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FERIA DE SAN ISIDRO: QUINTA CORRIDA

Broncos murubes: el mérito de ponerse delante

Plaza de Las Ventas. Quinta corrida de feria. Toros de José Murube, de gran presencia, muy bien armados, el segundo ovacionado de salida; mansurrones, correosos, broncos, casi todos tuvieron peligro. Derribaron primero y sexto. Ortega Cano: Estocada corta atravesada y dos descabellos (ovación y algunos pitos). Pinchazo y buena estocada (aplausos y salida al tercio). Macandro: Siete pinchazos, aviso, dos pinchazos más y tres descabellos (protestas). Tres pinchazos y dos descabellos (silencio). Curro Luque, que confirmó la alternativa; Pinchazo, del que sale volteado, y estocada caída (silencio). Tres pinchazos, estocada corta, aviso con retraso y cinco descabellos (silencio).Dos toros de El Campillo, para rejones, mansos. Manuel Vidrié: Rejón trasero, rueda de peones y descabello (vuelta). Joao Moura: Rejón muy delantero y bajo (palmas y pitos y saludos).

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Sale el toro

Cuando una corrida sale tan tremendamente seria y difícil como los murubes de ayer es una crueldad injustificable andarse de chufla con los toreros. Aquel grupo que hacía la ola en el tendido del dos mientras cantaba canciones de excursión, en tanto que Ortega Cano se jugaba la vida con el cuarto, no tenía derecho a estar en la plaza, aunque hubiera pagado su localidad. Sólo les calló el dramatismo de la cogida, cuando el toro atravesó la chaquetilla del diestro y lo zarandeó de mala manera. A lo mejor se sintieron muy orgullosos de sus gracias. Los que le gritaban «¡cojo, cojo!» a Curro Luque porque se dolía de una pierna, tras ser arrollado por el torazo impresionante al que esperó a porta gayola, hemos de suponer que no estaban en sus cabales o lo ignoran todo sobre la fiesta. Alguno de esos gritos desgraciados salieron de la andanada del ocho, y nos consta que los proferían gentes de aluvión, sin ninguna significación, ni relevancia, ni entidad entre aquellos aficionados. Los andanadistas verdaderos harán bien en depurar de patosos intrusos la popular localidad, para bien de todos.

Tuvo muchísimo mérito ponerse delante de los broncos murubes,que sólo con su trapío apabullante ya encogían el ánimo. Pero además salieron duros, con peligro. Cada porfía de los espadas, cada muletazo, obligaba a contener la respiración, pues la cogida se podía producir en cualquier momento. Naturalmente, hubo algün toro al que se le pudo sacar mejor partido, como por ejemplo al primero de Macandro, que obedecía al cite por el pitón derecho, mas el torero secolocaba fuera de cacho, con la muleta atrás, y de esta manera no podía ligar los pases; o el sexto, que quizá habría respondido mejor si Curro Luque le hubiera dado más distancia.

De cualquier forma, ni estos toros, ni, por supuesto, los demás, eran de carril; de ninguna manera admitían faenas de estilo. Lo que se imponía era reducir con técnica y repertorio las acometidas violentas; ahormar aquellas cabezas que apuntaban arriba, siempre dispuestas al derrote. Y aquí sí fallaron los espadas, evidentemente incapacitados para poner en práctica el toreo de recurso. Aunque tampoco esjusto cargar las tintas sobre esto, pues muy poquitos toreros habrá en el escalafón que sepan hacerlo. Durante tantos años ha estado cuadriculado el toreo a la mecánica de los dos pases con el torito de cartón, que ahora no hay escuela para dar la lidia adecuada al toro íntegro, con edad y poderoso, que habitualmente salta a la arena de Las Ventas. Así es: tenemos el toro, y ahora falta el aprendizaje para hacerle el toreo que necesita.

Un aprendizaje que debiera extenderse a los presidentes, para quienes parece ser un problema acertar en los cambios de tercio. Algunos murubes pasaron a banderillas sin el suficiente castigo de varas y para subalternos y matadores suponía un calvario su intento de atemperar las fuertes tarascadas. Tal ocurrió con el toro de la alternativa, entero, maleado por unqa lidia desordenada, que desarrolló sentido, y con el primero de Ortega, Cano, que derrotaba por todas partes. Ambos diestros bastante hicieron con probarles la embestida, sortear gañafones y quitárselos de en medio. El cuarto era un reservón que no repetía los viajes, y cuando lo hacía era para meter los pitones en la axila del torero. Ortega Cano le porfió mucho, hasta que sufrió el enganchón de la chaquetilla. El quinto, igualmente reservón, metía mejor la cabeza, y Macandro volvió a incurrir en los errores ya dichos, dentro de una línea de tesón y valor.

Primero y sexto derribaron. No hubo ningún toro bravo y su dureza obligó a una brega laboriosa. Con todo, los espadas intentaron lucirse en quites y Ortega Cano banderilleó a su primero, por cierto con bastante vulgaridad. En realidad, toda la corrida -en su fase de «lidia ordinaria»-, resultó un agrio espectáculo, en el que los toreros pusieron la mejor voluntad, y si salieron con bien de la pelea, de eso debemos felicitarnos todos.

En la fase de rejoneo, con un mano a mano de los mejores toreros; a caballo del momento, ganó la partida Manuel Vidrié. Toreó con seguridad y eficacia al manso que le correspondió; toda su brillante labor transcurrió sin un bache; colocó tres pares de banderillas excepcionales, en los medios. En cambio, Moura tuvo una tarde desigual. Prodigó sus cabalgada de costado, llevando al toro pegado al estribo, y quebró muy bien en banderillas, pero reunió varias veces por los adentros y, seguramente por precipitación, a veces clavó muy bajo. Un rejón y una banderilla los dejó prácticamente, en el brazuelo del toro.

La fiesta duró tres horas, que son demasiadas. Este iuvento de meter dos rejoneadores por delante quizá hará taquilla, pero también hace mal cuerpo. Era de noche cuando abandonábamos la plaza.

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