No encuentran al mono
Un primate sangriento y jovial, Idi Amin, con todo el pecho autocondecorado con diez hileras de chapas fósforescentes, ha salido ileso de la quema de su propio circo donde él ejecutaba, desde hace años, el bonito número del payaso verdugo. Este mono tan imaginativo con el revólver, ha escapado a la selva. Puede estar encaramado en un cocotero corno un tótem vegetal o escaqueado en el interior de un carro de combate con el ciénago hasta la mirilla. También puede estar tomando té con pastas en compañía de algunos rubios mercenarios o jugando al bridge con un chimpacé bajo las palmeras. La gente se pregunta dónde diablos se habrá metido este mono. Los nuevos libertadores de Kampala y algunos pudientes damnificados por la jovialidad de su gatillo han puesto precio a su cabeza primitiva, de modo que la busca y captura de este Calígula negro se ha convertido en una expedición que rebasa la política, la aventura policíaca o el simple placer de contemplar cómo se bambolean ciento cuarenta kilos de tirano colgados en la plaza polvorienta.Mientras los encargados de la venganza rastrean la selva, un silencio psicoanalítico se extiende por la civilización occidental. Nadie sabe si el mono va a dar la sorpresa y, de repente, se descolgará trazando una comba de liana, aullando un fragmento de Corán hasta caer otra vez en'e1 puesto de mando y, una vez allí, se rascará las axilas y abrirá en seguida la tapa del piano con la culata del rifle para comenzar de nuevo. Nadie sabe si finalmente los domadores serán capaces de echarle encima una red, y sobre esta atracción de feria se montará un juicio público honorable rematado con una cuerda de cáñamo, engrasada con sebo de buena calidad.
Durante la busca y captura del mono, creo que los blancos y negros civilizados podríamos hacer un poco de poesía psiquiátrica y prolongar el rastreo más allá de la selva hasta el laberinto de la psicología de cada uno. No hace falta que salgas de la salíta de estar donde tienes el televisor, el retrato ovalado de tu antepasado, y una enciclopedia en la estantería. Recuéstate en el sillón frailero, concentra la punta de la nariz hacia el esternón, medita un momento y descubrirás en tu interior al mono Idi Amin jugando a las cartas con Pericles.
Lo más fascinante es que los dos se llevan bien. Se trata de una partida equiparada. La crueldad ima . nativa del salvaje y el espacio radiante de la justicia, el aspecto báquico armado con una pistola, iluminado por una luz apolínea, todo eso está aposentado en el hígado del hombre. La aventura sangrienta de Idi Amin no es más que una visualización en plan dibujos animados de este fondo ciego, un tebeo donde el protagonista es un gorila que enseña el teclado de los dientes lleno de sorpresa agradable porque aprieta una palanca, sale un plomo a,tanta velocidad que no llegas a verlo y, mágicamente, el enemigo cae muerto.
Lo escandaloso para el hombre civilizado, que toma la manzanita del bien y del mal en compota de yogourt cada mañana en el desayuno, era que Idi Amin llevaba su juego macabro con una pureza de niño, con la inocencia de un mono preternatural. Lo veías feliz nadando en la piscina, batiendo el récord de coitos a la hora en el instante mismo del instinto contra el tronco de cualquier árbol del paraíso, deslumbrado por una alegría carnívora. Cualquier hombre civilizado ha sentido un poco de vértigo frente a este candor. Y ahora la busca y captura del mono perdido en la selva se ha establecido, entre el horror y la fascinación, como una sofisticada encuesta sobre la psicología de la propia sociedad.
Naturalmente , hoy en cualquier parte se mata con desfachatez. Pero en los salones de la violencia se exige un rito, un eufemismo con el que se pueda hablar en la sobremesa. Después de todo, la sangre es una cosa muy seria y no se permite la jovialidad. De manera que hay que buscar al mono. Y, mientras lo encuentran, que cada uno ahorque al suyo.
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