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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Qué hacer con el poder?

EL PRIMER gran debate parlamentario de esta legislatura, que ha versado sobre la situación económica, ha vuelto a dejar patente, como ya había ocurrido en la penosa sesión de la investidura, la fragilidad del poder ejecutivo para resistir los embates de la Oposición, la escasa calidad de las intervenciones de sus más célebres portavoces y la falta de reflejos que éstos muestran para contestar a las réplicas. Buena parte de los ministros y ponentes de UCD -con el señor Suárez y el señor Abril Martorell a la cabeza- rara vez logran transmitir a sus palabras esa fuerza y esa veracidad que nacen de la propia convicción y que pueden influir sobre la opinión ajena. En el terreno dialéctico y polémico, algunos parecen púgiles sin pegada para derribar al adversario y con mandíbulas de cristal que les hacen besar la lona con demasiada frecuencia. Si la derrota del Gobierno en la noche del jueves fue a los puntos y no por k. o., la razón es que su propio grupo parlamentario decidió emprender «un avance elástico sobre la retaguardia» para evitar males mayores. Al encabezar los diputados de UCD la moción que conminaba al Gobierno a presentar de nuevo sus deberes económicos, sin faltas de ortografía y con buena letra, antes de dos meses, la mayoría relativa en el Congreso no hacía más que emitir un voto de censura contra sus líderes.Pero no se trata, tan sólo, de falta de habilidad de los hombres del Gobierno para defender sus posiciones. Porque lo más grave del debate ha sido que parece confirmar los temores de que el señor Suárez y el señor Abril Martorell, su poderoso valido, no saben bien qué hacer con el poder por el que tan afanosamente han luchado. Para explicar razonable y convincentemente una política es preciso que ésta exista, y el fracaso del señor Leal ante el Congreso se debe fundamentalmente a que no tenía una política económica clara, definida y articulada que defender. El Ministro de Economía se limitó a exponer, con modestia y sin triunfalismos, como hubiera podido hacerlo en su época de funcionario internacional, los problemas económicos con que nos enfrentamos, las variables de las que dependen su mejoría o agravamiento, los entremezclados factores nacionales e internacionales que operan sobre la coyuntura y algunos objetivos deseables a corto plazo. El señor Leal señaló los ligeros indicios de reactivación de nuestra economía, que, sin embargo, continúa sin absorber a la mayoría de los jóvenes que llegan al mercado de trabajo y, en consecuencia, produce un aumento de la cifra de parados. Planteó también esa gran interrogante de nuestro futuro que es cómo lograr un crecimiento sostenido a medio plazo, objetivo que depende de la interacción de los diferentes agentes de la vida económica y no sólo del Gobierno; recordó que el sector privado cubre el 75% de la inversión total, y apuntó algunas cuestiones importantes relacionadas con las dimensiones y la eficacia del sector público, las relaciones laborales (en particular la incoherencia entre la rigidez del mercado de trabajo instaurado por el franquismo y la legalidad de un sistema democrático y la práctica de un sindicalismo independiente) y la baja productividad en nuestro país (inferior en un 50% a la que se registra en Francia).

Pero la política económica no consiste en describir de manera inteligente y honesta situaciones, lamentarse de su complejidad y combinar esperanzas y temores a la hora de formular un pronóstico. Consiste en definir con claridad opciones, señalar metas y articular las medidas necesarias para conseguirlas.

Antes de adoptar una postura, favorable o crítica, respecto al programa económico del Gobierno será necesario, así pues, esperar a que esa política exista. En estos momentos, el poder ejecutivo ofrece un triste panorama de atonía casi vegetativa, cuyo origen parece ser una semiparálisis de la voluntad, que nace, a su vez, de un corazón dividido entre el liberalismo vergonzante y la vocación socialdemócrata. -Y el centro neurálgico de esa generalizada indecisión, que se extiende a todo el aparato de Estado, parece localizado en el palacio de la Moncloa, donde el señor Suárez y el señor Abril Martorell todavía no saben cómo utilizar el poder de forma tal que no se les desgaste y de que su ejercicio no les enajene adhesiones ni les cree nuevos adversarios. En su empeño por controlar ellos solos el vasto espacio que se extiende desde la ultraderecha hasta la izquierda de orientación marxista, el señor Suárez. y su «mano derecha» pueden llegar a desertizar el panorama político español y a bloquear la dinámica de la actividad del Estado entero.

Por esa razón resulta urgente que determinen, de una vez, el foco de su proyecto, que se sitúen no detrás, sino delante de los acontecimientos, que prescindan de la ambigüedad ideológica y de los equívocos terminológicos y que tomen partido por unas opciones y una estrategia concretas. Es ilusoria la esperanza de que, en una sociedad pluralista y democrática, un Gobierno que representa a una cuarta parte del censo electoral pueda, por sí solo y en solitario, realizar la síntesis de las aspiraciones y programas, contrapuestos y antagónicos en muchas ocasiones, de los diversos sectores de la sociedad. El señor. Suárez tiene que apostar por una política coherente y definida, debe renunciar a buscar la piedra filosofal de una posición que no sea ni de derecha ni de izquierda y está obligado a asumir los riesgos de la estrategia que elija. La que sea. Pero una que le saque a él, a su Gobierno, a su partido, al Estado y al país de esta situación de parálisis e indecisión que amenaza con prolongarse indefinidamente y que puede introducir elementos de descomposición y de gangrena en el tejido social.

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