literatura con una considerable exageración y el pueblo, a su vez, imitaba a su imitador. En algunas ocasiones el juego tuvo mayor trascendencia dentro del costumbrismo: en La señorita de Trevelez, o en Es mi hombre, o Don Quíntín, el amargao.
La venganza de la Petra (o Donde las dan las toman), de Carlos Arniches
Dirección: José Osuna. Interpretación de la Compañía Inestable Madrileña. con Rafael Castejón. Rosario García Ortega, María Kosty, María Garralón, Alberto Fernández, Luisa de Córdoba, Miguel Ayones, Juan José Otegui, Charo Valle. Decorados y ambientación de Antonio Mingote. Teatro de la Comedia.
Tomando el conjunto de la obra de Arniches se consigue evocar una época y un lenguaje. Aísladamente, una obra como La venganza de la Petra apenas resiste ningún análisis. Dentro de su teatro menor fue una obra menor. Hecha de encargo, para Loreto Prado y Enrique Chicote. Loreto tenía una comicidad propia, un desparpajo y una gracia, un pintoresquismo; Chicote, bonachón y sencillo, era su compañero ideal. En ellos esta obra podría tener otro sentido: iría el pueblo a ver a «la Loreto», la creación del personaje, su parla, sus nervios. La obra como pretexto para una interpretación. Como esto no sucede, como la obra no entra en un contexto de teatro madrileño y de línea de una compañía, como la interpretación es débil, todo este intento falla. Algunos personajes encuentran voz y tipo en actores que mantienen la vieja escuela, la tradición: Rafael Castejón, Rosario García Ortega, Luisa de Córdoba. Se sostiene en María Garralón. Se pierde en los otros. La dirección de José Osuna, aparte de un acierto en el movimiento de las escenas de conjunto, se ha detenido en el lenguaje, infortunadamente. Para que ese lenguaje funcione, tiene que decirse con la espontaneidad del madrileño antiguo, que ya en sí era teatral. Si se quiere hacer teatro de ese teatro se pierde intención. Se muestra demasiado. Añadido esto a la inexistente escuela de los actores, la pérdida es considerable.
Aun así, muchas frases, algunas situaciones, llegan al público. Había como un ambientillo peculiar la noche del estreno; podrían adivinarse desde un cierto deseo de rehabilitar el madrileñismo -como una respuesta a las agresiones periféricas a Madrid- hasta un intento de reivindicar el viejo teatro frente a las tendencias «modernas»; todo ello podría ser positivo e interesante, pero con un acontecimiento que no fuese esta obra y esa representación. No dejaba de haber como una especie de burla irónica y hasta soberbia a la compañía que ha precedido este espectáculo en el mismo local: el nombre de Compañía Inestable Madrileña parece como una contestación al Teatro Estable Castellano. Si fuese así, sería un error de mal gusto y una equivocación.
Con todo este ambientillo se multiplicaron risas y aplausos, algunos mutis se premiaron, algunas réplicas también; y, al final, el director Osuna pronunció unas palabras para remitir el éxito a Arniches. Que lo mereció mejor en el experimento que el verano pasado hizo el propio Osuna con Lauro Olmo en La Corrala, y que sin duda podrá ser rehabilitado cuando se reponga algo de su teatro, mejor y en mejores condiciones.
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