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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las expectativas de la señora Thatcher

POR PRIMERA vez en la historia contemporánea, una mujer accede al Gobierno de una nación europea: Margaret Thatcher, quien, a tenor de los últimos datos sobre el escrutinio del pasado jueves, ha conducido a los conservadores a una mayoría parlamentaria de 71 escaños sobre los laboristas y 43 sobre el total del resto de los Comunes (haciendo, al tiempo, retroceder a los liberales, que quedan descartados como hipotético partido-bisagra). Todo ello permite a su partido un Gobierno de cinco años no hipotecado por las votaciones de confianza. Cabe suponer que sólo la presión social de los sindicatos (siempre imprevisible en Gran Bretaña y, en cualquier caso, atípica respecto al resto del sindicalismo europeo occidental) podría obligar en un futuro a los conservadores a convocar elecciones anticipadas, cosa nada previsible. En este sentido, el fantasma de Heath, defenestrado, de hecho, en 1970 por las huelgas en la minería, se interpondrá siempre entre la señora Thatcher y su horizonte de 1984. Nada nuevo. Las Trade Unions siguen y seguirán erigidas en las rompegobiernos de la vida política británica.La victoria conservadora, más amplia de la pronosticada, denota el deseo del electorado de rectificaciones en la línea de recuperación económica (primer problema británico), planificada por Harold Wilson pese a la incomprensión de los sindicatos, desvirtuada por Edward Heath y nunca vuelta a encarrilar por Callaghan, que abandona el Gobierno dejando roto el «concordato» entre su partido y las Unions.

El desarrollo de la campaña electoral y los vaivenes (técnicamente correctos) de los sondeos han supuesto un excelente test sobre las inclinaciones del pueblo británico. Una campana iniciada por los dos grandes partidos (el Reino Unido tiene legalizados 83) en términos poco menos que rupturistas y de abierto antagonismo económico fue corrigiéndose hacia zonas de moderación programática y verbal buscando el voto de ese segmento de indecisos que aspiraban a lo apuntado anteriormente: una política de rectificaciones en el proyecto económico, sin subvertirlo, con. el añadido, netamente favorable a la «dama de hierro», de una lógica aspiración a una mayor seguridad ciudadana. Pero a las 48 horas de la campaña quedaron arrumba.dos los argumentos conservadores de «Acuérdate del invierno pasado» o del «¿Volveremos a hacer cola para comprar el pan?», y las envenenadas advertencias laboristas sobre el presumible regreso al capitalismo retratado por Dickens en caso de que la Thatcher trasladara sus enseres al 10 de Downig Street.

El peso específico de las Trade Unions hace ahora de por sí imposibles las previsiones en la política interior británica. Sin duda, y a la vista de tan aplastante victoria conservadora, vamos a asistir a un notable e interesante ensayo de política económica. Margaret Thatcher ofreció la privatización de numerosos sectores industriales estatizados por Gobiernos laboristas, un clima de optimismo para los patronos, facilitando la recuperación de beneficios, la expansión industrial por el portillo del aumento en los gastos de defensa, y la reducción de los impuestos directos aun a costa de incrementar los indirectos. Esto último gratificará engañosamente a las masas asalariadas, que, en cualquier caso, con un Gobierno u otro, no desconocían que la consigna de apretarse el cinturón seguía siendo obligada para Gran Bretaña. La ciencia económica es como la meteorología, y sólo el tiempo dirá de dónde obtiene la señora Thatcher fondos para su política de «rearme» que devuelva a Gran Bretaña rango de verdadera gran potencia, y si la liberalización económica devuelve el empleo a 1.300.000 parados y saca a numerosas grandes empresas de la parálisis de los cua tro días de jornada laboral por semana.

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Valores añadidos al triunfo conservador son la satisfacción de la Alianza Atlántica ante lo que será un miembro mucho más activo y contribuyente, y modificaciones sustanciales en la política británica favorables a la «salida» rodesiana del obispo Muzorewa; también, una presumible acción conservadora, en el sentido literal de la palabra, sobre todo el cono sur africano. Respecto a las reivindicaciones -principalmente en materia agrícola- del Reino Unido ante las Comunidades Europeas, éstas serán mantenidas con el mismo énfasis que los laboristas.

No es desdeñable la panoplia de medidas de seguridad y orden ciudadano que pueda desplegar esta «dama de hierro», y que no descartan el restablecimiento de la pena de muerte. Aunque anecdótico, resultaría un duro golpe para los movimientos feministas el ver cómo una mujer accede al Gobierno de un país europeo y opta por levantar de nuevo la horca.

Por lo demás, y en lo que pueda referirse a España, nada va a cambiar en Londres con un Gobierno conservador en el por completo anquilosado litigio de Gibraltar. Más bien se debiera permanecer atentos al posible reflejo que este éxito tenga en el ala derecha de UCD. Margaret Thatcher, observadora del primer congreso del partido del Gobierno español, explicitó ya en Londres que su partido se tenía por correspondiente del de Suárez.

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