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OCTAVA DE FERIA DE SEVILLA

Echaron a Curro de la Maestranza

Curro Romero tuvo ayer en la Maestranza uno de los fracasos más rotundos de su vida. Como siempre, aguantó broncas y almohadillazos, pero todo fue muy distinto a lo de otras veces. No se trataba de la gritería ingeniosa, con su poquita de guasa y un fondo de afecto y admiración por el torero. Se trataba de algo por primera vez serio de verdad: el público estaba auténticamente indignado y los curristas más que nadie.Ya no había chistes para Curro, sino el coro unánime con que atronaba la Maestranza: «¡Que se vaya! ». Algún día se tenía que romper esa cuerda que Curro ha mantenido siempre a la máxima tensión entre su abulia y la ilusión ciega de los seguidores, y ocurrió ayer. Curristas y no curristas estaban hasta el gorro de la mandanga y la novela de quien durante muchos años ha sido el capricho inexplicable de serva la barí. Uno decía: «A este se le ha acabado el chuleo».

Plaza de Sevilla

Octava corrida de feria. Toros del Marqués de Domecq desiguales de presentación, en general nobles y bravos. Al cuarto se le dio la vuelta al ruedo. Curro Romero: pinchazo y estocada trasera caída (palmas y, pitos). Media ladeada (bronca monumental y almohadillas). Rafael de Paula: dos pinchazos, estocada delantera caída y tres descabellos (aplausos y saludos). Estocada baja (palmas y pitos). Manolo Cortés: pinchazo hondo trasero Y caído (vuelta al ruedo). Bajonazo descarado (aplausos). Curro Romero fue despedido con lluvia de almohadillas y gritos de « ¡Que se vaya!».

En el primer toro aún había motivos para la esperanza y para que el currismo sin condiciones mantuviera la moral. Para empezar, el torero había estado casi cinco minutos ante la cara del toro, lo cual ya supone una hazaña. Hubo primero una tanda de derechazos con sabor, otra insípida y una de naturales que ofendía el paladar, pero siguió como quien quiere hacer y no hace (o al revés) y cualquier intentona de arrimarse sin arrimarse merecía el aplauso o el perdón.

Mas saltó a la arena el cuarto, que era un toro de estampa preciosa y Curro le castigó con unos telonazos por bajo, y se acabó. Allá se quedó, pegado a las tablas, totalmente al margen de la lidia, mientras que el domecq hacía una brava y espectacular pelea en varas, arrancándose desde lejos con alegría -hasta llegó a derribar en el primer encuentro-, mientras que el público, puesto en pie, prorrumpía en grandes ovaciones, verdaderamente entregado a la belleza y a la emoción que suscita el toro cuando luce la maravilla de su bravura.

Por si fuera poco, Paula se paró en un quite torero, con dos verónicas y media, el cual acabó de descubrir la nobleza irreprochable de la res. No había nadie en la plaza que no estuviera con el toro. Nadie, excepto Curro, naturalmente, que dio el sainete como si se tratara de un pregonao. Quizá el domecq no tuviera para la muleta el recorrido que exhibió en quites, pues la prueba del caballo le había quebrantado, pero mantenía su nobleza, a despecho de los rebrincos y sobresaltos de Curro, que le merodeaba a prudente distancia.

El arrastre de este toro excepcional fue de apoteosis. Le dieron la vuelta al ruedo y le arrojaron la ofrenda de ramos de romero, que el currismo había llevado a la plaza para tirárselo al ídolo. Los que quedaban, por cierto, pues muchos los habían pisoteado y dicen que otros se los tuvieron que tragar, no sé si por vergüenza o por desesperación. Después vino la explosión de ira, el incesante lanzamiento de almohadillas, el coro tremendo que jamás hubiera creído Curro que oiría en Sevilla: « ¡Que se vaya! ». Si lo cogen, lo hacen pasta para salchichas.

Al siguiente toro lo recibió Paula con unas verónicas cadenciosas y dos medias, que llevaban todo el embrujo de la gitanería, y puso la plaza boca abajo. El público se arrancó por bulerías. El olé flamenco, entre las palmas de son, creó unos minutos de emoción intensa. Hay momentos cruciales en la vida de un hombre, y ese era el que estaba viviendo Paula: el fracaso de Curro, los inspirados lances, el temblor entusiasmado de la Maestranza, le brindaron la oportunidad de convertirse en el nuevo ídolo de esta tierra bendita. Sin embargo, aunque al lado de Curro parecía Superman, no fue capaz. Aguantó como pudo las primeras embestidas ásperas y cuando vio de cerca el gañafón se descompuso. En el otro había sacado varios pases en redondo bellísimos, pero espaciados, y en quites dibujó algunas verónicas de estilo. Por lo menos se justificó.

Con Manolo Cortés se completaba la terna del arte. Toreó bien al natural, menos bien en redondo, por abusar del pico, y tuvo la mala suerte de sufrir un tirón muscular, que le mermó facultades y le obligó a interrumpir sus dos faenas. También se le escapó la oportunidad de cuajar una tarde memorable. Particularmente, su primer toro había sido canela.

El chaparrón furibundo de almohadillas con que despidieron a Curro fue impresionante. Esta vez le tiraban a dar. Y le dieron.

Fuera del ruedo y para olvidar el mal trago, los aficionados están pendientes de las próximas corridas e incluso se mira al resto del mapa taurino de Andalucía. Una feria con solera, la del caballo de Jerez, tiene ya terminados los carteles, con una novillada, tres corridas de toros y la tradicional del arte del rejoneo, del 9 al 15 de mayo. En esta última habrá toros de Carlos Núñez para Antonio Ordóñez, Rafael de Paula y Espartaco, que tomará la alternativa.

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